Una piscina es más que un agujero en el suelo lleno de agua. Es una obra arquitectónica que, con su aparente frivolidad (es para nadar o refrescarnos), sirve de excusa para hablar de arquitectura, de progreso (o no) social, de seducción y de diversión.
Todas comparten una vocación de bienestar, aunque cada cual tiene su personalidad. Todas, tan diferentes, tan parecidas, merecen ser celebradas.
La piscina ortodoxa
Hagamos una prueba no demasiado científica. Pidamos a un grupo de amigos o a los niños de un colegio que dibujen una piscina; la gran mayoría la dibujará rectangular. Ésa es su silueta más común. Su origen es funcional: es la que facilita el nado. Así lo plantearon los ejércitos napoleónicos, que delimitaron zonas de los ríos con esta forma para poder entrenarse; a partir de entonces se extendió. ¿Ventajas? Se adapta a distintos terrenos, permite instalar tumbonas alrededor y es elegante, además de que nos recuerda su origen deportivo. Hay miles de ejemplos de piscina canónica. La mayoría de las interiores, por lo asociadas que están con el bienestar, son así. Observemos el encanto de la del novísimo Hotel Sommerro, en Oslo, situada en un antiguo baño de los años treinta y decorada por Per Krohg. Sin embargo, son las exteriores las más piscinas. Disfrutemos el aire mediterráneo de la delHôtel Le Sud, en la Costa Azul. Eso es una piscina.
La piscina que se enfrenta al mar
Hay una piscina que tiene la autoestima muy alta: la que se atreve a enfrentarse al océano. Álvaro Siza proyectó en su aldea natal, Matosinhos, una de las piscinas más hermosas del mundo. En la Piscina das Marés, a 20 minutos de Oporto, no se sabe dónde termina el mar y dónde empieza el trabajo del hombre. Esta piscina oceánica, como todas las de su estilo, nos habla de límites y de control frente a la ferocidad de la naturaleza. En Australia hay numerosos ejemplos y, aunque impresionantes, ninguna alcanza la potencia estética de las de Siza, quien logró que en la batalla entre la piscina y el mar ganaran las piscinas.
La piscina social
¿Nadar o mirar? Ésa es la pregunta que surge en el bordillo de determinadas piscinas. Hay piscinas que encuentran su sentido en los cruces de miradas, las charlas entre tumbonas, el roce de los cuerpos. Son piscinas en las que el agua es tan importante como las personas que la rodean. Piscinas como la de La Mamounia, en Marrakech, son así. Hay que pasar una mañana tomando el sol en su enorme perímetro con un sombrero en la cabeza para sentirse entre las páginas de una revista o protagonizando una película en la que alguien se enamora con intensidad de alguien más.
La piscina con pedigree
Una piscina es un desafío interesante (y lúcido) para cualquier arquitecto o diseñador. No se trata de abrir un hueco y llenarlo de agua: hay que llenarlo también de carácter. Hay piscinas con nombres y apellidos. Miremos el trabajo de Philippe Starck en Lily of the Valley, un cruce entre hotel y centro de bienestar en Francia que cuenta con varias piscinas, todas diseñadas por él. Son todas rectangulares (hay arquetipos que se solapan) y es con el piso en damero y el uso de los materiales donde se transparenta Starck. Peter Zumthor proyectó hace 20 años unas termas en Vals (integradas en el Hotel 7132) que son toda una declaración de intenciones arquitectónicas: el paisaje manda, el arquitecto obedece.
La piscina loca
Fueron comunes en los años sesenta y setenta: las había en forma de paleta de pintor o de gato. Hoy nos encontramos algunas que suelen ser guiños a sus dueños. No tienen que ser tan extravagantes, es suficiente con que se escapen del canon, como lo hace la oficina-barco de Le Bristol, en París. Hoy, esta tradición de piscinas de formas caprichosas languidece y esto nos lleva a preguntarnos: ¿son las piscinas demasiado políticamente correctas?
La piscina reflexiva
Toda piscina concentra a su alrededor una energía ligera. Casi toda piscina. Hay algunas más graves: son piscinas que invitan a la reflexión y en eso se parecen al mar. La piscina redonda de Reschio, en Italia, es así. Rima con el paisaje exterior y el interior. No es para nadar, aunque puedes; no es para saltar ni charlar, pero si quieres un spritz, lo tendrás. Es para estar en silencio. Una piscina así es pura poesía.
