Concebida en 1923, como una forma de poner en contacto a todo el continente, la carretera Panamericana va desde Prudhoe Bay, en Alaska, hasta Ushuaia, en Argentina. En teoría, sus cerca de 50 mil kilómetros la convierten en la carretera más extensa del mundo. Sin embargo, habría que considerar un par de cosas antes de concederle el título.
Primero que nada, cuando hablamos de la Panamericana, no hablamos de una sola, si no de varias carreteras que se entrelazan para formar el imponente sistema de caminos que conocemos. Pero, además, el trayecto no se recorre ininterrumpido, sino que tuvo que cortarse de tajo, justo en el medio, a causa de la impenetrable naturaleza del Tapón de Darién.
En esta enigmática zona de aproximadamente 130 kilómetros entre Panamá y Colombia, la frondosa selva pudo más que el progreso y la modernidad. Mientras que en otras partes del mundo sería un duelo irremediablemente perdido para la vegetación, aquí ha resistido incluso el peso de una América unida.
En el cono sur la carretera se interrumpe al norte del departamento colombiano de Chocó, mientras que en Panamá termina en el pueblo de Yaviza, todavía a unos 97 kilómetros de la frontera con Colombia.
¿Por qué no se puede cruzar el tapón de Darién?
Son dos factores principales que impiden la construcción de caminos terrestres en la región. Primero que nada, la espesura de la naturaleza convierte cualquier proyecto en un reto muy complejo para la ingeniería civil. No sólo hay que atravesar cientos de kilómetros de selva y alta maleza, sino también intrincados ríos, cerros y pantanos que lo vuelven inaccesible.
Por sus complicadas condiciones, que aún la mantienen salvaje, muchos han llegado a bautizar la zona como una “Siberia tropical”. La monotonía verde del paisaje y el abundante follaje de las alturas, que a veces hace imposible distinguir la noche del día, desorienta a los viajeros que pueden perder su rumbo con facilidad.
Desde luego, la construcción de la carretera constituye un riesgo ambiental y una gran preocupación para activistas en todo el mundo. En más de una ocasión se han planteado esfuerzos serios para llenar el vacío que constituye el Tapón de Darién y, de una vez por todas, completar la Panamericana. Sin embargo, varios especialistas y organizaciones, incluyendo las Naciones Unidas y la UNESCO, que nombró la región un patrimonio natural de la humanidad, se oponen, señalando el riesgo de deforestación.
De hecho, la selva de Darién lleva varias décadas sufriendo por la tala ilegal de sus bosques. La venta de cocobolo, cedrela y caoba, maderas preciadas y muy comunes en la región, ha tenido un gran impacto en un ecosistema que hasta hace poco se mantenía intocable.
Darién: hogar milenario
A pesar de las condiciones adversas, hay varios grupos indígenas que reconocen la zona del Tapón de Darién como su hogar y un lugar de suma importancia para sus tradiciones y fe. Etnias como los Emberá, los Guna o los Wounaan se han asentado a las orillas de sus ríos desde tiempos precolombinos.
En una zona impenetrable para los exploradores un censo exacto resulta sumamente complicado. Las aldeas se dispersan en la naturaleza, escondidas de cualquier conteo y las estimaciones pueden llegar a variar con amplitud, a veces contando apenas 1,200 habitantes en la región y otras incluso más de 35,000.
Sin importar exactamente de cuántos pobladores hablamos, cualquier construcción en el Tapón de Darién significaría un riesgo de desplazamiento para los grupos indígenas que lo han habitado históricamente y no conocen una realidad distinta a la de la espesura de la naturaleza.
El segundo factor, y quizá el más importante, que impide la continuidad de la mítica carretera Panamericana está precisamente en la vida de estas etnias. Desde principios del siglo, cuando comenzó a formularse la idea de una América conectada por un solo camino, han resistido la erosión de sus culturas y se niegan a entregar su hogar, sus fuentes de comida y su historia.
Organizaciones internacionales y las legislaciones de Panamá y Colombia protegen a estas comunidades originarias, garantizando sus derechos. Sin embargo, y a pesar de que un proyecto carretero real parece estar muy lejos de concretarse, la inevitable propagación del mundo moderno ha terminado por llegar hasta sus puertas.
Mafias, violencia y migración: la otra cara de la selva
La riqueza natural de la zona y su posibilidad de tránsito entre los dos conos americanos han atraído hasta el Tapón de Darién una serie de actividades que le eran desconocidas. Si antes el sonido sepulcral sólo se interrumpía con el canto de las aves o el fluir de algún río, ahora también se corta ocasionalmente con disparos o el rumor de la marea migrante que se hace paso a través de la selva.
El crimen ha alcanzado a esta improbable y apartada región, apenas durante los últimos años. Además de que el saqueo ilegal de sus recursos naturales siempre ha constituido un foco de importancia para las autoridades, recientemente la violencia ha crecido en la única vía terrestre que conecta Sudamérica y Norte América.
En contraste con las rutas marítimas, cada vez más custodiadas, el Tapón de Darién es un terreno difícil para la vigilancia de las autoridades, ideal para el tráfico de drogas. Los cárteles sortean los obstáculos de la selva empleando a miembros de las tribus locales como guías, quienes muchas veces son intimidados y reprimidos con violencia.
Estas nuevas actividades han causado la dispersión de muchas comunidades indígenas que, víctimas del crimen, optan por desplazarse a través de la selva y abandonar sus hogares. Algunas autoridades y organizaciones civiles han registrado la desaparición de pueblos enteros durante los últimos años, encontrando asentamientos fantasmas donde meses atrás había comunidades boyantes.
Investigadores de la Universidad de McGill en Canadá reportaron, por ejemplo, el abandono del poblado Emberá de Peña Bijagual, a menos de una hora en lancha desde el último punto carretero de Panamá, en Yaviza. Después de un incidente violento en la localidad, sus residentes huyeron dejándolo todo detrás de ellos.
Como si la densidad de la selva no estuviera de por sí llena de peligros, esta nueva ola de violencia se suma a los obstáculos del impenetrable Tapón de Darién. A pesar de todo, aún hay quienes optan por recorrerlo, más por necesidad que por otra cosa.
Esta ruta también es el último recurso para los migrantes que buscan llegar hasta el norte del continente a pie. A pesar de que la ruta está llena de trampas mortales y peligros de sobra, su flujo migrante sigue creciendo. De acuerdo con autoridades panameñas, alrededor de 87,000 migrantes cruzaron a pie por la selva durante los primeros tres meses del año, una cifra seis veces mayor a la del 2022.