Los básicos de Bangkok

En medio del calor constante y la selva tupida, se alza una ciudad cuya historia es de las más ricas de todo el planeta.

27 Oct 2017

El primer paso fuera del aeropuerto Suvarnabhumi puede ser difícil de asimilar: ruido, un idioma que no se entiende y caos son la primera impresión de la capital tailandesa. Es por eso que muchos viajeros deciden irse a alguna de las islas con reputación de paraíso, o usar a esta ciudad como hub para lanzarse a otro destino del sudeste asiático. Sin embargo, hay que tener calma y prepararse para experimentar la ciudad con tranquilidad. Respiren hondo: Bangkok es una gran aventura, una con sitios increíbles por descubrir. 

 

Los básicos de Bangkok

No tendrá las playas que hacen al resto de Tailandia tan atractiva, pero playas hay en todo el mundo. Lo que Bangkok tiene, no lo tiene ningún otro lado. Ésta es una ciudad milenaria, donde varias religiones y culturas conviven en un caos que es armonía, un caos navegable. Sólo hay que tomarle la mano, sin miedo. 

 

Mi primera impresión fue un poco más amable: había llegado con un grupo y me hospedé por unos días en el Hotel W, que se encuentra en el distrito de negocios de la ciudad. Mi primera impresión, también, fue la del tráfico imposible de sortear que paraliza la ciudad casi todo el día. Pensé en su caos tan cercano al mío, me dio miedo pensar en su inseguridad. Sin embargo, a pesar de su altísima densidad poblacional –once millones de habitantes en una superficie apenas 73 kms menor que el df–, Bangkok es una ciudad bastante segura y es posible caminarla de noche sin sentir miedo. Después de dejar las maletas y de veinte horas de vuelo, decidí probar la famosa comida callejera sin saber en realidad qué pedir ni cómo. Me acerqué a un puesto a unas calles del hotel y pedí lo que me parecían unas albóndigas. Esperaba carne, y resultó ser pescado. Raro, pero rico. Regresé a dormir un poco, ya que al día siguiente quería explorar la parte histórica de la ciudad. 

 

Si bien Tailandia tiene mucho, muchísimo que ofrecer en arquitectura, templos, historia, playas y fiestas, bien merece la pena una parada en la capital de este país cuyo nombre quiere decir “La tierra de la libertad” (esto me lo cuenta el concierge del hotel, quien me entrega un mapa y me explica cómo moverme por la ciudad: en tren elevado, en bote, en taxi, en tuk-tuk). La tierra de la libertad porque, de todos sus vecinos, éste fue el único país que pasó casi intacto las invasiones japonesas, inglesas y francesas a finales del siglo xix. Cuando todo el sudeste asiático se deshacía y se volvía a armar, cuando las fronteras se borraban y se volvían a pintar, lo que entonces se conocía como el Reino de Siam ocupaba un territorio más amplio del que tiene ahora. Se salvó de las invasiones gracias a habilidosos acuerdos diplomáticos, sin embargo, tuvo que sacrificar algo de territorio para lograrlo. En el proceso de crear esta nueva nación,  que había sobrevivido a un periodo de cambios dramáticos y guerras mundiales, en 1939 el Reino de Siam cambió de nombre por uno que lo representara de manera más específica: Tailandia, Tierra de Libertad. 

 

Hoy sigue siendo un reino, uno que está muy orgulloso de sus monarcas. Las estampas con figuras reales están siempre presentes en los lugares más populares, en los puestos de periódicos, las oficinas de turismo, y los restaurantes. Hay un Primer Ministro en Tailandia, que se elige democráticamente,  pero el Rey aún tiene un papel activo en la política nacional. Bangkok es la capital de esta tierra que se enorgullece de la libertad de sus caminantes –con todos los problemas de los que no está exenta–, y como tal, vale la pena tratar de descifrarla para tratar de descifrar de qué trata este país. 

 

Empezar a entender Bangkok es como empezar a resolver un rompecabezas. Pararme en el metro (o tren elevado) la primera vez, un día después de haber llegado a la capital y sin ninguna idea clara de con qué me iba a enfrentar, me pareció de las experiencias más intimidantes. De entrada, el idioma, para casi todos los extranjeros, es imposible. Sin embargo, y aún cuando muchos de los locales no hablan inglés, siempre hay alguien que hará lo posible por ayudar al viajero desorientado. Además, es uno de los mejores lugares del mundo para expatriados, por lo que hay una gran comunidad de habla inglesa viviendo en la ciudad (como la amable chica que se acercó a ayudarme a comprar los boletos del tren: después de dos días de moverme de esta manera, ya era experta). 

