Los cafés han servido como puntos de reunión predilectos desde que la historia puede recordarlos. Así fue en las primeras cafeterías de las que se tienen registro, en la Estambul del siglo XVI, a donde la sociedad otomana acudía para encontrarse y conversar, antes incluso que para tomar café. Cuando casi un siglos después estos recintos llegaron hasta Occidente, la dinámica permaneció intacta: había que ir a las cafeterías parisinas y a las vienesas para encontrarse con las grandes ideas de la época.
Y aunque podría parecer que este carácter de reunión se mantiene aún en nuestros tiempos, lo cierto es que algunos locales están percibiendo un cambio histórico entre sus comensales. Mientras que antes lo común era entrar a una cafetería y encontrarse con el murmullo general de varias conversaciones revueltas, ahora está siendo reemplazado por el golpeteo de las teclas.
Entre nómadas digitales, freelancers y el home office, los cafés se han llenado de profesionales que, sin una sede propia donde hacer su trabajo o llevar sus juntas, encuentran ahí todo lo necesario: un lugar cómodo, café y wifi. Sin embargo, algunos propietarios no están del todo felices con la transformación de su negocio.
Los problemas
Aunque los negocios perezcan llenos desde afuera, lo cierto es que este tipo de ocupación no necesariamente se traduce en ganancias e incluso puede llegar a significar pérdidas. Muchos dueños han identificado que, aunque este nuevo grupo de consumidores pasa más tiempo en las cafeterías, no siempre consume más. Habrá clientes que puedan estar una jornada entera trabajando y haciendo uso de las instalaciones y haber consumido únicamente café, lo que resulta en una inversión que está lejos de ser sostenible para muchos, sobre todo para los pequeños empresarios.
Pero, más allá de lo económico, los cafés también están lamentando un repentino cambio de atmósfera que ahora los ha convertido en oficinas comunes y corrientes, en lugar de un espacio para socializar y poder tomar buen café.
Ronke Arogundade, dueña del café Dough Lover en Brighton, Inglaterra, notó que los comensales dejaron de observar y relacionarse con el ambiente que los rodeaba. Tanto los interiores, como la propuesta culinaria que ella y su equipo diseñaron cuidadosamente para crear la mejor experiencia posible, podían pasar desapercibidas. Por eso, tuvieron que tomar una medida arriesgada.
La solución: screen-free cafés
A lo largo de todo el mundo, cada vez es más común encontrarse con una advertencia importante antes de entrar a un café: no se permiten laptops. Algunos incluso se han aventurado a prohibir celulares y cualquier pantalla para crear los “screen-free cafés”.
Sin wifi, ni tecnología los dueños han observado cómo la conversación y la auténtica apreciación por lo que hacen ha resurgido. Tampoco es sorpresa que cada vez más comensales escogen estos lugares para desconectarse, convirtiéndolos en sus cafeterías favoritas.
Desde que prohibió las pantallas, el Enghave Kaffe de Copenhague se ha ganado el corazón de los locales quienes la reseñan como “la mejor cafetería de la ciudad”, “un café auténtico” y, sobre todo, “un lugar que no se siente como una oficina”.