Milán, eterna capital de la moda

Una ciudad que ha sabido reinventarse como polo cultural, artístico y ecológico.

15 Nov 2017
Milán, eterna capital de la moda

Estamos a mitad de julio de un verano caliente, calientísimo, por el clima, pero también por las novedades. Estoy en medio de un campo de grano y alrededor mío hay un pequeño grupo de personas con cámaras y celulares listos para inmortalizar el evento. Ahí, delante de su objetivo, está la persona que patrocinó este campo de grano, que en realidad no es más que una pieza ecológica de land art.

Wheatfield es el título de la obra, y se trata de un campo en plena ciudad creado por la artista estadounidense Agnes Denes. Cinco hectáreas de pura naturaleza en las que, en noviembre, nacerá un nuevo parque público con un nombre que promete mucho: Biblioteca de los Árboles. Es uno de los últimos y más importantes proyectos firmados por la Fundación Nicola Trussardi, y su promotora es nada más y nada menos que Beatrice Trussardi, presidenta de la fundación y anfitriona de esta jornada.

Para la primera y única cosecha, Beatriz viste un vestido que le llega a la rodilla, con diseños ópticos y un hermoso sombrero de paja. En la mano, en lugar de un elegante clutch, lleva un ramo de espigas que parecen convertirse en el símbolo perfecto de unión entre la moda, el arte y los temas de la Expo Milán 2015 “Feeding the planet, energy of life”, que desde el 1 de mayo, y hasta el 31 de octubre, ha transformado a la capital de la moda en la capital universal de la alimentación.

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A nuestras espaldas están los rascacielos de Porta Nuova, corazón del nuevo Milán, un barrio futurístico que desde hace algunos años ha empezado a cambiar el skyline de la ciudad.

Aunque Wheatfield, en definitiva, ha sido de ayuda, el área siempre ha contado con una impronta ecológica y sustentable, ya que a lo largo de Via De Castilla se han desarrollado varios proyectos verdes: junto a un antiguo depósito de la ATM (la compañía de transporte público milanesa), hoy transformado en el restaurante con estrellas Ratanà, hay, de hecho, un gran huerto, del cual el chef Cesare Battisti obtiene verduras de la estación para sus creaciones, que le han ganado, además, el título de embajador de la Expo.

Un poco más adelante se eleva, también, Vertical Forest, un complejo con dos edificios que obtuvo el International Highrise Award 2014 de entre 800 proyectos de todo el mundo.

Es necesario agregar algunas palabras sobre este increíble proyecto: el creador de las dos torres fue Stefano Boeri, arquitecto cien por ciento milanés que tradujo su idea de sustentabilidad a un bosque que se levanta hasta 112 metros.

La suma queda así: 800 árboles de tres y nueve metros, 21 000 plantas de más de 100 especies, 4 000 arbustos, 15 000 tornillos y plantas perenes, dos kilómetros de jarrones y floreros y un total de dos hectáreas de verde en 1 500 metros cuadrados, que son habitados por unas 1 600 mariposas y pájaros que anidan ahí.

Vivir en el Milano Green tiene su costo —entre 7 000 y 12 000 euros por metro cuadrado por los pisos más altos—, pero este proyecto le regaló a la ciudad la posibilidad de ofrecer una visión ultramoderna que antes no existía.

A partir del proyecto Porta Nuova nació City Life, que puede que sea todavía más grandioso y ambicioso: en el sitio donde se celebró la feria anterior, tres arquitectos superestrellas realizarán cada uno, de aquí a 2030, un rascacielos para llevar a Milán a la cumbre como ciudad de diseño europea. El primero que estará listo es el del japonés Arata Isozaki, y le seguirán los de Daniel Libeskind y Zaha Hadid.

A la espera de descubrir aquello que promete ser el nuevo polo de atracción, no sólo de negocios sino también de compras, residencial y de entretenimiento, todo de superlujo, me sumerjo en la vieja pero siempre espléndida atmósfera de los palacios aristocráticos del centro, y en particular del Quadrilatero della moda. De regreso a mi tema inicial, me encuentro delante de la casa Trussardi, que, desde 1996, tiene su sede junto a uno de los íconos histórico-artísticos más importantes de toda Italia, el teatro de La Scala.

En la boutique monomarca, del lado izquierdo del templo de la lírica, en el primer piso, se encuentra el café, con una especie de terraza desde donde se puede disfrutar del jardín vertical —en miniatura, pero jardín al fin—, que crece hacia arriba y recorre un cubo de vidrio. Es una eco-estructura cuyo diseño fue firmado por el arquitecto Carlo Ratti y, en la parte verde, por el francés Patrick Blanc, el “rey” de los jardines urbanos en Ville Lumiere.