 

¿La regla de la comida callejera? Si huele bien, probablemente sepa bien. Si tiene gente a su alrededor, es aún mejor. ¿Qué probar? Los jugos de granada, una fruta blanca llamada durian, banana pancakes, unas bolitas fritas de pescado que a primera vista pueden parecer de carne, cualquier cosa con fideos y mucho, mucho, pad thai. A todo hay que acercarse sin miedo. Para mí, la mayoría de las veces, cuando el hambre acechaba y escogía un lugar, fue el instinto el que me hizo escoger un plato, señalarlo con el dedo en el menú, y esperar a ver qué venía. Muchas veces uno no se sabe qué está comiendo. Es importante recordar que siempre hay que traer dinero local, nada de dólares estadounidenses o euros, de preferencia efectivo. Para moverse, el tren elevado es muy fácil de usar y los locales son tan respetuosos que hacen filas para saber quién logra entrar y quién no. Los taxis son bastante baratos y seguros, los tuk tuk suelen ser más caros y trampas para turistas, aunque si uno se quiere subir, siempre se puede negociar el precio. Para los aventureros, la opción más fácil para sortear el tráfico en las zonas en donde el tren no llega, es una moto taxi. Aunque son seguras, siempre da un poco de miedo subirse en la parte de atrás de la motocicleta de un desconocido. 

 

Bangkok clásico

Muchas veces, al visitar una ciudad nueva, los viajeros solemos tratar de alejarnos de los sitios más turísticos y pasar directamente a los atractivos para los locales. En Bangkok, eso sería un error. No hay vergüenza alguna en acercarse a los puntos más icónicos de la ciudad, ya que pocos occidentales hemos visto templos budistas de esta magnitud y grandeza. Ya habrá tiempo de descubrir la Bangkok secreta, pero pensar que se puede ir hasta allá y no ver estos lugares, es un error que no hay que cometer. Los tres más importantes, los tres más impresionantes, se encuentran junto al río. Así que hacia allá me dirigí, armada con mi mapa arrugado en la bolsa, de cambio tailandés que conseguí en el hotel, y de ganas de asombrarme. 

 

Llego al río en el tren elevado, tan sólo unos diez minutos desde el Hotel W. Ahí, sigo a la gente y termino en la estación Saphan Taksin, donde se puede tomar un taxi-bote. El río es ancho e imponente, lleno de barquitos que van de un lado a otro, que cruzan de una orilla a la otra, en movimientos continuos. Hubo un tiempo en que el Río Chao Phraya fue la arteria más importante de Bangkok: es el río principal de Tailandia, de 372 km, donde aún hoy, se puede ver cómo la vida cotidiana de esta ciudad transcurre sobre el agua. Aunque algún día fue el sitio alrededor del cual la vida bankokita se desarrollaba, hoy muchos jóvenes y negocios se han mudado al centro de la ciudad, y esta zona ha quedado como un distrito histórico. Es sobre el río que se encuentra esta triada de maravillas a las que hay que llegar muy temprano, porque sino, la horda de turistas impedirá que se disfruten como es debido. 

 

Llego primero al templo del Buda Reclinado (Wat Pho), el bote me deja justo en la entrada. La razón para visitar el templo es la misma que le da nombre: un enorme e impresionante Buda dorado de 46 metros de largo y quince de altura (el más grande de Tailandia) en posición horizontal que quita el aliento apenas verlo. El guía que contraté a la entrada del Templo (quien al final del recorrido trató de convencerme por mil maneras de comprar una pintura del Templo, y al negarme, se alejó enojado) me cuenta que es el Buda que está muriendo, que va al Cielo, y que está dando su última bendición a su pueblo. Me cuenta que él y su pueblo, los budistas, creen en la reencarnación y no creen que al morir uno vaya al Cielo. La manera en la que uno reencarna depende de las acciones y decisiones que se hayan tomado durante el curso de una vida, ya que, como seres humanos, somos falibles y hacemos bien y mal. La historia cuenta que Buda siempre hizo el bien. Y eso le ganó el Cielo, además de miles, millones, de seguidores que aún lo honran y viven bajo sus preceptos.