La piscina mitómana
Hay piscinas que lo han visto todo: estrellas con muchos Oscars, romances clandestinos, sesiones de fotos. Si contaran todo lo que saben… La del Hotel du Cap-Eden-Roc (Oetker Collection), que ya inspiró a Scott Fitzgerald en Tender is the Night, es un aire fresco para quienes acuden al Festival de Cannes, igual que la del Cipriani (Belmond) lo es para quienes asisten al de Venecia. Pero si hay un hotel mitómano, y para mitómanos, es el Beverly Hills. Se podría escribir la historia del cine siguiendo las huellas mojadas de quienes se han bañado en su piscina.
Las piscinas finitas
A diferencia del mar, que es agua desatada, la piscina es agua bajo control. Las piscinas infinitas juegan a ser diosas, porque su naturaleza es que tengan límites. Ésta es una defensa de las piscinas que sólo quieren ser piscinas. Las de los riads marroquíes, más cercanas a las fuentes, son el epítome de la piscina finita. Estas plunge pools tienen límites claros y poco extensos. En Sâo Lourenço de Barrocal, una granja-retiro rural admirable de Portugal, hay una piscina demarcada por una roca de granito de cuatro metros. Eso sí que es un límite poderoso.
La piscina alegre
Esta tipología de piscinas abunda, porque una piscina es, por definición, un lugar feliz. Sólo hay que agudizar el oído cuando pasamos cerca de una: se oyen risas. Esta alegría aumenta si estamos de vacaciones y en un hotel, que también es energía feliz. Si, además, estamos en una isla, la apuesta sube. Si a toda esta ecuación le agregamos un poco de color, la probabilidad de ser feliz ahí dentro se eleva por los cielos. Esto ocurre en muchos lugares como Roosevelt Island en Manhattan, donde Alex Proba pintó un mural en la terraza de una piscina pública para un proyecto curado por K&CO y Pliskin Architecture.
La piscina ultra urbana
Hay piscinas que son trofeos. Son esas que están rodeadas de concreto, que son una mancha azul o verde en medio de un entorno gris, que son un pedazo de naturaleza en la ciudad. Hablamos de las piscinas de las azoteas, de los jardines interiores, de las piscinas que encuentran su hueco entre coches y edificios. En Madrid hay una mítica que lleva abierta desde finales de los años cuarenta. Es la del Hotel Emperador, en la última planta de un hotel de la Gran Vía y que aún es la más grande y fotografiada de las piscinas de la ciudad. Ava Gardner, por supuesto, se bañó en ella.
El agua dentro del agua
Hay piscinas que son como matrioskas, piscinas que son un hueco de agua dentro de o sobre agua. Hablamos de las piscinas en cruceros y barcos (como las barcazas de Belmond que surcan los ríos franceses) o de las escasas piscinas de Venecia. Hay una subcategoría interesante: piscinas sobre lagos, y ahí es el lago Como el que acapara el protagonismo por historia y fotogenia. Miremos la piscina del Grand Hotel Tremezzo: justifica en sí misma un viaje a Italia.
La piscina que juega al escondite
Hay piscinas juguetonas, piscinas que quieren pasar desapercibidas, piscinas Zelig. Se funden con el paisaje, con sus materiales y con los colores. Las de The Rooster, con su color verde oscuro, se confunden con Antíparos, la isla griega en la que se encuentran. Son piscinas intrigantes: quién supiera qué traman.
La ecopiscina
He aquí un tema sensible: la piscina en tiempos de sequía y calentamiento global. Hay que enfrentar esa realidad. El nuevo viajero consciente exige protocolos sostenibles y los hoteles lo saben, por lo que cuidan que el uso del agua tenga sentido. Hay algunos que llevan esta conciencia al extremo y cuentan con piscinas naturales. La Donaira es un ecoresort de Andalucía cuya piscina es de agua de manantial (algo que se procura cada vez más). En Nayara Bocas Bali, la piscina es una escalera por la que se entra al mar en la playa de Kupu-Kupu. En ambos casos, los límites entre la naturaleza y la piscina se funden. ¿Es ése el futuro?