1. Café Paraíso
Un flamenco rosa luminoso (que desde hace unos meses es famoso en Instagram) recibe a los visitantes al final del pasillo; al Café Paraíso se entra por una puerta que da a la Cibeles, sin ningún anuncio. Así es como uno cambia de un ambiente citadino a uno tropical.
El lugar suena a Cuba, a Colombia, quizá a República Dominicana. Desde luego, no a las cumbias o reguetones de la radio, sino a una sutil selección de insider, que además cambia cada día dependiendo del dj, siempre siguiendo una línea de lo mejor y lo diferente.
En los tragos predominan las frutas y el mezcal, son frescos y divertidos, juegan con texturas y colores orientados al trópico y el Caribe. La pequeña pista de baile se llena conforme pasan las horas, aunque los visitantes aprovechan cualquier espacio libre entre las sillas para dejarse llevar por el ritmo.
Imperdible: acercarse a la barra de Yayo y escuchar las historias detrás de cada trago, como la del árbol de guayabas de casa de su abuelo.
2. Luciferina
Los días de la Roma-Condesa están contados; la Juárez es el terreno más fértil de la ciudad, donde los mejores restaurantes, galerías, tiendas y bares comienzan a establecerse. Luciferina, en un edificio porfirista restaurado, es la muestra de cómo hacer las cosas bien.
En alguna época aquí funcionó una imprenta, así que aprovecharon los aparatos de esa industria para adaptarlos como mesas, y el menú está encartado en un libro. Aunque no es ése el tema principal, sino la barra de 360 grados, en el centro del local y con varios metros de altura, todo gira en torno a ella y viceversa.
La delicada mixología se agradece, así como las buenas porciones de comida, muy llena de sabor, sabrosa en toda la palabra. Hamburguesas con pan de la casa, pizza en horno de leña, salchichas artesanales alemanas; todo es para compartir.
Imperdible: el coctel Aragog, con cachaza, pisco y veneno de tarántula, que adormece la lengua y cosquillea los labios, muy adictivo.
3. Mezcalería Mundana
En el centro también están pasando cosas interesantes, y una de ellas es Barrio Alameda, un edificio recuperado que da a la también remodelada explanada (con un suave y parejito suelo que atrae a patinadores y skaters; un divertido paisaje). Mundana está al fondo del inmueble, es un pequeño local donde acaso caben 25 personas. El énfasis está en el mezcal, y en la barra de Jacomine Flores ponen mucha atención en eso. Toda su breve existencia la ha dedicado al mezcal, y conoce el proceso, dónde lo hacen y a los productores.
Aunque los cocteles le quedan excelentes, ella prefiere que un buen mezcal se tome solo, y, en todo caso, se acompañe con algo muy discreto, como el tomate verde, a diferencia de la naranja que sirven en casi todos lados, y que, dice Jaco, mata los sabores y las miles de notas de esta bebida.
Imperdible: el mezcal de agave Tepextate de Oaxaca, la variedad más fina de la carta.
4. Hanky Panky
Encontrar el acceso, detrás del clóset de una fondita, es apenas el primer paso para entrar; después de eso se requiere de una llave digital para que la puerta de acero de alta seguridad se deslice y, entonces sí, llegar a uno de los lugares más extravagantes de la ciudad.
Una hermosa barra de mármol blanco corre por todo el local. Se siente un lujo exquisito, que se exacerba con la secrecía. La bartender Berit Jane, mixóloga experta en tragos clásicos (su favorito es el Hanky Panky, y, en honor a ello, Walter Meyenberg, socio y diseñador, llamó así a este lugar), mezcla con cuidado cada bebida mientras en la cocina se preparan los deliciosos platos diseñados por el chef Maycoll Calderón.
Las sillas y sillones más cómodos son el mejor lugar para ver pasar las horas acompañados de cocteles, y, al final, salir por una puerta falsa que por fuera parece un refrigerador, despidiendo este mundo alternativo.
Imperdible: el Hanky Panky de Jane, con vermut rojo Cinzano, gin y fernet, y decorado con piel de naranja.
5. Xaman
Un respiro de la cotidianidad con un toque de magia y misticismo. A Anthony Zamora, mixólogo francés, le cautivó el espíritu del desierto mexicano, así que lo dispersó en la decoración, las vajillas y las plantas que ambientan este sótano en la Juárez.
En cada trago, Anthony equilibra sabores, flores y especias, y todo lo hace sonriendo, con buena vibra y orgulloso de la dedicación que ha puesto en cada uno. Combina mezcales, whiskies, ginebras, tequilas, pimientos, chiles y cilantros; de ahí salen cocteles como el Calebasse, el Piedra del Mar (inspirado en su esposa mexicana) o el Chamuco. Lo mejor es hablar con Anthony y que él te indique cuál es el adecuado para ti.
Otra cosa que distingue a Xaman es la distribución de espacios y la independencia entre ellos: es un sitio amplio pero acogedor, incluso la sala de fumar, que recuerda a un sauna y huele a copal. Casi un temazcal.
Imperdible: pide la tetera para compartir, un trago fuerte pero casi místico.