Será también por este mix entre ubicación atípica y siempre viva, con música y un toque glamuroso, que su patio es un must, desde la hora del aperitivo hasta después del teatro (¡no olviden reservar!), sobre todo durante la semana de la moda, sobra decirlo.

En el segundo piso se encuentra el restaurante Trussardi alla Scala, encabezado por el chef Roberto Conti. Una mano joven y fresca que sabe interpretar el mood de la casa: atento a las tradiciones, pero con una mirada hacia la innovación en la materia prima y las técnicas.

Un poco como sucede con la casa Trussardi, nacida en 1911, en Bérgamo, como una manufactura de guantes de lujo que en muy poco tiempo conquistó a la familia real británica. Un siglo de enseñar la importancia en el detalle hace la diferencia. Hay que probar platos como el espagueti cacio pepe con erizo o el clasiquísimo risotto alla milanese con osso bucco para entender el sentido de esa búsqueda entre el pasado y el futuro.

El primer flagship store de Trussardi abrió en la ciudad en 1976, en Via Sant’Andrea, en el corazón del Quadrilatero, llamado así porque está formado por cuatro arterias: Via Manzoni, Corso Venezia, Via della Spiga y Via Monte Napoleone.

Empiezo mi tour justo aquí, recorriendo los 451 metros de “Montenapo”, como la llaman los milaneses —e inscrita, con justa razón— en el top de las calles más caras del mundo por su valor inmobiliario y por la concentración de marcas de lujo que han hecho historia.

Según las estadísticas, estas tiendas son responsables de un sorprendente 12% del PIL de Milán (PIL es el producto interno bruto por persona). Apenas 451 metros, 600 pasos y tres minutos de caminata, pero que aquí se sienten como un recorrido eterno si se hace en tacones —la vestimenta nunca es casual si uno va a “Montenapo” a la hora punta, o sea, siempre— además, calculando las 180 relucientes vitrinas y los Ferrari, Lamborghini y limusinas estacionados esperando al VIP en turno, recorrer la calle sin pararse se convierte en algo realmente imposible.

Una después de la otra, sin interrupciones, presumen sus últimas colecciones: Valentino, Prada, Alberta Ferretti, Gucci, Fendi, Etro, Loro Piana, Versace, Tod’s, Brunello Cucinelli, Larusmiani, Pucci, Ermenegildo Zegna, Fedeli, Agnona… No falta nadie, ni Armani, que además de su elegante patio, y sus monumentales oficinas generales en Via Manzoni, con espacio de café, restaurante (Nobu, de comida fusión japonesa, target de excelencia internacional, con mood minimal-chic al estilo del rey Giorgio), tiene un hotel de cinco estrellas, en un edificio que en el techo forma una gigantesca “A”.

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Quienquiera transitar los 40 años de historia de la flamante casa de moda puede ir a Zona Tortona, en Via Bergognone 46, junto al Teatro Armani, escenario de los desfiles.

Uno de los museos de reciente apertura es L’Armani Silos, un museo permanente de 4 500 metros cuadrados con diseños, fotografías y modelos de archivo que el rey Giorgio no ha tardado en nombrar como “la mia Tate Gallery, tutta bianca”. El espacio, diseñado por el japonés Tadao Ando, reutilizó los silos de la ex fábrica Nestlé.

A pocos pasos de ahí se encuentra otro de los museos nuevos, el Museo delle Culture, obra de David Chipperfield. Milán, siempre capital de la arquitectura… pero regresemos a “Montenapo”.

Aquí no podría faltar otra top brand con muchísima historia a cuestas (tiene ya casi 90 años de existir): Salvatore Ferragamo busca cerrar con broche de oro el baile con dos flagship stores en la misma calle, la boutique Uomo, sobre Via Manzoni, y Donna, sobre San Babila.

Ferragamo, además de moda, significa arte y cultura, gracias al museo en Florencia en el espléndido Palazzo Spini Feroni, de arquitectura medieval, en el Lungarno. Ubicación de la que tomó su nombre la cadena de hoteles de la marca, la Lungarno Collection, con cinco alojamientos en Florencia y uno en Roma. Este último tiene vista a las célebres escaleras de la Plaza de España.

Para enfatizar la naturaleza hospitalaria de la familia, y la belleza de la Toscana, hay otros tres proyectos personales de tres hombres de la casa: en la zona de Arezzo: Il Borro Relais & Chateaux, del hermano mayor, Ferruccio; Marina di Scarlino, enfrente del archipiélago Toscano, un hotel con club de yates creado por Leonardo, y sobre las felices colinas de Montalcino: Castiglion del Bosco, de Massimo, el más joven de los seis hijos de Salvatore padre, ubicado dentro de un pueblo con miles de años de historia —que volvió a nacer como resort de golf y vinos—.

