A las afueras de Äkäslompolo, en la región lapona de Ylläs y 115 kilómetros al norte del círculo polar ártico, Piri-Piri, Teriyaki, Wasabi y Tandoori ladran enérgicamente para dejar en claro que están listos para iniciar la aventura. Aguardan impacientes, sabedores de que la diversión es inminente y que los trineos están preparados para partir: en sólo unos minutos podrán descargar toda su adrenalina corriendo por los blancos senderos que rodean el vecino Parque Nacional de Pallas-Yllästrunturi, el tercero más grande de Finlandia.
Es un patio de juegos por el que ellos, junto a otra veintena de huskies, se deslizarán en trineo a toda velocidad y a lo largo de cuatro kilómetros por paisajes de cuento en los que la nieve, como cada invierno, se vuelve la gran protagonista.
Una vez que se anuncia la salida, no hay vuelta atrás. Aproximadamente 10 minutos es lo que los perros tardan en recorrer, dependiendo del clima y la pericia que el viajero tenga en el manejo del trineo, la distancia establecida en la ruta. Diez minutos en los que, a pesar de las gélidas temperaturas que entumecen manos y pies, el disfrute es al máximo: alrededor, el paisaje se revela colmado de frondosas arboledas y eternos páramos nevados que ofrecen un claro ejemplo de por qué en estas latitudes se toman tan en serio el respeto a la naturaleza.
No en vano, 75% de Finlandia, declarado en incontables ocasiones “el país más feliz del mundo”, está cubierto por bosques. De todos ellos, algunos de los más antiguos, con más de tres mil años, se hallan en Ylläs. Para poder explorarlos hay una red de vías y senderos, una suerte de “autovías” alternativas, marcadas claramente para el uso exclusivo de motos de nieve, bicicletas, la práctica de esquí de fondo o, incluso, trineos. Aquí, claro, los coches brillan por su ausencia.
Recorrer la estampa en un trineo de nieve tirado por perros es sólo una de las actividades que se pueden vivir en Konijänkkä, la granja que Miriikka Areva, original del sur de Finlandia, y Tomi Oulujärvi, su marido, gestionan desde hace más de 16 años. Fue la pasión compartida de ambos por los animales lo que los llevó a ser los anfitriones de este sitio, donde cuidan con esmero de los 26 huskies que conforman la manada y que conviven con 12 caballos y un puñado de renos.
Mientras Tomi se afana en dar de comer a estos últimos algunas ramas de Usnea cavernosa –una suerte de liquen que crece en los árboles de la región y que confirma que nos encontramos en uno de los lugares con mejor calidad de aire del mundo–, nos desvela que los grandes reyes del paisaje lapón mudan sus cuernos cada año; cuando aparecen de nuevo, pueden llegar a crecer hasta dos centímetros al día, mientras que su pelaje, preparado para los climas extremos que se dan por estas latitudes, concentra en sólo un centímetro cuadrado nada menos que 1,700 pelos.
Miriikka y Tomi demuestran con su historia que no es difícil enamorarse de esta tierra cuando se descubre por primera vez. Hay algo en el ambiente que atrapa para siempre a sus visitantes. Tanto, que muchos deciden cambiar de vida y establecerse en la zona. Tal vez sean las siete bellas colinas que dan forma y color al paisaje de Ylläs, o quizá sea la oportunidad que brinda esta tierra de admirar la naturaleza más auténtica, sus bosques, lagos y montañas, con sólo salir de casa.
Sea como sea, si hace 10 años las dos localidades que conforman la región, Ylläsjärvi y Äkäslompolo, sumaban un total de 300 habitantes, hoy la cifra se ha cuadruplicado, pero el número continúa siendo tan insignificante que practicar cualquier actividad en total soledad es lo habitual. Eso sí, llegada la temporada de nieve, los visitantes superan con creces la cifra.
