La confluencia de la 5ta avenida y la calle 57 rebosa (como prácticamente el resto de la ciudad de Nueva York) con actividad. Ubicada a sólo dos cuadras de Central Park, la esquina está flanqueada por la famosa departamental Bergdorf Goodman, la tienda insignia de Louis Vuitton, la joyería Tiffany donde Audrey Hepburn apareció en Breakfast at Tiffany’s, y el edificio que la cadena de hoteles de superlujo Aman Resorts escogió para su primer desarrollo en la Gran Manzana.
Para el debut de su primer resort urbano, Aman eligió el histórico Heckscher Building, una torre de 26 pisos que abrió sus puertas en 1921 y que fue diseñado por ‘Warren & Wetmore’, el mismo despacho detrás de la Grand Central Terminal. Y aunque es famoso por su remate puntiagudo y por ser uno de los espacios comerciales más costosos de los Estados Unidos, el Heckscher también tiene otra peculiaridad que los miles de transeúntes que pasan de largo frente a él parecen ignorar: fue la primera sede del MoMA.
Las damas que almuerzan (y coleccionan arte)
Tras el final de la Primera Guerra Mundial, la década de los 20 había llegado con todo a la ciudad de Nueva York. La economía crecía a pasos agigantados, nuevos pasos de baile se practicaban en los clubes de jazz, los vestidos ligeros desplazaban a los elaborados ceremoniales corsés, y un grupo de tres damas de la alta sociedad neoyorquina comentaba su inquietud sobre la falta de un museo dedicado al arte moderno en su ciudad.
En los cincuenta años que llevaba abierto, el Museo Metropolitano de Arte se había consolidado ya como el recinto cultural más importante de la Gran Manzana, y su colección, repleta de antigüedades y artefactos provenientes de culturas de todo el mundo, rivalizaba con la de cualquier gran museo europeo. Sin embargo, la institución se negaba tajantemente a mostrar cualquier obra realizada de la segunda mitad del siglo XIX en adelante, y Abby Rockefeller y Lillie P. Bliss decidieron tomar cartas en el asunto.
Ambas mujeres eran ávidas coleccionistas de arte moderno, y en mayo de 1928 se reunieron para almorzar con la profesora y también coleccionista Mary Quinn Sullivan para discutir la idea de establecer un nuevo museo en la ciudad, uno exclusivamente dedicado a coleccionar, mostrar y difundir el arte de su época. El hecho de que las tres mujeres perteneciesen a algunas de las familias más influyentes y ricas de la época ayudó, y menos de un año después de su almuerzo, el Museo de Arte Moderno abrió sus puertas el 8 de noviembre de 1929 en el doceavo piso del edificio Heckscher con una muestra dedicada a Cézanne, Gauguin, Seurat y Van Gogh,
El inicio de la colección del MoMA
El museo había abierto sus puertas sin una colección propia, pero antes de que el año terminase, recibió su primera donación: un dibujo y ocho prints impresionistas alemanes. Sin embargo, estas nueve obras no eran suficiente para sustentar un programa, y la institución siguió operando a través de muestras temporales de artistas contemporáneos. Todo cambió en 1934. Lillie, una de las fundadoras originales, falleció prematuramente en 1931 a causa de cáncer, y donó su excelente colección al museo que había ayudado a establecer.
Prácticamente de la noche a la mañana, la aún novedosa institución se hizo de una colección de más de 150 obras realizadas por los más importantes artistas franceses de finales del XIX y principios del XX: Cezanne, Renoir, Degas, Seurat y Redon. La importancia de la donación fue tal, que incluso Alfred Barr, el director del museo, llegó a expresar que gracias a ella, “Nueva York ya podía mirar en la cara a Londres, París, Berlín, Múnich, Moscú y Chicago”. Más sorprendente aún, fue que el testamento de Lillie estipulase que el MoMA era libre de vender las obras que le había donado, siempre y cuando fuera para adquirir nuevas piezas. La formación de la colección del MoMA había comenzado.
