Me quedan pocos amigos para salir a beber. Están mis amigas que son mamás de tiempo completo y ni siquiera consideran la idea de sentarse en un bar después de las 7:00 de la noche, bebiendo algo que les impida despertar al día siguiente, a las 6:00 de la mañana, para hacer el lunch de sus hijos. Están también los amigos que a esas mismas 6:00 de la mañana están sumando kilómetros en su Garmin mientras el sol se asoma por el lago de Chapultepec. O, de plano, los que han renunciado a este vicio (y, francamente todos los que los rodeamos se los agradecemos) porque por fin admitieron que el alcohol no les sienta bien.
Y luego está Bebeta (como la conocen sus amigos, aunque en realidad se llama Maritza). Ella es mi amiga más antigua (nos conocemos desde primero de primaria) y mi fiel compañera de noches largas, que para mí generalmente incluyen uno –o varios– negronis. Cada vez que llega a la mesa el vaso, que en el mejor de los casos incluye un hielo XXL rodeado de un líquido rojo-naranja, me dice: “Me encantaría tomar negroni, pero de plano no puedo”. A la pregunta de por qué se le antoja tanto, a pesar de que no le gusta –porque me consta que lo ha probado varias veces, pero la historia siempre termina en una mueca de desagrado–, ella responde: “Se ve divino, generalmente lo sirven en vasos bonitos. Es un trago que hay en todos lados y además siento que está de moda”. Todo cierto. Pero, si es así, ¿por qué Bebeta no puede tomarlo, por más que sus ganas y motivos para hacerlo son suficientes? La respuesta es simple. El negroni es amargo. Y ese sabor no es para todos.
Y sí, el negroni está de moda
Cada año, la revista Drinks International le pregunta a más de cien bares de 33 países distintos cuáles son sus 10 cocteles clásicos más populares. Y, por segundo año consecutivo, el negroni encabeza la lista.
Pero yo creo que el negroni, como las personas, cambia con el tiempo. Entre más pasa uno –ojo, este trago se toma lento o se sufren las consecuencias– girando el vaso old fashioned y platicando en la barra, más se diluye el hielo. Y, obviamente, la bebida se vuelve más ligera y por lo tanto más fácil de tomar.
Es un trago que no tiene pierde, porque siempre se hace con las mismas proporciones: misma cantidad de ginebra que de Campari y de vermut rojo. Claro, nunca faltan los que disfrazan de coctelería de autor las modificaciones innecesarias a un coctel de por sí perfecto. Y entonces están los mezcalonis (con mezcal en vez de ginebra) o los negronis con un vermut hecho en casa, que por lo general son más especiados de lo normal, o el negroni más viral de los últimos años: el sbagliato, que en vez de ginebra lleva vino espumoso. Si tienen TikTok, sabrán de lo que hablo.
Entonces, ¿qué puede hacer que un negroni sea distinto en este bar que en aquél? Lo primero es motivo de burla para muchos, pero es una realidad: el hielo. Los escépticos creen que los mixólogos les han tomado el pelo con el tamaño y el tiempo que invierten en los hielos que utilizan en sus barras de un tiempo para acá. Pero la realidad es que un hielo grande tarda más en derretirse y, por lo tanto, es capaz de cambiar por completo el sabor del coctel. Lo segundo es el vaso. Para mí, entre más delgado sea, mejor. Es una cuestión que tiene que ver, incluso, con la sensación al tomarlo con la mano. Y no por nada hay un mundo detrás de la cristalería de lujo. Finalmente, y lo más subjetivo, creo que tiene mucho que ver con el momento y el ambiente cuando lo tomas. Un negroni sabe bien en soledad, frente a la barra.
Un negroni más ligero
Para los que, como Bebeta, tienen muchas ganas de tomar un negroni, pero no soportan su amargura, está el americano, que es como un negroni “largo”, más ligerito, y lleva Campari, vermut y un splash de agua con gas.
Pero si el mixólogo te explica el paso a paso y le pone amor a la confección, toma otro sentido por completo. Si bebes un negroni en el bar del hotel, mientras esperas a que los demás bajen de su habitación, seguramente lo harás con más prisa que si lo tomas con tus amigos a modo de aperitivo de media tarde.
El negroni siempre se confecciona del mismo modo (o al menos así debería ser), pero el contexto en el que lo tomes puede cambiar por completo su sabor.