Aventura motorizada
Esa Tuokko es un guía especializado en aventura y parte del equipo de Ylläs Experience, una pequeña empresa local que ofrece una amplia carta de actividades. Nos lleva en una ruta que recorre sólo una pequeña parte de los hasta 300 kilómetros de vías establecidas para las motos de nieve en la región. Una excursión de varias horas –aunque las hay de jornadas completas, e incluso de varios días–, durante la cual nos empapamos de la esencia lapona en todo su esplendor. La singularidad de lo que va apareciendo ante nosotros nos invita a parar constantemente y contemplar, con tranquilidad, las postales nevadas. En cada cruce, a cada poco, nos sorprenden ávidos esquiadores de fondo atravesando el paisaje; por algo Ylläs es conocida como la meca de este deporte.
También nos topamos con pequeños grupos que, ataviados con raquetas de nieve y bastones, se adentran en las entrañas del parque nacional. Esa, nuestro guía, propone seguirles los pasos para mostrarnos qué es lo que más le fascina de esta región. No lo pensamos un segundo, cambiamos los cascos por raquetas y, una vez en el corazón del bosque, rodeados de árboles milenarios y estampas desbordantes de belleza, nos pide que paremos: el silencio, la nada, se apodera entonces de la escena. Ahí, precisamente, se halla la esencia de este remoto lugar.
Un silencio que se ve interrumpido de tanto en tanto por los sonidos que la propia naturaleza provoca. Es momento de cerrar los ojos y escuchar: ahí está el suave roce de las ramas de los árboles movidas por el viento. También el crujir de la nieve bajo nuestros pies o el sonido puntual cada vez que ésta se precipita al suelo desde lo más alto de los abetos. Cuando nos damos cuenta, tras subir y bajar delicadas lomas flanqueadas por ríos helados, los árboles desaparecen y el paisaje se libera: nos encontramos ante un inmenso lago helado, el Äkäslompolo, ideal para la práctica de otro de los pasatiempos preferidos por los finlandeses: la pesca del grayling ártico.
En cuestión de minutos, Esa ha sacado de su mochila los instrumentos necesarios para pasar a la acción. Con la ayuda de un berbiquí, hace un agujero en el hielo y nos da las claves para que la actividad sea fructífera: con delicadeza, hay que dar suaves toques a la caña de pescar para que el anzuelo logre despertar a aquellos peces que descansan en las profundidades. A pesar del esfuerzo y la atención, no cumplimos con las expectativas, así que, con el sol ya casi oculto en el horizonte –llegados los últimos meses del año, las horas de luz se reducen a apenas cuatro al día–, decidimos poner remedio a la falta de éxito con un festín lapón sobre la mesa. Es hora de comprobar a qué sabe Ylläs.
Tradición y modernidad en el plato
Cuenta el Parque Nacional de Pallas-Yllästrunturi, epicentro de toda actividad relacionada con la naturaleza en la región, con innumerables oasis, los llamados wilderness cafes, en los que se puede olvidar durante un rato las gélidas temperaturas del exterior, que en la época invernal pueden llegar por debajo de los 20 grados bajo cero. Son pequeñas cafeterías a modo de cabañas de madera en plena naturaleza, en las que hay la oportunidad de probar una reconfortante bebida caliente y algo de comida, siempre al cobijo de una chimenea junto a la que se entra en calor.
Una de las más famosas es Navettagalleria, de Lea Kaulanen, que es también una galería de arte donde nos topamos con obras de artistas locales decorando cada rincón. En las paredes, mesas e incluso en el techo se exhiben desde llamativos cuadros hasta enormes esculturas que hacen referencia a los seres mitológicos que habitan los bosques lapones. Almas mágicas que velan por cada una de las personas que los visitan.
Es una buena oportunidad para probar dulces locales, como los munkkis, una suerte de dona finlandesa casera que es la perdición de los más golosos. Para aquellos espíritus foodies que buscan una experiencia gastronómica diferente, la propuesta la hallamos a sólo 20 kilómetros, en el popular Snowvillage, un singular proyecto que vio la luz hace ya 22 años. En este emplazamiento tiene lugar, cada noviembre, la construcción de una aldea efímera levantada únicamente con hielo y nieve, en la que participan alrededor de 50 personas y que alberga, además, un hotel y un restaurante.