Inspiración bauhausiana para la sede permanente
La respuesta de los neoyorquinos hacia el nuevo museo fue (muy) positiva. La revista TIME reportó que ya en marzo de 1930, 1,500 personas diarias visitaban el museo. El piso rentado en el edificio Heckscher pronto resultó insuficiente, sin mencionar las quejas que recibían de los demás inquilinos de la torre a causa del ruido y las multitudes, y en 1932 lo abandonaron. A lo largo de sus primeros 10 años, el MoMA se movió tres veces a espacios cada vez más amplios, y finalmente, en 1939, se mudó a la que sería su dirección permanente: el número 11 de la calle 53.
El nuevo edificio había sido diseñado por Philip Goodwin en colaboración con Edward Durell Stone específicamente para albergar el museo. La nueva construcción, con sus seis pisos recubiertos de cristal y su inspiración bauhausiana, sobresalía entre las casas afrancesadas con las que colindaba, y además de triplicar el área de exhibición de la institución, contaba con una biblioteca, área de oficinas y un auditorio pensado para el programa fílmico.
Arte popular, piezas industriales y algunas polémicas
Desde su concepción, el MoMA había sido pensado como un espacio interdisciplinario con una fuerte labor pedagógica que que ayudara a la gente a entender y disfrutar el arte que se estaba haciendo en su tiempo. Con el objetivo de mostrar algunas de las influencias del arte moderno, durante los años 30 el museo presentó exhibiciones sobre arte africano, arte popular estadounidense (que incluía juguetes y moldes para hornear), arte mexicano, objetos utilitarios industriales hechos en masa, y arte indígena de los nativos americanos, donde un joven y aún desconocido Jackson Pollock se impresionó al ver a los artistas navajo realizando en vivo, una obra sobre el piso.
Estando totalmente dedicado al arte del momento, las políticas de coleccionismo y exhibición del MoMA fueron ocasionalmente polémicas. Mientras que algunos artistas veían políticas conservadoras cuando el museo no mostraba su obra, la prensa frecuentemente se extrañaba (o escandalizaba) ante las ‘aberraciones’ que llenaban las vitrinas de las muestras dedicadas al dadaísmo y al surrealismo.
Au revoir París, hello New York
Gracias a sus acaudalados y cultos residentes, Nueva York había consolidado espléndidas colecciones de arte, tanto públicas como privadas, desde el siglo XIX. Sin embargo, y aunque Europa se había mantenido como la referencia indiscutible en cuanto a producción artística, esto cambió radicalmente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Los artistas modernos y de vanguardia que vivían en Alemania y Austria, descalificados como ‘degenerados’ por los nazis, fueron los primeros que se vieron obligados a abandonar el Viejo Continente, y mientras la guerra se expandió, los demás les siguieron. En conjunto con el Emergency Rescue Committee, Barr y su esposa se dedicaron a apoyar a los artistas europeos y conseguirles los papeles y fondos que necesitaban para salir de Europa y emigrar a los Estados Unidos.
Peggy Guggenheim y Alby Rockefeller pagaron de su bolsillo el boleto de muchos de ellos, y eventualmente muchos de los vanguardistas artistas que solían residir en París y frecuentar sus cafés, empezaron a ser vistos por las calles neoyorquinas. André Breton, Marc Chagall, Max Ernst y Piet Mondrian fueron algunos de los pintores que llegaron a los Estados Unidos gracias a las operaciones de ‘rescate’ de Barr. Muchos, como Yves Tanguy, Fernand Léger, André Masson y Jacques Lipchitz, se domiciliaron también en la Gran Manzana, y repentinamente Nueva York—la ciudad que unos años antes no contaba con un sólo museo de arte moderno— se encontró a sí misma convertida en la capital mundial del arte.
