Chiapas: dos viajes con conciencia

El taller de la Fundación León XIII y Causas Verdes Las Nubes.

13 Nov 2017
Chiapas: dos viajes con conciencia

1. San Cristóbal de las Casas, Chiapas
Fundación León XIII

¿Quién conoce cómo se elabora un rebozo de lana?, ¿cómo es el proceso de ese delicado trabajo de tejido que solemos admirar, creado por mujeres indígenas? Éstas y otras preguntas se responden tras una visita a los talleres de mujeres tejedoras de la Fundación León XIII, una Institución de Asistencia Privada (IAP) creada en 1995 con el objetivo inicial de ayudar a las comunidades indígenas de esta región. La fundación ha crecido y se ha extendido a Oaxaca, donde cuentan con un centro grande en la costa, en Pinotepa Nacional.

León XIII atiende varias problemáticas, como la salud, para la cual se realizan consultas médicas en comunidades o campañas de revisión oftalmológica. También se han enfocado en la producción agrícola, para lo que han creado seis invernaderos en comunidades tzotziles y tzeltales, y están construyendo granjas familiares para beneficiar a 70 familias, las cuales tendrán hortalizas para autoconsumo y un pequeño corral con 20 pollos.

Las oficinas de la fundación, a las afueras de San Cristóbal, cuentan con un amplio inmueble donde se imparten talleres y seminarios. Allí también se apoya a 20 grupos de mujeres tejedoras de los Altos de Chiapas.

Antes de salir a conocer uno de estos grupos hablamos con Marua Pinto, la coordinadora de la fundación en Chiapas, quien señala que ha sido difícil organizar a estas mujeres. “El problema es la falta de autoestima, por ello, nos centramos en la parte humana”, dice y después resalta los tres ejes para que funcionen los grupos de tejedoras: la promoción de las personas, banco de materiales (se les consigue hilo de algodón a buen precio y de alta calidad) y comercialización de sus productos.

El grupo más cercano está en Macvilho, una comunidad tzotzil a 30 minutos en coche de San Cristóbal. Hacia allá nos dirigimos. El trayecto, curva tras curva con vistas a montañas verdes, recuerda un paisaje alpino. Pronto aparecen en el paisaje mujeres caminando, con faldas negras de lana y camisas bordadas, algunas cargan leña; luego brotan casas pequeñas de teja o techo de lámina. Y ese breve misterio alpino-chiapaneco se resuelve al sentarse frente a un grupo de tejedoras que hablan velozmente en tzotzil.

El grupo de Macvilho está compuesto por 19 mujeres, entre mayores y jóvenes, que se reúnen en el porche de una casa de tabique gris, frente a la carretera. Hablan sin parar, luego cae un silencio y luego alguna risa suelta. Están abiertas a revelar cómo hacen sus prendas. Primero, lo más sorprendente: dos de ellas sujetan a un borrego y se preparan para “raparlo” o quitarle su hermosa y tupida lana blanca. El borrego se deja hacer, aunque conforme se queda pelón emite un balido. Una lo sujeta mientras la otra corta la lana con unas tijeras, y le habla en tzotzil al borrego, tranquilizándolo. El animal gira la cabeza, sin saber qué le ocurre, quizá preguntándose: “¿Por qué me quitan mi abrigo?”. Cantidades de lana tupida caen a un lado. Después, esa lana se lava con jabón.

Una vez que ya se tiene una buena cantidad, una de las mujeres toma una especie de cepillo ancho, kalax en tzotzil, y se pone a peinar la lana. El siguiente paso es emplear un petet —un palito— para hilar esa lana peinada en una jícara. ¡Así se obtiene el hilo! Ahora se colocan esos finos hilos sobre un palo de un metro o más de largo. Ha llegado el momento final. Una mujer amarra su telar de cintura a un poste, se sienta en cuclillas y empieza a tejer el rebozo o la pieza deseada. Esta etapa es la más fotografiada y más conocida, y, en cierta medida, la más bella.

Elaborar cada pieza toma varios días y un gran esfuerzo manual y de concentración. Un rebozo, por ejemplo, toma más de 16 horas, que significan varios días de trabajo, ya que estas mujeres tienen otras tareas como encargarse de sus hijos, cocinar, limpiar la casa e incluso alimentar y cuidar sus animales.

Calzada de la Escuela 9, Barrio la Quinta San Martín, San Cristóbal de las Casas, T. (967) 678 5838; www.fundacionleontrece. Para organizar las visitas hay que preguntar por Rosario Camposeco.

