Cerdeña se cuenta aparte, tanto en lo que respecta a Italia como entre los destinos veraniegos de Europa. Desprendida del resto de la bota, tiene una cultura particular, que se remonta a la prehistoria, e incluso su propia lengua. Se ha convertido en uno de los retiros favoritos de celebridades y políticos por su belleza natural, pero algo también tiene que ver la privacidad que ofrecen las exclusivas propiedades que se esconden entre sus acantilados.
Sus distinguidos visitantes la han dotado de un aura de lujo y exclusividad que reconocemos en otras costas de la región, pero en la segunda isla más grande del Mediterráneo hay suficiente espacio para sorpresas y lugares ocultos.
¿Qué hacer?
Cerdeña se puede recorrer de punta a punta en un trayecto de cuatro horas en coche, sin mencionar lo fácil que es moverse por agua, como los habitantes de la isla acostumbran, por lo que vale la pena ir de ciudad en ciudad y salir del hotel. La mayoría viene acá por las playas de película, y no es para menos. Algunas, como Cala Goloritz, han sido catalogadas como las mejores de Europa. En Cala Luna, en la costa este de la isla, también se puede nadar entre cuevas, como la famosa Bue Marino.
Cerdeña también es un lugar de muchísima historia y cultura. De hecho, por toda la isla se encuentran varios sitios arqueológicos, como las ruinas fenicias de Tharros o los anfiteatros de Cagliari. Los murales del poblado de Orgosolo, pintados para evitar la construcción de una base militar, son un testigo más moderno de lo aguerrido de la cultura sarda.
Costa Smeralda, al norte de la isla, es el epicentro del glamour. Específicamente, la localidad de Porto Cervo, ideal para comprar en boutiques, pasear en yates y tomar algo en terrazas con vistas al Mediterráneo.
¿Dónde quedarse?
En todos estos años de jetsetting, Cerdeña se ha ido llenando de lujosísimos hoteles y clásicos mediterráneos. El Cala Di Volpe recuerda la primera época dorada de la isla, con un encanto sesentero que lo hizo protagonista de una película de James Bond y el diseño original de Jacques Couëlle, legendario arquitecto de la Costa Azul. El Petra Segreta es otra opción que muestra un lado diferente e inesperado de Cerdeña, al cambiar la playa por las montañas de San Pantaleo y la fiesta por un enfoque de wellness.
¿Qué comer?
La tradición y la cultura de Cerdeña se extienden gracias a su gastronomía, uno de los mayores orgullos locales. Los protagonistas indudables son sus quesos, sobre todo el famoso casu marzu, que se traduce como “queso podrido” del sardo y que literalmente está infestado de larvas de mosca. Aunque las autoridades sanitarias han prohibido su producción, aún se puede encontrar en cualquier trattoria.
De hecho, estas cocinas familiares son lo mejor para probar delicadezas locales, como el pane carasau o la pasta malloreddus. La isla también tiene restaurantes de alta cocina, como Il Fuoco Sacro, que sirve cocina mediterránea multipremiada en San Pantaleo, o Somu, en Baja Sardinia, ambos con estrellas Michelin.
¿Qué beber?
La tierra en Cerdeña es generosa con la uva. Las que mejor se dan son la cannonau roja y la vermentino blanca, transformadas por productores locales y cantinas sociales en excelentes vinos, a mejores precios y sin demasiadas pretensiones. No es difícil encontrar algo bueno para maridar. La ciudad de Oliena, al oeste de la isla, por ejemplo, está rodeada de viñedos familiares que comercian su producción entre los restaurantes y las tiendas locales.
Cerca de ahí, en Dorgali, está Atha Ruja Poderi, un viñedo que ofrece catas tanto de vino como de aceite de oliva. Otra opción, tal vez más refrescante, es una Ichnusa helada, la cerveza local, que incluso viene etiquetada con la bandera sarda y se ha producido en la isla por más de un siglo.