Capri ha fascinado a artistas, literatos, escritores y, por supuesto, amantes de la dolce vita. Sus aguas cristalinas contrastan con sus acantilados empinados y su paisaje adornado de arbustos mediterráneos, flores de retama, bugambilias y, por supuesto, limoneros, que se han convertido en un símbolo distintivo de este lugar.
Durante el día, la isla se llena de visitantes que quieren pasar las horas de sol en sus playas y que probablemente sólo estén pasando por ahí en alguna embarcación. Sin embargo, por las tardes y noches se vuelve más tranquila y sus calles son más fáciles de recorrer.
¿Qué hacer?
La Fontelina es una parada obligada. Este club de playa te hará vivir en carne propia lo que es tomar el sol bajo las sombrillas del conocido patrón italiano azulado. Para llegar, tendrás que bajar una colina que te recompensará con las vistas y debes tener en cuenta que aquí no hay arena, sino piedras calizas que conforman la playa.
En Anacapri, Lido del Faro se encuentra junto al faro de Punta Carena. Un restaurante con vistas panorámicas, platos exquisitos y una alberca de agua salada crean el plan perfecto de un verano italiano.
¿Dónde comer?
L’Olivo ofrece una experiencia culinaria inigualable. Dirigido por el chef Andrea Migliaccio, este restaurante con dos estrellas Michelin celebra la gastronomía en un entorno más elegante. Su plato insignia, los tagliolini de limón con queso burrata y langostinos rojos.
Para una experiencia más rústica, Le Grottelle ofrece una opción familiar tallada en la roca. Las comidas se preparan en una parrilla al aire libre, mientras que la terraza ofrece vistas al punto de Campanella.
¿Dónde hospedarse?
Al final de la panorámica Via Tragara se encuentra Punta Tragara, en una villa modernista construida por Le Corbusier. Desde su construcción ha visto varias renovaciones, pero siempre mantiene el protagonismo de su mejor característica: la vista.