 

Esa historia se puede leer a los pies del Buda, y a lo largo de los murales que adornan el altar. Alrededor del 90% de la población tailandesa es budista. Para entrar a un templo, hay que cubrirse las rodillas y los hombros, quitarse los zapatos y, quienes siguen la religión, se hincan mientras llevan las manos a la frente y la frente al piso, en señal de respeto. El Buda Reclinado es el Buda para quienes nacieron en martes. Según el budismo, el día de la semana en el que se nació marca a qué Buda hay que rezarle. Eso lo aprendo unos días después, me lo cuenta una joven guía del Hotel Peninsula, uno de los mejores de la ciudad. 

 

Junto a Wat Pho se encuentra el Gran Palacio (Phra Borom Maha Ratcha Wang). Enorme y con altas pagodas de puntas doradas, el Gran Palacio solía ser el hogar del Rey hasta mediados del siglo pasado. Está construido de manera que simule una fortaleza, con el río de un lado, una larga muralla y un canal del otro. El palacio es bastante grande, por lo que visitarlo puede tomar toda una mañana. A sus afueras me reciben montones de vendedores ambulantes y turistas, pero la enorme construcción con torres esmeralda y oro me mira como diciéndome “¿Estás segura de que no quieres entrar?”. Entro y camino, deambulo, tratando de evitar a la multitud pero buscando a la vez eso que lo hace tan popular: es probable que más allá de ser el antiguo hogar del rey, lo más valioso del Gran Palacio sea el templo donde se encuentra el Buda de Esmeralda, un pequeño (a comparación del Reclinado) Buda sentado de 45 centímetros de altura, hecho de jade, que se ha convertido en el paladio de Tailandia. Los ropajes de este Buda están hechos de oro y tiene tres distintos, y es el Rey, y únicamente el Rey, el encargado de cambiárselos cada estación. Cuando entro apenas lo distingo, sentado magnánimo en la parte más alta del altar dorado que lo aloja, con una veintena de jóvenes tailandeses arrodillados frente a él. 

 

Al salir y recuperar mis zapatos de los cientos de pares que se quedan fuera, camino un poco sin rumbo por el enorme palacio hasta que doy con un templo casi vacío. Dentro sólo hay un monje budista con varias cubetas llenas de comida a su lado y una familia tailandesa. Son las once de la mañana, y alguien me platica que casi diario, antes del mediodía, en los templos que continúan fungiendo como tal, se pueden encontrar monjes budistas dando la bendición. La gente les lleva comida pues, mientras un hombre sea monje budista, no puede comer sólidos después del mediodía. Según la tradición tailandesa, se espera que todos los hombres, por lo menos una vez en la vida, sean monjes budistas. No tiene que durar mucho tiempo, pero eso enseñará al hombre sobre disciplina y respeto. Se espera, usualmente, que el hombre sea monje antes de casarse. Es un honor para él y para su madre.

 

Después de un buen rato en El Gran Palacio decido terminar el día con la corona de la triada: Wat Arun, o el Templo del Amanecer, que se encuentra cruzando el río. El templo se ha convertido en un monumento, en un ícono y en un emblema de la ciudad. Se puede observar desde lo lejos y cuando cae la noche (a pesar de su nombre) se ilumina y esa es una de las vistas más representativas y bonitas de Bangkok. Wat Arun fue el hogar original del Buda de Esmeralda, y este ícono budista existe, aproximadamente, desde el siglo xvii. 

 

