Una espesa y oscura nube cubrió el cielo de Quebec en pleno verano, como si fuera Mordor o Ciudad Gótica. Las ráfagas de viento y una tormenta eléctrica fueron las culpables de bajarle el ánimo a miles de personas que esperaban con ganas de ver a Feist y Vance Joy, entre otros, pero en especial
el que sería el último concierto de Les Cowboys Fringants, durante la 55a edición del Festival de Verano de Quebec, en 2023. Este grupo, cercano al corazón de los québécois por señalar con sus letras, de manera directa e incisiva, problemas políticos y sociales, anunció recientemente que su vocalista ya llevaba luchando contra el cáncer más de tres años y que el panorama no era el más alentador. Por esa razón, los québécois vivirían este concierto de manera emotiva, pues en la calle se murmuraba que podría ser el último gran show.
Esta encantadora ciudad del norte de Canadá, que por momentos parece sacada de un cuento de Harry Potter o de una esquina de Disney World y donde se habla un francés nasal que, para los oídos de un parisino, parece más un dialecto, merece ser visitada por varias razones.
No sólo porque tiene el festival musical de verano más grande de Canadá, sino porque sus calles empedradas y su arquitectura regalan los aires más europeos de Norteamérica. Quebec encierra atractivos turísticos insospechados. Habría que tener en cuenta que hay parajes naturales sorprendentes a tan sólo 20 minutos en auto desde el centro. Para comenzar, una visita a las cascadas de Montmorency es obligatoria. Al llegar se pueden hacer caminatas, pero también tomar el teleférico para llegar a la cima de sus 83 metros, más altas que las célebres cascadas del Niágara. La caída y el sonido por la fuerza del agua resultan más que relajantes y la vista merece contemplación.
A unos 10 minutos de ahí se encuentra la isla de Orleans. Esta isla rural es conocida por su belleza natural y su producción agrícola de alta calidad. Es un destino popular para los locales durante los fines de semana, ya que, sin necesidad de hacer un largo trayecto, las personas se encuentran en el campo disfrutando las colinas ondulantes, la vista sobre el río San Lorenzo y los múltiples huertos de árboles frutales.
Dependiendo de la estación, se pueden conseguir blueberries, grosellas, uvas, manzanas o las famosas fresas de verano, las cuales salen a relucir en todos los menús de la ciudad. Ésta es la oportunidad para pasar por los mercados locales y, además de comprar productos frescos, llenar una bolsa con las maravillosas mermeladas que se consiguen ahí. Uno de los lugares en los que hay que hacer una parada sería Tigidou, un paraíso para los amantes de las mermeladas y donde se pueden probar muchas de sus variedades antes de decidirse por la favorita para llevar a casa. También está el complejo de Cassis Mona et Filles, cuya actividad gira alrededor de los productos derivados de la grosella negra. Además de almorzar de manera campestre en su restaurante, se puede hacer una cata de los distintos licores y vinos de grosella negra con vista a los campos de esta fruta. No hay que irse de ahí sin haber probado los helados o haber entrado a la tienda por una mantequilla, mostaza o alguno de los vinagres hechos con estas bayas. Para la comida, lo mejor es dirigirse hacia Goéliche Hôtel para probar un clásico de la gastronomía de la región mientras se disfruta la bella vista sobre el río. Hay que escoger el poutine de la isla, un plato contundente que consiste en papas fritas bañadas con una salsa de ajo negro, carne de pato, chícharos y tocino. Para recorrer la isla y no perderse de nada vale la pena tomar alguno de los tours especializados que hace Conciergerie du Terroir.