A pesar de que la Navidad es, en Occidente, una celebración en la que hay elementos invariables (el arbolito, los regalos, el pavo, la cena y el recalentado), cada país tiene sus propios platillos que los diferencian.
Y mientras que en la Toscana el menú tradicional incluye jabalí y en los países nórdicos no pueden faltar el arenque y el salmón, en México -en particular en el centro del país- no hay Navidad sin romeritos.
De maleza a buenaza
Los quelites son lo que en gran parte del mundo se conoce como “maleza”, es decir, hierbas que crecen en forma silvestre entre cultivos -en la milpa, por ejemplo- y en casi cualquier terreno con mínimas condiciones de humedad y temperatura, en el que no intervenga la mano del hombre.
Los aztecas, entre otros pueblos originarios de América, descubrieron que estas hierbas eran no sólo nutritivas sino también sabrosas. Ricos en nitrógeno, aminoácidos y proteínas, los romeritos se incorporaron a la dieta diaria.
Después de la conquista, muchos alimentos tradicionales de los pueblos nativos no fueron integrados a la cocina colonial, hasta que comenzó el verdadero mestizaje en las cocinas del Nuevo Mundo.
Al plato y con mole
Como en casi todas las grandes historias, el protagonista atraviesa una crisis hasta terminar convertido. En el caso del romerito, su introducción en la dieta novohispana surgió durante un momento de escasez en el que las monjas carmelitas del Templo Conventual de la Soledad, en Puebla, decidieron recurrir al saber originario, ya que contaban con pocos ingredientes.
Así, experimentaron con los quelites con mole (palabra que viene del náhuatl “mulli” y significa “salsa”), también de origen prehispánico, una salsa en la que se combinaban chiles y otros ingredientes como pepitas de calabaza y jitomate para darle sabor a los alimentos.
Se dice que al momento de la creación de los romeritos con mole, las monjas apenas contaban con papas, nopales y este quelite. Con estos pocos ingredientes crearon un platillo que resultó más sabroso de lo esperado y al que bautizaron como “revoltijo” (sí, la creatividad a la hora de bautizar los platos vendría siglos después…).
¿Por qué en Navidad?
Fue la conjunción de dos casualidades la que convirtió a los romeritos con mole en un platillo navideño perfecto. La primera, que fue creado en la época decembrina. La segunda, que debido a la ausencia de proteína de origen animal se la consideró idónea para las épocas litúrgicas, lo que explica que también se consuma durante la cuaresma.
El resto es historia en nuestros platos cada fin de año.