De hoteles y contrastes 

A unos días de mi llegada a Bangkok dejo el W –gran hotel para quien busca un ambiente de fiesta continua, muy buen servicio y excelente comida– para irme a hospedar a uno de los mejores hoteles que me ha tocado experimentar: The Peninsula. El hotel es impresionante, cruzar sus puertas es como llegar a otra ciudad, un verdadero oasis de calma en medio de la ciudad, con servicio impecable, comida deliciosa, unas vistas increíbles del río desde las habitaciones y un restaurante que cualquier otro hotel envidiaría. The Peninsula tiene su propio bote que recorre el río y transporta a sus huéspedes a donde quieran ir (una gran comodidad para quien no quiera tomar el taxi-bote) y su propio muelle, unos intrincados y bellos jardines y uno de los mejores spas –estoy segura de ello– de Bangkok. La tarde después de mi llegada tomo un masaje típico tailandés sobre unos tapetes a nivel de suelo que me deja como nueva. Más tarde, el concierge me recomienda un lugar para cenar, un pequeño restaurante cruzando el río, justo atrás del Mandarin Oriental. Ésta es la zona de los grandes hoteles: de un lado y del otro del río enormes edificios y nombres familiares reciben a huéspedes en sus muelles personales. Porque Bangkok, más allá de mercados y comida callejera, de trenes elevados y tuk-tuks, es también una ciudad de lujos exacerbados, de atenciones incomparables (para quien las puede pagar), de espléndidos palacios y de grandes contrastes. Lo noto sobre todo la noche que me dirijo a cenar al hotel The Siam, uno de los más nuevos, más lujosos y más cool de Bangkok. Se encuentra lejos de la zona hotelera, en el distrito de Dusit. El recorrido sobre el barco del hotel en una noche de bastante calor es increíble. Cruzamos varios puentes y barrios, y en la orilla se puede observar cómo va cambiando la ciudad, de majestuosos hoteles a pequeños muelles donde se recogen o montan mercados, puestos de flores y frutas, o donde la gente simplemente se sienta a descansar del día. 

 

The Siam es un espectacular hotel con un espíritu antiguo. Su restaurante, de comida tradicional, sigue la arquitectura de las antiguas casas tailandesas. Tiene una galería de arte, 38 modernas suites, un espacio de proyección, un spa y su propio hammam. Se siente más joven e íntimo, se siente lejos del bullicio.

 

De tradiciones y marionetas 

Una alegre chica, parte del staff del Peninsula, es mi compañera de esta mañana: me va a llevar a un recorrido que el hotel recomienda a sus huéspedes. Nos encontramos en el muelle del hotel, subimos al bote y navegamos sobre el Chao Phraya. Poco después el bote toma una desviación por un canal llamado Khlong Bangkok Yai. Poco a poco, los demás botes van desapareciendo y el único sonido es el ruido del motor del nuestro. Pequeñas casas flotantes comienzan a aparecer a cada lado del canal, una calle hecha de agua que acaso medirá unos tres o cuatro metros de ancho. Algunas de estas casas son pequeñas y modestas, otras grandes, varias están abandonadas o derruidas por la inundación de 2011, la mayoría con pequeños templos y ofrendas en sus jardines. Es un paseo de alrededor de media hora donde también nos cruzamos con templos, Budas a las entradas de las casas, y otros barcos.

 

Unas estatuas rojas de unos hombres gordos nos reciben a la orilla de una casa de madera junto al canal, observando estoicamente a quien llega: es la Casa de los Artistas de Bangkok (Baan Silapin). Este lugar es más una biblioteca que una galería, es más teatro clásico que contemporáneo y, sobre todo, es un lugar al que se viene a ver una tradición que poco a poco se ha ido dejado de practicar: el show de marionetas. Del tamaño de un niño, las marionetas son tan grandes que toma tres personas manejarlas. Todos los días, menos los miércoles, alrededor de las dos de la tarde, salen a contar una historia de la tradición tailandesa. La Casa de los Artistas tiene casi doscientos años de antigüedad, y la casa de madera que la aloja es una muestra de arquitectura tailandesa tradicional, una que ya es difícil de encontrar en el centro de Bangkok. A la Casa de los Artistas también se puede llegar en moto-taxi o en tren, pero el recorrido en bote a través del distrito Thonburi vale muchísimo la pena.  

 

De nuevo, en el centro, Siam

Pregunto al concierge del Peninsula sobre compras. Me da varias opciones, pero su primera es Siam Center, en la parada de tren homónima. Me dirijo una tarde. Cuando llego, el lugar me abruma. Llevo ya un par de días en Bangkok y no había sentido con tanta fuerza la cantidad de gente. Cientos de personas desbordan el tren, en búsqueda del refugio que ofrece el aire acondicionado. 

 

Puede ser que el centro neurálgico de la ciudad sea Siam Center, un centro comercial de dimensiones impresionantes que, hoy, podría decirse que es más el alma de Bangkok que los antiguos templos, por lo menos para los adolescentes que llegan a visitarlo cada tarde. Éste fue uno de los primeros centros comerciales en construirse en Bangkok, pero en 2013 tuvo una renovación que lo convirtió en el sitio preferido de muchos jóvenes tailandeses que pasan ahí horas.