Una popular atracción que, año tras año, cambia de temática y decora túneles y pasillos con figuras de hielo de toda índole. Así, caminamos entre réplicas de la Torre Eiffel, del Big Ben o del Taj Mahal hasta alcanzar el restaurante, donde incluso las sillas y mesas están hechas de agua helada. Acomodados en una de ellas, disfrutamos un menú degustación de modernas presentaciones, basado en recetas tradicionales en las que no faltan productos de la zona, como el salmón, el reno o el grayling ártico.
Finalmente llega la hora de dormir en uno de los 10 refugios con los que cuenta el Arctic Skylight Lodge, envueltos por las espectaculares luces del norte. La aurora boreal nos espera.
Cuando el cielo estalla con color
Cuando se presencia la aurora boreal en primera persona, y ésta decide mostrarse en todo su esplendor, uno se siente pequeño ante la inmensidad. Insignificante frente a la magia del universo.
Nunca será mala idea aprovechar este regalo de la naturaleza desde la comodidad de una cabaña, mientras somos partícipes del espectáculo a través de las ventanas. Sin embargo, la experiencia se torna más especial para aquellos que se animan a calzarse las botas y admirar la belleza desde el exterior, aunque sea a temperaturas bajo cero; todo esfuerzo acaba por tener su recompensa. Junto al Artic Skylight Lodge, vecino al bosque milenario en el que se encuentran desperdigadas sus cabañas, se despliega un extenso lago con la amplitud suficiente para admirar las auroras desde su orilla. Eso sí, para poner la guinda al pastel, ¿qué tal observar las auroras desde el sauna del hotel o sumergidos en su jacuzzi exterior?
En plena noche… ¡y sin luz!
El día que Pete Sipiläinen, un importante empresario de Helsinki con un negocio de barberías abiertas por toda Europa, supo que una clienta buscaba un guía para su empresa de turismo activo en Ylläs, no lo pensó dos veces. Llevaba una vida demasiado ajetreada que le hacía viajar de un lado a otro sin cesar, entre aviones y reuniones de manera constante, pero conocía bien la región lapona: hacía años que tenía una casa allí. Así que, ¿por qué no probar?
De esta manera, llegado el periodo invernal de 2022, cuando el manto blanco lo cubrió todo y dio inicio el calendario de aventuras sobre la nieve, tomó sus maletas y se instaló allí. Desde entonces, varios meses al año se ocupa de guiar a grupos de visitantes por los bonitos parajes del Parque Nacional de Pallas-Yllästrunturi. Y lo hace de una manera muy original: subidos en fat-bikes, bicicletas eléctricas de ruedas anchas para conducir de manera segura y efectiva por la nieve. ¿Lo mejor? Una de sus propuestas es hacerlo en la oscuridad de la noche, en plena soledad y bajo la única luz de las linternas.
Preparados para lo que pueda venir, empezamos a pedalear tras él y enseguida nos vemos abrumados por varias sensaciones. Apenas podemos intuir los árboles, sus copas nevadas, los arbustos e incluso los senderos que van marcando el camino. El sonido de las ruedas de las bicicletas al rozar la nieve se convierte en la banda sonora de la experiencia, que nos permite concentrarnos en lo que vemos, pero también fantasear con lo que no apreciamos.
Tras una hora de intenso recorrido alcanzamos uno de los múltiples laavu repartidos por el parque: es ésta la palabra finlandesa utilizada para nombrar los refugios de madera donde los excursionistas pueden recobrar fuerzas y entrar en calor. Pete enciende una hoguera, comparte varios bocadillos de reno ahumado y queso que saca de la mochila, y aprovecha la ocasión para hablarnos sobre el Jokaisenoikeudet o Everyman’s Rights, la ley finlandesa que defiende que toda persona que viva o visite el país tiene la posibilidad de caminar por sus campos, recoger sus frutos, pescar en sus ríos y lagos o disfrutar sus áreas naturales con total libertad, independientemente de que lo hagan en lugares privados, siempre y cuando sea con respeto. Una lección más de civismo que apuntar.
