La invitación partía de una premisa: poner a prueba la última colección de North Face. Pero, a fin de poner a prueba artículos diseñados para resistir las más bajas temperaturas, era necesario un cambio de escenario.
Salimos de Ciudad de México rumbo a Vancouver, que nos recibió de por sí ya muy nevado. Eran los últimos días de enero y la ciudad más famosa de Columbia Británica había sufrido una nevada fuera de lo común. Atravesamos el centro por Georgia St., pasando por la biblioteca pública, la galería de arte, los hoteles y las tiendas. Nos adentramos en Stanley Park hasta West Vancouver y seguimos hasta Capilano. Dejamos atrás la ciudad y comenzamos a subir hacia las montañas, rumbo a Whistler, el resort de esquí más grande de Norteamérica, con más de 200 pistas y una capacidad para 69,000 esquiadores por hora, no sin antes pasar por Squamish.
Después de dos largas horas llegamos a Whistler. Una vez instalados en el Four Seasons Whistler y equipados con todas las prendas de la nueva colección, revisamos el itinerario para los próximos días. Con el eslogan “Bajo cero”, la idea era poner a prueba cada una de esas prendas.
Al día siguiente empezamos con la prueba más extrema. Salimos antes del amanecer para dirigirnos a un helipuerto, donde empezaríamos la aventura que nos llevaría a los glaciares y las cuevas de hielo. Después de las indicaciones y recomendaciones del equipo, despegamos. Desde las alturas, los bosques y las montañas toman otra dimensión, y, bien protegidos del frío, nos dedicamos a admirar el paisaje.
Al aterrizar en el glaciar y bajar del helicóptero nos topamos con la primera sorpresa. La nieve nos llegaba a las rodillas. Dar un paso se convertía en un verdadero reto. Si no fuera por las botas y el traje que llevaba, en unos minutos hubiera terminado congelada. Recorrimos el par de metros que nos separaba de la entrada de la cueva, pero cada paso costaba una barbaridad. Me imagino cómo sería ver aquello en medio del verano y lo cómico que me resultaría el esfuerzo de recorrer esos pocos metros sin nieve.
Finalmente llegamos a la entrada de la cueva. Sorprendentemente, el interior se sentía cálido, aunque todas las paredes eran de hielo, uno tan antiguo que es profundo y recuerda a una resina plástica. Sin prisa, recorrimos el interior, exploramos los recovecos y los cuartos ocultos. Pudimos enfocarnos en explorar porque todos habíamos olvidado que nos encontrábamos a -20 °C.
La aventura de la cueva llegó a su final cuando el mal clima nos obligó a bajar del glaciar. Durante el camino de regreso, volvimos a admirar el paisaje que se extendía a todo lo largo. Aterrizamos sanos, salvos y calientitos.
La segunda parte de este experimento es poner el equipo a prueba en las pistas. Nuestro grupo es heterogéneo. Hay desde los más expertos hasta principiantes, pero, sin importar el tipo de pistas que recorramos, todos vamos equipados de pies a cabeza con la nueva colección. Nadie padece el frío y todos podemos concentrarnos en disfrutar la nieve.
A la mitad del día nos encontramos para almorzar en lo alto de la montaña; intercambiamos experiencias, recordamos anécdotas y recargamos energías. Después continuamos la jornada en aquella gigantesca red de pistas. Poco a poco, cada uno dio por terminada su jornada y regresó al hotel para descansar o tomar un baño en la alberca o el jacuzzi.
El último día se trata de aprovechar lo más posible. Hemos aprendido a sacarle el máximo provecho a nuestro equipo; algunas de las chamarras, por ejemplo, tienen un doble forro que puede removerse dependiendo del clima. Todas tienen cómodos bolsillos para guardar el pase para el ski lift, además de resortes tanto en los pantalones como en las chamarras que evitan que la nieve llegue al cuerpo. Los más expertos desaparecieron en las pistas más complicadas, mientras que los principiantes disfrutaban sus primeros triunfos.
No cabe duda de que no hay mejor lugar para poner a prueba una colección diseñada para las bajas temperaturas que este magnífico resort de esquí, el cual además nos regala uno de los paisajes más hermosos del continente.
Nos despedimos con una cena en la que todos los participantes compartimos algo de nuestra experiencia. Se sentía como el cierre de una escapada familiar. Fueron unos días de adrenalina compartida y máximo disfrute que seguramente todos recordaremos.