 

Siam Center se une con otros dos centros comerciales, también de gran tamaño: Siam Discovery y Siam Paragon, que además de centro comercial tiene uno de los acuarios más grandes de Asia, la Thai Art Gallery, un boliche y ópera. En Siam, para los curiosos, además de las marcas grandes que se consiguen en casi cualquier centro comercial del mundo, hay gran variedad de marcas tailandesas consagradas, así como algunos diseñadores jóvenes que han logrado colar sus boutiques en estos pasillos, ya que uno de los propósitos de renovar este centro comercial era el de impulsar el talento local. En el piso tres es donde se pueden encontrar tiendas de diseño tailandés, de estilos tan variados como rocanrolero punk, hasta líneas clásicas y delicadas. 

 

Salgo de Siam Center con el cuerpo agotado, cruzo la calle sobre el puente peatonal (intentar hacerlo por la calle sería casi suicida), y me dirijo hacia el Bangkok Arts & Culture Centre. La antítesis de Siam Center. Este sitio es un cilindro de nueve pisos, donde en los últimos tres hay exposiciones de arte contemporáneo local y en los primeros hay tiendas, cafeterías, heladerías, joyerías, librerías, y un larguísimo etcétera. El Bangkok Arts & Culture Centre fue el primer centro de arte contemporáneo que hubo en la ciudad, y fue inaugurado en 2009. El museo suele estar vacío a comparación de otras atracciones de la capital tailandesa y, sobre todo, mucho más vacío que el Siam Center, lo que lo hizo el lugar ideal para descansar del caótico y bullicioso centro de Bangkok, mientras me tomo un helado y paseo por las pequeñas librerías. 

 

Suficiente descanso: de nuevo al tren. A tan sólo una estación de distancia se encuentra la casa de Jim Thompson. Para llegar hay que salir de la estación National Stadium (llamada así por el estadio de box) y caminar un poco, alrededor de unos cien metros. No sé bien qué esperaba encontrar al llegar al museo, pero lo que veo me asombra: una bellísima estructura de madera me recibe en un pequeño espacio que podría ser Tailandia hace cien años, un elegante restaurante frente a una fuente y una tienda de productos de seda high-end. Pero no es a eso a lo que vine aquí, sino a aprender la historia del estadounidense que da nombre al museo, ése que un día se zambulló en la selva malaya y nunca volvió a salir. Jim Thompson, quien originalmente estuvo en la armada estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, se instaló en Tailandia después de la guerra. Comenzó un negocio de productos de seda tailandesa, y se dice que fue él quien, casi completamente solo, rescató y revivió esta tradición que se estaba perdiendo. La seda tailandesa cobró un valor que no había tenido en muchísimos años, y es, aún hoy en día, uno de los materiales más lujosos y valiosos que existen. Thompson también fue un gran coleccionista de arte antiguo tailandés.

 

En su casa se pueden apreciar varias pinturas, tejidos y esculturas cuyo valor es ahora incalculable y cuya fecha precede casi cualquier pieza en los museos. Su casa se convirtió en su propio museo. Hoy es uno de los más bonitos que Bangkok ofrece a sus visitantes. La historia de este coleccionista, empresario y, quizás, ex agente de la cia, terminó un día después de su cumpleaños número sesenta –como lo había predicho su astrólogo. Jim Thompson salió de su casa, se fue de excursión por la selva de Malasia. No era la primera vez que lo hacía. Tampoco era la primera vez que se tardaba en regresar. Pero esta vez no volvió. Su cuerpo no se encontró tampoco. Su desaparición creó cientos de leyendas a su alrededor, la más famosa es que Thompson nunca había dejado de trabajar para el gobierno de Estados Unidos, y que la cia estaba detrás de su desaparición. Si no se visita ningún otro museo, por lo menos hay que visitar éste. 

 

De hipsters y zapatos

Conocí a un inglés expatriado y aproveché para exprimirle tips y sugerencias de a dónde ir y qué ver en la ciudad. Quiero ver algo diferente, le digo, conocer dónde salen y se juntan los tailandeses de verdad. Me recomienda dos barrios, Ekamai y Thonglor. Es fácil llegar: las estaciones de tren elevado llevan estos nombres. 