Un idilio con la nieve
Jo Ormós es una de las propietarias de un negocio que abrió sus puertas en la calle principal de Äkäslompolo tres años atrás. Jolie Lounge & Cafe se sale un poco de lo establecido, ya que deja atrás las líneas tradicionales de Laponia en cuanto a diseño y formas, y ofrece un espacio para una rica y sana gastronomía en un ambiente lleno de estilo y moderno.
Hacerse un hueco en una de sus mesas a mediodía no termina de ser del todo simple. El éxito cosechado es tal que son muchos los locales que acuden a diario a disfrutar su menú. Una propuesta que Jo, normalmente al frente de la cocina, cambia hasta ocho veces al año, pero que tiene como base los productos que la tierra le proporciona: no faltan en la lista las setas o hierbas aromáticas que ella misma recolecta junto a su socia, Eija Pakkanen.
Como tantos otros habitantes de la región, ambas proceden de lugares diferentes del país, pero años atrás encontraron en Ylläs el paraíso que andaban buscando. Aquí se conocieron mucho antes de decidir embarcarse en este proyecto gastronómico juntas, por lo que fueron testigos de la transformación del lugar. Si antes Ylläs contaba con numerosos trabajadores que venían en invierno para aprovechar la temporada de nieve, y volvían a marcharse en cuanto ésta se daba por finalizada, cada vez son más aquellos que alargan y alargan las estancias hasta convertir este rincón finlandés en su hogar.
Aun así, la oferta de empleo de cada temporada es un atractivo para muchos monitores y amantes de los deportes de nieve que aprovechan los meses álgidos, cuando la actividad bulle, para acercarse hasta este rincón lapón. Un detalle que no es de extrañar si se tiene en cuenta que en Ylläs se halla la estación de esquí más grande de toda Finlandia. Subir hasta uno de sus picos más altos, el Yllästunturi, de 179 metros, es posible desde ambas laderas de la colina, aunque la manera más práctica de hacerlo es en un teleférico. ¿Una curiosidad? Una de las cabinas, preparada como sauna, puede alquilarse por horas para deleitarse con esta tradición nacional también desde las alturas. Nosotros, sin embargo, optamos por hacerlo bien abrigados y sin calor; en siete minutos hemos llegado a la cima.
Y una vez más nos sorprende el enclave con sus incomparables vistas –la panorámica, en días claros, alcanza los 100 kilómetros a la redonda– y sus fascinantes estampas. A nuestros pies, una alfombra infinita y blanca ofrece el goce deseado a quienes, con esquís o tabla de snowboard en mano, se deslizan con delicadeza loma abajo a la conquista del paisaje. El viento se siente fuerte acá arriba. Las banderas ondean con ímpetu y las manos se resienten. Antes de que la cosa vaya a más, nos resguardamos en Ylläskammi, una conocida cafetería alojada en una cabaña donde Elisa Rytkönen se encarga de servir, a quienes andan deseosos de un plato caliente, una de las sopas de salmón más deliciosas de todo el país.
Encontramos un hueco en una de las mesas compartidas y miramos alrededor. Nos sorprenden las miles de peculiares tazas de madera que cuelgan de cada centímetro de las paredes. Son kuksas, recipientes tradicionales utilizados en Laponia para portarlas los días de excursión a la montaña: fáciles de llevar y cómodas de limpiar en los ríos o con la propia nieve, todo lapón posee la suya y la utiliza durante toda su vida. Las que vemos aquí, sin embargo, jamás salen de las cuatro paredes del negocio; cada cliente sabe que, siempre que regrese, encontrará su propia kuksa, con su nombre grabado en ella, esperándolo en la pared.
Saciado el apetito, y con el alma henchida de amor por esta tierra que tantas emociones nos ha transmitido, admiramos por última vez las maravillosas vistas antes de la despedida. Y lo hacemos convencidos de que, tarde o temprano, regresaremos a este paraíso del slow-life donde la conexión con la naturaleza y la vida pausada son las claves del éxito. Un desconocido paraíso por explorar que nos ha terminado de conquistar. Quién sabe, quizá en unos años seamos nosotros mismos los protagonistas de esta historia.