“De niña veía en los concursos de oratoria cómo mis compañeros eran presionados por sus papás para que dijeran las cosas de memoria; en cambio, los míos me decían: ‘Oye, ya no hables tanto, ¿no?”. Desde pequeña, Maritza Morales mostró una gran inquietud por compartir su amor por la naturaleza. Al principio tomaba el micrófono en su escuela en Mérida; ahora lo hace en foros de talla internacional.
A los diez años, en 1995, Maritza llevaba un taller con algunos de sus compañeros al que nombró HUNAB (Humanidad, Unión, Naturaleza, Armonía, Bienestar, Bondad y Belleza). Diseñó el logo y acondicionó su casa para recibir a otros niños que, entre otras cosas, escribían un periódico ambiental. En ese entonces, el ayuntamiento de la ciudad los apoyaba imprimiendo 50 copias. Ahora, éste llega a cinco mil niños de diferentes colegios.
En 1999 recibió el Premio Nacional de la Juventud, años más tarde recibiría reconocimientos y apoyos de empresas como Rolex (Rolex Awards for Enterprise) y National Geographic (Emerging Explorer), entre otras. “Además de que exploramos a la abuelita tierra, estamos renovando y desafiando lo que existe en cuanto a la conservación”, así describe Maritza lo que hace todos los días. Por su parte, los niños con los que trabaja aseguran que ella traduce lo que pasa en la naturaleza “del idioma de los adultos al suyo”.
Antes, Maritza recibía a sus compañeros en casa de sus papás, hoy lo hace en su segunda casa: Ceiba Pentandra, el primer parque de educación ambiental de alto nivel en México. Niños de entre 4 y 17 años conviven en este lugar —sin importar la clase socioeconómica— con el mismo objetivo: volverse héroes de la abuela tierra. Los adolescentes más capacitados son los maestros de los más chicos.
Saraí, por ejemplo, ha ido a los cursos desde los cinco años y ahora, a la edad de diez, está desarrollando su propio proyecto de compostas. “Escucharla y ver esa convicción es muy alentador. Cuando yo inicié tenía esa edad, y hablar del medioambiente no tenia el impacto, ni la fuerza, ni la seriedad que tiene ahora”. Así como ella, están Pablo, de 14 años, que se enfoca en la conservación de aves, y Sofía, de 12 años, que estudia a los productos químicos que son tóxicos para el manto acuífero.
Entre Mérida y la comunidad de Sinanché, HUNAB recibe a 100 niños cada sábado. Para cuando terminen la construcción de Ceiba Pentandra —que ha sido lenta por falta de recursos— Maritza cree que podrán llegar a 64,000 niños en un año, trazando así el nuevo camino de la conservación en México.
HUNAB (Humanidad Unida a la Naturaleza en Armonía por el Bienestar, la Bondad y la Belleza) es una asociación civil yucateca sin fines de lucro con 25 años de experiencia.
Para quienes quieran apoyar este proyecto, HUNAB cuenta con una “tienda” en la que uno puede comprar (donar) desde un saco de cemento, hasta la instalación eléctrica de las nuevas aulas.