Muy cerca del Armani —el segundo de la marca después de Dubái, ubicado dentro del Burj Khalifa, el rascacielos más grande del mundo—, a menos de 200 metros de Via Manzoni, se encuentra el Bvlgari Hotel, con un diseño esencial de Antonio Citterio, spa con alberca interior, restaurante de cocina creativa a cargo del chef Roberto Di Pinto y bar abierto hacia un jardín megacool.

En el hotel se pueden comprar las colecciones de joyería más cozy, como la última creada en plata y cerámica. Pero, para invertir en piedras preciosas, ya sean Bvlgari, Buccellati, Pederzani o Cusi hay que regresar a Monte Napoleone.

Bvlgari tiene su antigua boutique asomada entre Via Bagutta y San Babila. En este cruce de calles se encuentra la entrada de D&G World. A partir de Corso Venezia, vitrina tras vitrina, fuera de alguna pequeña interrupción, todo es una sucesión de boutiques Dolce & Gabbana: casa, belleza y joyería, que continúa en Via della Spiga con las colecciones haute couture y prêt-à-porter.

Las vitrinas de Dolce & Gabbana saben darse a notar, hipercoloridas y cargadas de ecos de la cultura siciliana, con cerámica, muebles, luces y telas hechas en el sur. En el número 15 del Corso Venezia está también Il Barbiere (un espacio reservado al grooming masculino) y Il Bistrot Martini: para un trago o un almuerzo ligero, un respiro en una atmósfera de los años cincuenta —con terminados en negro laqueado— que es parada obligada.

Hasta hace un tiempo, en la ciudad había también un restaurante de D&G, el Gold, en Via Carlo Poerio 2, un local que fue sustituido en febrero por el reconocido chef Filippo La Mantia. Aunque el diseño y la propiedad son totalmente nuevos, el espíritu de Sicilia se mantiene, pues Filippo es de Palermo y la cultura que se propone en la mesa es aquella de la isla madre del chef y de los dos estilistas. Una buena dirección para probar y tener bajo la mira.

En un tour por restaurantes de diseño, algunos merecen una mención especial. Ceresio 7  es un local de culto en el viejo edificio de la empresa eléctrica Enel, hoy headquarters de DSquared. En el cuarto piso, el ambiente que uno encuentra es casi estilo Miami, con dos albercas, una que mira hacia el skyline de Porta Nuova y la otra hacia City Life.

En el horno está Elio Sironi, lombardo, que encanta con su aperitivo de focaccia toscana rellena de mortadela, además de platos de inspiración internacional pero basados en las tradiciones regionales italianas. Al decirlo así parece que fuera una contradicción, pero esta mezcla es fruto de su currículo, que fue nutriéndose alrededor del mundo, pasando por Suiza, Estados Unidos, Japón y la Costa Esmeralda. Pero, además, de una experiencia muy importante en un resort único en su género, el ya mencionado Castiglion Del Bosco, de Massimo Ferragamo, quien, de nuevo, nos trae de vuelta a la moda.

Otra casa, otro restaurante milanés, es Mimmo Milano. Para subir al primer piso hay que cruzar primero el hall de la concept store Donup. La marca es cien por ciento italiana, pero la decoración del local tiene un eco parisino. El menú ofrece una amplia selección de productos finos: el carpaccio de camarones rosas, la crema al foie gras, el puré de manzana con cúrcuma, mango y frutos del bosque y el lechón de Segovia con plátano frito y espárragos. La zona es la de Porta Venezia, detrás del Diana Majestic, una dirección que hay que apuntar en la agenda por su happy hour en el jardín con DJ set.

Una pequeña curiosidad: ahí donde hoy hay árboles y flores, a principios del siglo XIX se encontraba el primer balneario de la ciudad. Y, a propósito de french touch, en el Quadrilatero no podían faltar las grandes tiendas made in Paris: Dior, Chanel, Yves Saint Laurent, Louis Vuitton y Cartier.

Este último está aquí desde principios de los años setenta —lvmh tiene otra flagship store en Galleria Vittorio Emanuele, enfrente de Prada. Dos gigantes que se enfrentan bajo la maravillosa recién restaurada galería que cruza de Piazza della Scala a Piazza Duomo.

