Tendemos a coleccionar objetos que relacionamos con épocas más felices, por eso muchas veces es difícil explicar los orígenes de esa pasión. El coleccionista de autos Enrique Castro nos compartió su experiencia al respecto: “Yo crecí viendo estos Renault por todas partes, mi familia no tenía uno, pero indudablemente era el coche a tener; lo curioso es que en los años setenta no era tan marcado quién podría tener uno así, porque tanto la tía que trabajaba como secretaria ejecutiva, como algún vendedor de seguros o el entusiasta del manejo deportivo se inclinaban por el Renault 8, el cual se podía ver hasta en las pistas compitiendo en la llamada categoría Pony, de modo que de ser un coche simple, atractivo y funcional, además de relativamente accesible, era la alternativa rectilínea al ubicuo y redondeado “vocho”, con el que —por cierto— competía en la pista de la Magdalena Mixhuca”. En cuanto Enrique pudo, buscó y restauró con estándares de concurso un Renault 8S de 1973, el coche de su niñez.
El universo de los coleccionistas de autos es muy grande pero tiene sus límites, para ser más exactos este mundo comenzó con la aparición del primer carruaje de motor, el Benz Patent Motorwagen en 1886, y a partir de ahí, las posibilidades y opciones para enamorarse de algún modelo en específico son verdaderamente incontables, como bien saben los buenos coleccionistas de autos.
Un factor clave, desde el inicio de la industria ha sido que los fabricantes tenían que encontrar una forma rápida y eficaz de diferenciarse de la competencia. El automóvil era una novedad para la aristocracia, cierto, pero Henry Ford, con su Model T, puso la movilidad motorizada al alcance de las masas y su simpleza le ganó también no pocos entusiastas; en la parte alta del espectro, era casi imposible resistirse a aquellas estilizadas carrocerías firmadas por Delahaye, Saoutchik, Vanden Plas, Bugatti, Hispano-Suiza, Isotta-Fraschini o las ahora famosas Rolls-Royce, Bentley y Mercedes-Benz. La expresión artística hizo del automóvil una auténtica escultura rodante, si bien esos autos de ensueño sólo estaban al alcance del 1 % de la población mundial. Ese sentido del gusto fue permeando hacia los vehículos de todos los días, al alcance de más gente. El desarrollo de la ingeniería también alcanzó un nivel muy alto en esta época y hasta finales de los años treinta.
La Segunda Guerra Mundial provocó un descenso drástico en la fabricación de automóviles, ya que todo el esfuerzo ingenieril se dirigió al desarrollo de aviones y demás armas, pero, una vez finalizada, la explosión técnica y el diseño aeronáutico colmaron los salones de exhibición de las marcas más importantes en este lado del Atlántico. La crisis obligó a que los fabricantes a hacer más con menos, tomar lo que quedaba y hacer algo bueno con ello. Y vaya que hicieron mucho con muy poco; simplemente, de ahí salieron los grandes pequeños autos que movilizaron al mundo: el Fiat 500, el Volkswagen, el Renault 4CV, el Citroën 2CV, el Mini e incluso el Trabant que puso en movimiento Alemania Oriental (otro invento de la posguerra). Los años cincuenta fueron de excesos en Norteamérica y de recato en Europa; los sesenta fueron muy agitados para todo el mundo, con diseños icónicos y el nacimiento de no pocas leyendas, como el Porsche 911 y su dominio de las pistas como base de una dinastía de autos de competencia que transformaron el deporte motor.
Para el coleccionista de autos nada supera a un eventos de exhibición o un concurso de elegancia, que nacieran en el siglo xvii para que los aristócratas lucieran sus más elegantes carruajes, hechos a su medida, por supuesto. El primer concurso para automóviles de nuestra era data de 1929 y aún se lleva a cabo: el Villa d’Este en Cernobbio, en Lago di Como. Como los automóviles más costosos y elegantes eran carrozados a pedido y capricho de sus propietarios, y hechos a mano, la necesidad de lucirlos y concursar para encontrar el más hermoso o artístico era imperiosa. En ese espíritu, uno de los más prestigiados es el que se realiza anualmente en el no menos famoso campo de golf de Pebble Beach en Carmel, California; mientras que en México está el Concurso Internacional de Elegancia que se realiza cada año en el restaurante Las Caballerizas, en Huixquilucan.
Otra parte de ese universo del coleccionista de marca son los clubes monomarca: son una especie de secta, con sus muy específicos código y lenguaje, así como su devoción a una sola marca o tipo de autos; por sus grandes conocimientos, en algunos casos tienden a parecer algo impetuosos, sin embargo, una vez dentro del círculo, es fácil darse cuenta de que en la mayoría de los casos son gente afable, con una gran cantidad de conocimientos y experiencias por compartir, o cuando menos una excelente plática y mucho que aprenderles.
Los caminos para llegar a esos niveles de inmersión son muy variados; primero están los expertos, generalmente los más maduros, aquellos que ya han tenido autos clásicos de otras marcas y se dan a notar por sus grandes conocimientos en muchos temas adicionales, y que tras probar tal o cual fabricante han llegado a la conclusión de que esa marca en particular es la que más les satisface; las historias de cómo llegaron a ella suelen ser muy interesantes.
Pocas cosas se equiparan a exhibir nuestro auto clásico, ya sea en un evento organizado o un sencillo recorrido corto para comprar un helado, para que atraiga miradas, comentarios, admiración; que quien pase lo observe a detalle, tome fotos y hasta una selfie con él. De repente surgen las historias personales: “Mi abuelo tenía uno igual…”, “Mi papá me enseñó a manejar en uno como éste, sólo que azul…” y entre esas historias, repentinamente, surgen buenas conversaciones.
¿Y cuál sería el sueño de todo coleccionista de autos? Posiblemente un día en el Porsche Rennsport Reunion en Stuttgart, la más grande concentración de autos Porsche de competencia de todas las épocas. El mérito que tiene llevar a cabo un evento como el Rennsport Reunión, que congrega a automóviles de colección provenientes de muchos lugares del mundo, no es algo trivial y el compromiso y valor de los propietarios y coleccionistas, que no dudan en ponerlos sobre la pista para ser conducidos muy por encima de los 200 kilómetros por hora, demuestran que la velocidad es una moneda que no se devalúa.
La fragilidad de los autos de competencia no es impedimento para que sean llevados a altas velocidades por los mismos pilotos que alguna vez conquistaron el triunfo con ellos, ahora ya bien entrados en canas y que por supuesto lucen mucho más viejos que sus antiguas monturas; eso es lo que hace único al Rennsport Reunion. La cercanía de los pilotos, con los autos y el ambiente de camaradería que reina en todo el evento son elementos únicos. Para los socios de los clubes de autos Porsche de todo el mundo, el Rennsport Reunion es como una peregrinación.
Porsche es una metáfora de la excelencia, un recordatorio de lo que se puede conseguir con un enfoque claro y absoluto en una meta; y así como Porsche, cada fabricante tiene sus particularidades y filosofía, detalles técnicos únicos y un lenguaje que podemos aprender pero que en ocasiones forma parte de nosotros y nos hace entender por qué hay personas que tienen sentimientos por los autos.
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