Es difícil pensar en una guía de dulcerías en Ciudad de México. Después de todo, una guía está hecha para encontrar lo que no se deja ver a simple vista, lo que no está en la superficie. Y en la ciudad los dulces están por todos lados. En las piñatas, en las maquinitas, como vuelto en las tienditas que no tienen suficiente cambio. Nos llegan hasta el auto, con los vendedores ambulantes que se desplazan entre el tráfico. En el Metro, por un precio inamovible de 10 pesos, y ni hablar de las calles.
Ciudad de México es una dulcería en sí misma, donde lo más fácil es conseguir calidad y variedad. La abundancia nos ha dado una industria de colores imaginados e ingeniosos puntos de venta que le han picado las muelas a varias generaciones. Éste es un repaso a granel por su diversidad y algunos puntos icónicos.
Todos los caminos llevan al Centro
Lo que no se puede encontrar en las calles del centro de Ciudad de México probablemente no exista. Incluso hubo un tiempo en que sus mercados y grandes almacenes alimentaban a toda la capital, y aunque ahora ese comercio se ha concentrado en la Central de Abastos, gran parte de los dulces de la ciudad siguen saliendo de aquí.
Más precisamente de La Merced, que siempre ha sido la médula comercial del Centro Histórico. En sus caóticas entrañas se encuentra el Mercado de Dulces Ampudia, desde donde la ciudad no sólo se surte de sus antojos al por mayor, sino también de las materias primas más especializadas y algunos dulces típicos que llegan de otros estados.
Cerca de 150 locales, tres cuartos de siglo de historia y cientos (cientos) de abejas recorren estos pasillos. Se han convertido en las visitantes más habituales, que, atraídas por las cubiertas dulces de la frutilla, han tomado el mercado por completo. Algunos de sus consentidos son los higos cristalizados o los chilacayotes, en torno a los cuales se forman pequeñas colmenas. Sin embargo, conviven en paz con locatarios y marchantes usuales, quienes se han acostumbrado a su presencia y ya ni siquiera temen que los piquen.
En otros lugares del Centro se han tenido que inventar métodos más ingeniosos para desplegar la abundancia del producto. El Cafeto, una de las instituciones dulceras más longevas y queridas de la capital, pautó la clásica estética cristalina que hace frenar hasta a los transeúntes más apurados. Aquí los dulces a granel se dejan ver de puertas afuera, en unas peceras diseñadas específicamente para inducir el antojo.
Pero, si vamos a hablar de clásicos, es necesario pasar por Dulcería de Celaya. Con más de 150 años de historia, el local de Avenida 5 de Mayo vende buñuelos de rodilla, yemitas, jamoncillos y recuerdos. Es uno de esos negocios que ya no existen en ningún otro lado. No sólo por sus recetas de otros tiempos, sino sobre todo por sus interiores anacrónicos, con acabados barrocos, más normales en un palacio que en una dulcería mexicana.
Viejas costumbres
Los clásicos caramelos de ron con envoltura amarilla, las lenguas de gato, los taponcitos de chocolate, los corazones perfumados de azúcar. Los dulces que se quedaron grabados en la memoria capitalina. Habrá quienes los recuerden como un sabor perdido de la infancia; otros, por su omnipresencia inexplicable en casa, y muchos se preguntarán qué fue de ellos.
Algo ocurrió en el intermedio, quizá la llegada de otros sabores, de envolturas más llamativas, más ad hoc con los nuevos tiempos. De pronto empezaron a volverse una rareza, dulces de culto que sólo existían en el recuerdo. Lo cierto es que muchos aún se preparan en Ciudad de México. Son negocios familiares, en las fábricas de siempre, con sus propios expendios donde todavía podemos viajar en el tiempo.
Laposse, que producía los controvertidos caramelos macizos con pasas, sigue funcionando en su fábrica de Xoco, al sur de la ciudad, desde donde también salen clásicos como mazapanes de nuez, los chocolates Teens o los caramelos de mantequilla y ron.
Para quienes extrañan las entrañables lenguas de gato, hay que ir a la fábrica de Bremen, cuyas puertas se mantienen abiertas después de más de 80 años. Cerezas con chocolate, taponcitos, bombones y otras maravillas de antaño siguen preparándose conforme a las viejas costumbres en este rincón de la calle de San Simón, en la colonia Santa María Insurgentes.
Tradiciones de otro ritmo
Ciudad de México va forjando sus tradiciones con la misma rapidez con la que vive. La mayoría de sus rincones no admiten la paciencia que requeriría un oficio artesanal, pero esta ciudad es tan grande que puede transcurrir en varias velocidades. Vivir en diferentes compases, al mismo tiempo.
Mientras que las fábricas y oficinas trabajan a su ritmo en otras partes, Santiago Tulyehualco elabora sus tradicionales alegrías. Éste es uno de los 14 pueblos originarios de Xochimilco, de alma chinampera, donde aún se vive de la agricultura y se mantienen tradiciones prehispánicas, como la elaboración de dulces de amaranto.
Cuando es temporada de cosecha, a finales del año, las semillas de esta planta que se da tan bien al sur llegan al resto de la ciudad en forma de las tradicionales alegrías de Tulyehualco. Quizá sea el dulce más auténtico que tiene la capital.
Dulcería de a pie
Tener antojo de algo dulce es un problema de solución sencilla para quienes habitan Ciudad de México. Puedes confiar en que un merenguero llegará al rescate tarde o temprano, cargado de su delicada mercancía en una charola sobre la cabeza y listo para jugársela en un volado con cualquier cliente dispuesto a duplicar su pedido ante la derrota.
En Ciudad de México, lo dulce no queda limitado por las paredes de algún local, sino que recorre las calles en los carritos de gomitas, para conveniencia de los antojadizos. Incluso en las iglesias, con los pedacitos de oblea que las monjas salen a vender a las plazas.