En la Galleria, también llamada, Salotto de Milano, hay que ver hacia arriba para admirar los murales y los vitrales que volvieron a su esplendor después de 150 años de historia. Si quieren verlos desde un punto de vista privilegiado hay dos soluciones. La primera sirve sólo para los que no sufren de vértigo: el Highline Galleria, una pasarela que cruza por la cúpula de vidrio y ofrece una vista absolutamente inédita de la plaza y de la ciudad, ésa que tenían los trabajadores que en 1877 colaboraron en la construcción.

Abierta de 7:00 a 23:00 horas, es una de las grandes novedades que se han llevado a cabo con la excusa de la Expo, y que en poco tiempo se convertirá también en restaurante junto con el espacio del ex observatorio meteorológico, que se encuentra en el arco de ingreso de la Piazza del Duomo.

La alternativa para los que no son amantes de la adrenalina es Mercato del Duomo, el nuevo food store de Autogrill. La entrada es por la plaza: un árbol con las raíces a la vista en el hall evoca el tipo de comida que ahí se ofrece. Encuentras todo-en-un-mismo-lugar: desde puestos de frutas y verduras y la oferta de fast food but good de las pizzerías, hasta comedores de distintos géneros, como el restaurante de tres estrellas Michelin de Niko Romito, en el último piso, con cocina abierta y balcones que pueden reservarse para cenar, literalmente, a un paso del Duomo. Desde ahí pareciera que uno puede casi tocarlo.

En ese mismo piso se encuentra, también, Le Bollicine del Duomo, un food & wine bar dedicado a la degustación de platos sencillos de inspiración mediterránea, acompañados de espumoso Berlucchi. Desde el balcón, uno se encuentra al mismo nivel de la bóveda de la Galleria Vittorio Emanuele.

Dentro del mercado se encuentra la terraza Aperol: la paleta de colores va de grises al típico naranja Aperol y culmina en la terraza, que posiblemente tenga la vista más hermosa del Duomo. La única que puede competirle es la del food hall de La Rinascente. Con buen clima, la cúpula de vidrio —del Maio Restaurant y el Obikà Mozzarella Bar— se abre para dejar las agujas del Duomo a sólo un paso.

Dentro de La Rinascente, la dirección más nueva es, sin duda, Corallo Lobster Bar, un minúsculo restaurante con menos de diez mesas donde es posible comer paninis y platos a base de langosta de Maine. Pequeñas locuras gastronómicas originales en la capital de la comida de moda.

Regresamos los pies a la tierra y sigamos con nuestro nuevo leit motiv: la comida de lujo. En Monte Napoleone se encuentran algunas de las direcciones más exclusivas de toda la ciudad: la Pasticceria Cova, por ejemplo, para un café o un postre para llevar, tiene un ambiente vintage.

En una pequeña calle transversal, Via Borgospesso 12, está la casa del examante del general Radetzky. Ahí se encuentra el restaurante Bice cuya cocina, poder, riqueza y chismes están entrelazados tanto hoy como ayer.

Inoxidable es el éxito de Il Salumaio, que evolucionó de simple bodega de salami a restaurante, ideal para regalarse un lunch en uno de los patios más fascinantes de Milán. Sólo hay que acordarse de reservar con bastante anticipación para asegurar una mesa, sobre todo si es al exterior.

Delante se encuentra el Museo Bagatti Valsecchi y enfrente, en un ex convento medieval, está el Four Seasons Hotel. En su jardín, de geométricas pasarelas de setos, se respira un aire relajado, perfecto para hacer una pausa. Y, a propósito de hoteles de talla internacional, hay dos grandes que llegaron a la ciudad con motivo de la Expo: el Mandarin Oriental, detrás de Via Manzoni, con un spa de 900 metros y su sello holístico, al perfecto estilo de la marca, y Excelsior Gallia, un hotel histórico de principios del siglo XX, rediseñado con arquitectura sustentable, gracias a numerosos recursos tecnológicos y que forma parte de la Luxury Collection.

Para quien pueda, hay que reservar y vivir la suite Katara con sus 1 000 metros cuadrados y la terraza con alberca más grande de Italia. O si no, en el séptimo piso, también, uno puede disfrutar de una cena con tres estrellas Michelin en el restaurante Fratelli Cerea, que desde la vecina Bérgamo ha conquistado premios y reconocimientos en todos lados. Como sea, el wow factor está asegurado.

El Gallia está en la zona de la Estación Central, lo que equivale a menos de diez minutos a pie del Quadrilatero. Pero, para los que no saben más que hacer compras y no pueden esperar, en el hotel hay un espacio de la Associazione Monte Napoleone (para variar), que en una serie de vitrinas escenográficas muestra, en rotación, los highlights de los últimos desfiles.

