Incluso desde antes de hablar con Olmo, artista plástico y uno de los fundadores del proyecto, sabía que me iba a costar definir a Mono Rojo en pocas palabras. Lo intuí por las piezas que ya conocía del taller. Eran divertidas, pero al mismo tiempo de una profunda complejidad estética, algunas funcionales y otras enigmáticas, con algo muy naíf y también una notable influencia japonesa.
“Cada quien lo explica de diferentes formas”, me dice Olmo en una llamada, “en realidad, es el resultado de la efervescencia de varios artistas que trabajamos juntos”. En 2012, junto con Hiroshi Okuno y Ernesto Diez, fundó el taller de cerámica Mono Rojo, que “nació del caos”, sin ninguna pretensión ni ruta específica.
Olmo define el proceso de creación dentro del taller como “una miniserie” que cambia de trama y personajes con cada temporada. “Mantenemos una cierta constancia, pero en general ha sido una transformación muy dinámica”. A pesar de casi 12 años evolucionando, del paso de tantos artistas y la resistencia a autodefinirse, hay hilos conductores que mantienen la forma del proyecto: la cerámica, el diseño y el humor.
Todas las piezas de Mono Rojo pasan por un exhaustivo proceso de investigación para crear el material adecuado o por reflexiones muy clavadas para transgredir los acabados y las formas comunes, pero Olmo cuenta que el ambiente en el taller siempre es divertido. Un poco porque su espacio, una pequeña casona porfiriana en Santa María la Ribera, obliga a tener cercanía y compartir.
Así han forjado un estilo propio. A pesar de que todos los artistas invitados aportan algo diferente, Mono Rojo es reconocible por sus materiales innovadores, referencias juguetonas y, sobre todo, la unión de varias expresiones estéticas para producir algo extraordinario.
“Estamos enfocados en crear piezas de alto valor”, dice Olmo, “todo lo que hacemos en el taller está cargado con la información de nuestras investigaciones, con el contenido de nuestras conversaciones y nuestra capacidad pictórica e imaginativa. No somos un taller en donde se produce al por mayor”.
Es un proceso que, de alguna forma, también dota a la cerámica de una solidez con la que el consumidor normalmente no la asocia. “A veces juega un papel medio indeseable. Es barata, comparable con todos los objetos de la casa que se rompen”, piensa Olmo. Pero, el virtuosismo y la exigencia técnica de Mono Rojo invitan a, por lo menos, repensar la cerámica.
Un destino magnético
Desde el principio, Mono Rojo se hizo de un vínculo casi indisociable con la cultura japonesa. Hubo un tiempo en que platos o vasos de muchos restaurantes japoneses en la ciudad, como Mog o Taro, se hacían aquí. También han sido varios los artistas de Japón que han pasado por el taller, como Anri Okada o Naoya Sakaguchi. Sin embargo, Olmo dice que, como muchas cosas en el proyecto, ha sido algo fortuito. “Es un destino magnético. Definitivamente hay una afinidad y nos fascina la tradición japonesa, pero nunca ha sido algo premeditado”.
Estamos enfocados en crear piezas de alto valor. No somos un taller que en donde se produce al por mayor.
Olmo
Aunque, si alguien puede ser responsable de esta influencia, es Hiroshi. “Verlo trabajar en el torno, de alguna forma generó una escuela en el taller”, me cuenta Olmo. Él y su esposa, Maya Sakuma, importaron procesos, técnicas y conocimientos que aprendieron desde su formación en Japón, pero también fueron receptivos a los materiales y técnicas del país a donde llegaban, empezando a formar el característico estilo de Mono Rojo.