 

Ekamai es famoso por ser uno de los sitios a donde varios expatriados llegan a vivir, por lo que hay una gran comunidad de ingleses, estadounidenses, australianos, etc. Es aquí donde se encuentran algunas de las tiendas de diseño independiente y vintage y los lugares más originales para comer o beber. La mayoría de las tiendas de objetos vintage se encuentran en Ekamai Soi 10. Llego ahí parando en la estación de tren homónima a la calle, y camino por diez largas cuadras hasta esta esquina, con una pequeña tienda de zapatos y bolsos vintage. Entro. Todos los productos, de piel, son conseguidos por la dueña en Estados Unidos y son artículos principalmente de los años 40 en adelante, que ella restaura y vende por precios bajísimos. El nombre de esta tienda: (Un)Fashion. La tienda es el inicio de una mini plaza al aire libre donde hay cafeterías, restaurantes, un bar y varias tiendas más de ropa. 

 

Muy cerca de ahí, tan cerca que podría ser el mismo barrio y con sólo una estación de tren de separación, está Thonglor. Este barrio es la nueva zona de moda de Bangkok. Si Ekamai es el sitio de las discotecas, Thonglor es el sitio de las galerías de arte. Thonglor es, también, el barrio japonés de Bangkok, por lo que hay pequeños templos y locales de comida japonesa, aunque el barrio es un buen destino también para beber. Un sitio perfecto para eso es Opposite Mess Hall, un pequeño restaurante- bar que se convirtió en uno de los más populares de Bangkok. Llego ahí con mi guía inglés, quien promete buena comida, buenas cervezas, buen ambiente y una bonita terraza. Pedimos unas cervezas y unas tapas. Opposite Mess Hall se encuentra al lado opuesto de la calle de la galería de arte y café wtf (Wonderful Thai Friendship), que es de los mismos dueños. Los fines de semana, a los tailandeses, que de entrada son amantes de la noche, se les puede encontrar abarrotando la calle entre estos dos sitios. Ambos están en la calle Sukhumvit Soi 51, apenas a unos metros de la parada del tren. 

 

Chinatown 

Quería ir. Había escuchado que la comunidad china de Bangkok es de las más grandes del mundo, y también una de las más antiguas, y que este barrio chino era de los más auténticos y grandes que había fuera de China. Aviso previo: Chinatown merece la pena, pero no será fácil visitarlo. 

 

Originalmente, cuando el Gran Palacio no existía, los expatriados chinos vivían en esa área. Al construirse lo que se convertiría en la casa del Rey, los chinos de Bangkok tuvieron que mudarse. El barrio chino tailandés comienza en Yaowarat Road y  es una de las zonas más ruidosas y caóticas de la ciudad: construcciones y tráfico se mezclan con gente que cruza las calles a pie cargando regalos, comida o accesorios, bicicletas, tuk tuks, y motos. El barrio, además, se extiende por varias cuadras, así que hay que tener paciencia. Sin embargo, el 14% de los edificios en Chinatown están designados como monumentos históricos, y durante el paseo, además de probar las diferentes delicias fritas que se ofrecen en cada esquina (no hay que tratar de descifrar qué son), se pueden visitar templos chinos que aún funcionan. Para navegar Chinatown, hay que saber primero que el barrio sigue la silueta de un dragón y hay que comenzar por la cabeza.

 

El mercado principal es Talat Kao, donde se puede conseguir desde el típico noodle hasta platillos bastante más exóticos que pueden llegar a asustar, pero nadie debe visitar Chinatown y no probar la comida. Otros de los atractivos del barrio son sus tiendas de oro, famosas en todo Bangkok, pero especialmente prolíficas en este distrito. Por la noche, uno de los mercados nocturnos más populares de la ciudad se extiende por “la cola del dragón”, casi llegando al río. Es el mercado de flores más importante de la ciudad. Se llama Pak Khlong Talat, y se dice que las flores de aquí surten no sólo a las casas de los locales, sino a los mejores restaurantes y hoteles de la ciudad. Tuve la suerte de estar ahí poco antes del anochecer, así que pude ver a los surtidores de frutas, flores y vegetales que llegan a vender sus productos. 

 

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Podría seguir hablando de Bangkok. Podría seguir caminando sus calles y nunca terminar de descifrarla. Enamorarme y odiarla de un segundo a otro. Bangkok está lejos de ser una ciudad perfecta, más allá del tránsito, continúa teniendo problemas de comercio sexual y, a ratos, puede verse algo sucia. Sin embargo, es una ciudad que ama al visitante, lo trata bien y lo enamora, lo alimenta y trata de curarle el espíritu, y si el viajero puede ver más allá de la primera impresión, se llevará consigo una de las aventuras más grandes de su vida: se llevará consigo una tierra de libres caminantes.  t

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