El conde austriaco que amaba el arte popular
Tras catorce años como director del MoMA, Alfred Barr fue súbitamente despedido. Los conservadores miembros de la junta directiva y del fideicomiso del museo se desesperaban cada vez más con sus ‘excentricidades’, y cuando en diciembre de 1942 decidió instalar un boleador de zapatos decorado en lugar de un árbol de navidad, decidieron removerlo de su cargo. Su puesto permaneció vacante por seis años, y finalmente fue ocupado por el conde austriaco René d’Harnoncourt, un curador autodidacta que, tras haber vivido en México por 4 años, había llegado a Nueva York como miembro de la exposición Mexican Arts que se presentó en el MET en ese año
Gracias a su formación fuera de la Academia, D’Harnoncourt tenía ideas bastante novedosas sobre la manera en que el público se acercaba y miraba las obras de arte, y ya en el MoMA (donde colaboró por varios años antes de ser nombrado director), fue un pionero en revolucionar la museografía y el modo en que las exposiciones eran montadas.
Bigger is better: la constante expansión del MoMA
Con una colección que nunca dejaba de crecer, los seis niveles del edificio del MoMA en la calle 53 terminaron por resultar insuficientes. A través de los años, el museo había continuamente creado nuevos departamentos, dedicados lo mismo a las artes performáticas que al diseño industrial y la publicidad, y en 1953, Philip Johnson emprendió la primera reforma del museo. Johnson remodeló el jardín escultórico, recientemente rebautizado en honor a Abby Rockefeller, y en 1964 le fue asignada la tarea de diseñar una nueva ala para expandir las galerías.
Menos de dos décadas después, la institución emprendió otra gran reforma, ahora comandada por César Pelli. El arquitecto argentino duplicó el área de exhibición, agregó un segundo auditorio, un par de restaurantes y una librería. Además, una nueva ala de de seis pisos fue acomodada dentro un rascacielos adyacente al museo que también había sido diseñado por Pelli, y la ampliación fue completada en 1984, en el marco del cumpleaños 50 de la institución.
Parecía que una tradición de realizar ampliaciones con motivo de los aniversarios más importantes del museo había sido instaurada. Tras 72 años de historia, el MoMA se aproximaba a su cumpleaños número 75, y como no podía ser de otra manera, comisionó una nueva expansión, ahora a cargo del japonés Yoshio Taniguchi. Las obras de la renovación más extensiva de la ya venerable institución neoyorquina comenzaron en el 2001, y estuvieron listas en el 2004.
Una institución global para el nuevo milenio (y otra expansión)
Fiel a su espíritu interdisciplinario y a su misión por coleccionar el arte de su tiempo, el MoMA llegó al siglo XXI con nuevas misiones: exhibir obras cada vez más complejas (como las esculturas de gran escala de Richard Serra), incorporar nuevas voces y personajes dentro de su narrativa de la historia del arte, poner la lupa sobre regiones subrepresentadas, e integrar nuevos formatos a su colección, como el arte digital.
Ante esta situación, el museo decidió emprender otra expansión. La meta era simple: reinventar al MoMA. Los trabajos debían de estar terminados para el aniversario número 90 de la institución en 2019 y el encargado de realizarlos fueron los despachos Diller Scofidio + Renfro y Gensler. Las obras avanzaron de acuerdo al plan, y el año previsto, el museo volvió a abrir sus puertas con un incremento de 30% en su espacio de exposición, y un diseño que fomenta la integración de la institución con la ciudad.
Irónicamente, la pandemia del coronavirus en el 2020 hizo que el MoMA (como prácticamente todos los museos del mundo) cerrara temporalmente sus puertas. Ante esta situación, la institución se abocó a las plataformas digitales, lanzando cursos, conferencias y hasta clubs de cine virtual. De este modo, y mientras se aproxima a su aniversario número 100, y esperamos a ver si no se planea realizar otra expansión para marcar la ocasión, lo único de lo que se puede estar seguro, es que probablemente Abby Rockefeller, Mary Quinn Sullivan y Lily Bliss nunca llegaron a imaginar que su museo llegaría a convertirse en una de las instituciones culturales más célebres, populares y reconocidas del planeta.
MoMA
Calle 53 West #11
Nueva York, NY, C.P.: 10019