A principios del siglo xx, cientos de judíos sirios encontraron en la Ciudad de México una oportunidad para reformular su calidad de vida. Primero se instalaron en La Merced, luego en el Centro Histórico y, posteriormente, llegaron a la Roma, donde dieron vida a una suerte de barrio judeo-mexicano.
Hoy en día basta con pararse en el camellón de Álvaro Obregón y Orizaba para descubrir pequeños detalles arquitectónicos que revelan su esencia judía. Con la guía de Mónica Unikel —directora de la Sinagoga Histórica Justo Sierra— y en compañía de los socios de Club Travesías, recorrimos algunos de los sitios más relevantes de aquella época.
Ubicada en la calle de Orizaba, La Bella Italia es una heladería —aún en servicio— que funcionaba como punto de reunión para los jóvenes durante los fines de semana. Sin embargo, las familias numerosas optaban por arremolinarse frente al carrito de La Heroica, donde las paletas y helados eran mucho más baratos.
Entre las calles de Mérida y Guanajuato había una especie de cocina comunitaria donde los vecinos se reunían a hornear pan, y muy cerca de ahí estaba el ahora inexistente cine Royal, que funcionó como ventana al exterior para los judíos que no hablaban español.
También existían los llamados “sitios de vicio”, que eran espacios cerrados —sólo para hombres— donde las horas pasaban entre cafés, apuestas y juegos. En cuanto a las sinagogas, podemos encontrar dos en la Roma Norte. La primera es Monte Sinaí (Querétaro 110), que en aquel entonces tenía enfrente un puesto donde se mezclaba la gastronomía de dos mundos: tacos y salchichas árabes (todo kosher) acompañados de tortillas y salsas. La segunda, hoy da lugar al Centro de Documentación e Investigación Judío de México (Córdoba 238), donde se resguardan al menos un millar de títulos bibliográficos.
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