Si la escena actual del vino en México se puede definir en una palabra, ésa sería polivalente. Lo que ocurre al momento está hecho de muchas voces.
Para fortuna de los consumidores y entusiastas es mucho más diversa y muchísimo menos acartonada de lo que parecía hace 20 años. Antes se veía a los sommeliers como algo intimidante y no como los buenos contadores de historias que hoy son.
La información que circula fuera de las fuentes ultra especializadas –como Decanter o Wine Spectator –, también están modificando nuestro lenguaje. El vino es más accesible, aunque se sigue hablando de las problemáticas que enfrenta la industria vitivinícola en el mundo. Sin embargo, la narrativa se enfoca en hacer más cercana la cultura del vino a los consumidores y en contar las historias de productores más pequeños que están retomando prácticas del pasado.
Nuevas etiquetas del viejo mundo
Para algunos importadores, como Phillipe Bouchacourt, fundador de Iznogood y pionero en traer a México vinos de poca intervención, estos cambios también son palpables en el país. Como la mayoría de los expertos que consultamos, Phillipe ve que en México los consumidores tienen más apertura. Ahora quieren beber más y quieren beber mejor.
Para Phillipe, esta apertura es una consecuencia de la pandemia. En primer lugar, disparó el consumo promedio de las bebidas alcohólicas. En segundo, trajo una ola de nómadas digitales extranjeros a México.
“Esto hizo que los restaurantes tuvieran que invertir en diversificar sus cartas”, dice Phillipe. Y es que el mundo ahora quiere cosas diferentes “y no los vinos que llevaban vendiendo desde hace 40 años”, dice.
“La comida también cambió”, agrega, y con ella los gustos y la necesidad de tener al alcance etiquetas que armonicen mejor con la oferta gastronómica, que puede ser tan afrancesada como asiática, mexicana o fusión.
“Los comensales son más curiosos”, reafirma Arisbeth Araujo, periodista y sommelier del restaurante Lorea. “Yo no tengo las etiquetas que siempre te van a pedir, como Vega Sicilia, Matarromera o Casa Madero“, explica la especialista. “Lo que tengo son otras etiquetas para que la gente explore la misma región, pero desde otra perspectiva”, añade.
Una vieja tradición vista con nuevos ojos
La historia del vino mexicano –del que se produce en el territorio, pues– también está cambiando. Los sommeliers están volteando hacia regiones productoras alternativas a Baja California. Aunque, ojo, eso no significa que desdeñen Valle de Guadalupe.
“La gente se atreve a probar otras caras del vino mexicano o del vino natural, porque los extranjeros no sólo quieren probar lo de aquí, están más dispuestos a explorar”, afirma Arisbeth.
Esta es una oportunidad para proyectos que llevan años dedicándose a los vinos de nicho. Un ejemplo es Terra & Mondo, de Roberto Curiel, un personaje obsesionado con los vinos italianos.
“Es muy difícil vender vino italiano porque hay mucho desconocimiento y venderlo es difícil, ya que hay que dar una explicación de por medio. Requiere de alguien especializado”, explica Curiel. Sin embargo, admite que la curiosidad y la constancia le permitieron dar a conocer en México regiones y uvas de Italia.
Cambiar la mentalidad y abrirse a lo distinto
Contrario a la opinión de otros expertos e importadores, Curiel dice que, si bien hay más apertura en el mercado, “el consumidor fuerte de vino en México es el old school“. En otras palabras, “está encasillado todavía en tradiciones y quiere esos vinos de Rioja o la ribera del Duero”.
Curiel no se equivoca. Los datos más recientes del ICEX arrojan que la importación de vino aún viene en su mayoría de la Unión Europea. Ésta siempre ha ocupado la mayor parte del mercado, sobre todo los regionales de España y Francia. A éstos le siguen los de países americanos, como Argentina, Chile y Estados Unidos.
Pero algo está cambiando y es el crecimiento y la valoración de los vinos mexicanos. A tal punto es así, que esta bebida tendrá su día nacional el 7 de octubre de cada año.