Es el hotel más bonito de San Cristóbal, con un museo de arte sacro y muy buen servicio. Excelente para ir en pareja. Está muy céntrico (a 10 minutos caminando del centro).

Calzada Roberta 16, San Cristóbal de las Casas; T. (967) 678 1167; sanjuandios.com

2. Las Nubes, Chiapas
Causas Verdes Las Nubes

El color turquesa de sus aguas atrapa. Uno puede quedarse largo rato admirando las cascadas cristalinas del río Santo Domingo y el paisaje selvático, casi virgen, que lo rodea y cree estar viendo una escena de La Misión o se puede sentir como un explorador.

Este paraíso es un parque turístico ecológico conocido como Causas Verdes Las Nubes, fundado por un grupo de ejidatarios. Se ubica frente a la Selva Lacandona, no muy lejos de la frontera con Guatemala. Desde San Cristóbal de las Casas el viaje en coche es de cuatro horas y media o cinco. Se pasa a un costado de las lagunas de Montebello, que se pueden visitar en poco tiempo y valen mucho la pena.

Ahí reina el bosque de pino, ocote, encino y cedro, pero poco a poco, conforme la carretera desciende, aparece una vegetación selvática. Y al final, la última media hora transcurre por un trayecto de terracería, donde se ven algunas comunidades agrícolas.

Las Nubes cuenta con 15 cabañas, un restaurante y varios senderos para admirar las cascadas. Los propietarios son 37 ejidatarios de la misma comunidad de Las Nubes, que está cerca de ahí. Adulfo Vázquez es uno de sus fundadores y relata que al principio, a mediados de los años ochenta, los visitaban más que nada extranjeros “mochileros” que caminaban por un sendero para llegar aquí.

A inicios de los noventa nació esta idea de las cabañas junto con el Instituto Nacional Indigenista (ini), que en 2003 fue sustituido por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), que ahora los apoya. El terreno tenía un dueño, y Adulfo y los demás ejidatarios hablaron con él. El INI los ayudó para la compra del terreno y ellos hicieron socio al propietario. A cambio, los ejidatarios dieron su trabajo: acondicionaron el terreno y construyeron las cabañas. La población es de origen indígena tzotzil, mam y chol. De acuerdo con uno de los ejidatarios, la mitad de ellos habla un idioma de su etnia. Y según Adulfo, el idioma se ha ido perdiendo: “Y sólo algunos abuelos hablan el mam y el chol”.

Las cabañas, austeras, de madera, son frescas y están ubicadas a escasos metros de las cascadas. Siempre se escucha el rumor del agua. Sentarse a leer en la pequeña terraza de la cabaña por la tarde, mientras el sonido de insectos y aves se intensifica, es de las cosas más disfrutables del día.

La actividad principal es el senderismo. También se puede lanzar uno en una tirolesa o, lo más recomendable, nadar en el río. Para pasear es mejor la tarde o la mañana, siempre por los senderos marcados en el mapa que entregan a la llegada, en la oficina. El ecosistema que se ve es húmedo y frondoso, rico en plantas como helechos y orquídeas; flores como las begonias, en color blanco, rojo o rosa, y desde luego, árboles impresionantes como las caobas o el palo mulato.

En cuanto a la fauna, lo mejor es preguntarle al recepcionista, porque él te indicará el lugar donde se pueden ver tucanes, que se acercan en pares a comer frutillas de unos árboles cercanos a las cabañas. Además, hay garzas y otras aves como el tucancillo negro, que tiene un pico de hacha, o las chachalacas. También andan por allí las impasibles iguanas, que llegan a una pequeña playa del río que se aprecia desde el mirador.

La fauna puede dar sorpresas. En el sendero rumbo al mirador principal nos topamos con un animalito que parecía un jabalí y, luego, al acercarnos, pensamos que era una rata gigante. Nos espantamos. Pero después el recepcionista nos explicó que era una guatusa. Se trata de un roedor indefenso, de color café, orejas chicas y también una cola pequeñita. Algunos lugareños los cazan para comer.

El restaurante del parque se llama Las Golondrinas, y se ubica en el punto más cercano a las cascadas. El menú es muy sencillo y limitado; la comida es limpia y con buena sazón. No se vende alcohol, pero el huésped puede traer sus cervezas o lo que desee.

Maravilla Tenejapa, Chiapas, T. (00 502) 4972 0204 (teléfono de Guatemala)

[email protected]

next