En Milán es así: ¡la moda está en todas partes y no da tregua! Sobre todo cuando en la ciudad ha aterrizado (de nuevo, debido a la Expo) otra importante realidad que habla de arte y su relación con la moda, y viceversa: la Fondazione Prada.

Todas las calles están llenas de posters que invitan a visitar la nueva sede en Largo Isarco 2, obra de Rem Koolhaas. Y, una vez por el rumbo, vale la pena caminar un poco más hasta Viale Monte Nero para ir a Open, una librería que es también café-lounge y espacio de co-working.

Italia Independent es una marca pensada para los jóvenes, de descendencia de Agnelli, alias Fiat, alias FCA. Lapo Elkann es la cabeza de esta colección de accesorios de diseño: lentes únicos y fuera de lo común, como lo son, también, sus boutiques monomarca, como la que está en Via Monte Napoleone 19. Ahí en lugar de una recepción tradicional hay una “nariz” de Fiat 500, el techo y el pavimento están recubiertos de elementos fluorescentes que recrean un circuito automovilístico, algo que se tiene que ver, como hay que ver, también, las colecciones refinadísimas de guantes de todo tipo de Sermoneta, una de las 70 boutiques de Via della Spiga.

Boutiques fuera del Quadrilatero

Enfrente del Duomo se ubica Orobianco, donde las maletas, las bolsas, los zapatos y hasta los muebles para barcos están firmados por Giacomo Valentini, hombre de negocios con un fuerte sentido del gusto, creador de prototipos que se han convertido ya en musts del jet set.

Las maletas, por mencionar algo, son de fibra de vidrio con marco TecknoMonster, y son, por ahora, el nuevo símbolo de lo made in Italy con miras a Tokio y Londres. En los pisos superiores del mismo palacio, entrando por Via Passarella 2, se encuentra uno de los B&B más chic de Italia, Glamour Apartments, ocho suites inolvidables por su vista impagable en los techos.

En Via Torino, en cambio, hay que ir a Al Pascià, por sus bolsas de cocodrilo y sus pipas hechas a mano en ediciones especiales, con el encanto del arte vintage. Y, hablando de vintage, las direcciones en la ciudad que uno no debe perderse son Cavalli e Nastri, My Room Shop —para suéteres “ochenteros” con encajes y flecos— y Ulver Vintage, un espacio nuevo dedicado a los objetos de antaño.

Si hay una zona que hay que peinar para descubrir nuevas tendencias es, sin duda, los alrededores de San Marco. En la Via Solferino se encuentra el showroom Mononì, nacido en 2009 de una culotte, y evolucionado en una línea de ropa completa, con puntos de venta en París, Boloña, Verona, Florencia y, próximamente, Roma.

En Via Brera 23 tienes que detenerte para darle su lugar a tu nariz con las últimas fragancias de L’Olfattorio Bar à Parfums.

Hay dos direcciones de moda y diseño imperdibles: Momo Design, en Galleria San Babila 4, la marca icónica para los que aman la ruta, y 10 Corso Como, una concept store con galería de arte, café y un B&B con cuatro habitaciones muy buscadas por los adictos a la moda. Todo el concepto fue creado por Carla Sozzani, metida en el mundo de la moda desde hace 30 años, hermana de Franca, la famosa directora de Vogue Italia.

Los amantes de la buena comida no pueden perderse Eataly, un paraíso para quienes gustan de los mejores ingredientes, pero quieren encontrarlos en el mismo lugar. En cada uno de sus pequeños restaurantes especializados hay carnes, pescados, pizzas, pastas… todo el sabor italiano en un solo sitio.

Fuera de la ruta, y fuera de lo común, es Una posta a Milano, en Cascina Cuccagna, cerca de Porta Romana: las piedras y los ladrillos pertenecen a un cortijo original de 1698, en el que se producían hortalizas. Hoy es hogar de un bar, de un restaurante y, desde el verano de 2015, de una florería. Hospitalidad simple y genuina, al límite de lo espartano, pero que mantiene la calidad, sobre todo de lo que ofrece en la mesa el chef de la casa.

Nicola Cavallaro seleccionó varios productos italianos y bio para crear sus platos, como la hamburguesa a la parrilla con jitomates, sopa vegana y croquetas de quinoa. Durante el verano invita a su cocina a colegas del lejano Oriente para organizar noches estilo japonés. Todo esto también llegó a tiempo para la Expo. Además ofrecen un innovador, y seguramente duradero, servicio de reparación de bicicletas en el cortijo, algo que va bien con el espíritu verde de la ciudad. No se sorprendan si en el patio antiguo, pero súper de moda, se topan con modelos o VIPS. Así son los milaneses: cool but healthy.

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