Entre el típico ladrillo rojo de la Plaza Mayor y el cristal de las famosas Cuatro Torres (que próximamente serán cinco), la capital española alberga un abanico arquitectónico tan rico como su historia. Madrid es famosa por su habilidad para combinar lo más vanguardista con lo más tradicional, y eso también aplica en el ramo de la arquitectura. En algunos casos, encontramos construcciones modernas de los años sesenta que conviven con edificios históricos que han sido ampliados con anexos vanguardistas. En otros, restauraciones contemporáneas que le han inyectado nueva vida a sitios en desuso, y hasta estructuras musulmanas que recuerdan más a las mil y una noches, que a una gran capital europea.
Atocha
La primera gran revolución en la historia de la movilidad la encabezó el ferrocarril en el siglo XIX. En 1830 se inauguró la primera línea entre Mánchester y Liverpool, el resto fue historia. Los trenes permitieron viajar a una velocidad y con una comodidad nunca antes vistas. Las estaciones ferroviarias se transformaron en los íconos de las ciudades europeas. Londres tiene su St. Pancras, París, la Gare de Lyon; y Madrid, a Atocha. Inaugurada en 1851 como la Estación del Mediodía, Atocha fue la primera terminal para trenes en España y rápidamente se convirtió en el corazón de la red ferroviaria del país. Reacondicionada por el arquitecto Rafael Moneo en 1992, Atocha conservó sus elementos típicos de estación decimonónica —una gran nave de acero y cristal que se alza sobre un edificio más clásico con su característico ladrillo rojo madrileño— pero con la añadidura de un jardín tropical y una nueva terminal.
En 2004, Atocha fue escenario de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Madrid, los atentados del 11M, donde perdieron la vida 193 personas originarias de 18 países. En la plaza frente a la estación se ubica un memorial cilíndrico de cristal con mensajes dedicados a las víctimas en distintos idiomas. Hoy Atocha es el mejor lugar para llegar a Madrid y comenzar a explorar la ciudad: justo enfrente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, a unos pasos del Retiro y del Paseo del Prado.
El primer rascacielos de España
Es difícil permanecer indiferente ante el Edificio España. Localizado frente a la plaza homónima, donde empieza la Gran Vía, sus dimensiones hacen que sea imposible de ignorar. Cuando se inauguró en 1953, se convirtió en el edificio más alto del país. Se dice que fue mandado a construir por Franco para dar una imagen de modernidad y crecimiento económico en España. Originalmente proyectado como edificio de usos mixtos con hotel, oficinas, apartamentos y comercios, este inmueble (que con 117 metros de altura también fue el primer rascacielos de la península ibérica) llegó a albergar hasta 4,500 personas al día. Sin embargo, tras un declive en la década de los noventa, fue finalmente abandonado debido a la crisis financiera de 2008.
Aunque su volumen y tamaño recuerden a la arquitectura totalitarista de los regímenes fascistas europeos, su ubicación en el corazón de Madrid ha hecho que sea visto más como un símbolo de la capital española que del franquismo. Tanto así que la noticia de su posible demolición en 2014 a manos de un consorcio chino causó una gran indignación pública. Del mismo modo, y tras prácticamente diez años en el limbo, su rehabilitación como un hotel de la cadena mallorquina RIU fue recibida con gusto por los madrileños, que desde el verano de este año han podido regresar al edificio y, de paso, disfrutar de las vistas que ofrece su puente de vidrio y su terraza de 360 grados.
Modernos pero castizos
Ser moderna, pero mantenerse castiza: una aspiración muy madrileña. Esa fue la máxima de un periodo particularmente intenso de exploración arquitectónica en Madrid durante los sesenta y setenta. Miguel Fisac, el maestro manchego del hormigón visto y los encofrados flexibles, fue su más fiel exponente. Madrid perdió mucho cuando en 1999 demolió sus Laboratorios Jorba (1965-7), popularmente conocidos como “La Pagoda”, pero todavía quedan en pie algunas de sus obras claves, como el Centro de Rehabilitación del MUPAG (1969) en Chamartín, el Centro de Estudios Hidrográficos del CEDEX (1963) —a un costado del puente de Segovia, sobre el Manzanares, visitable sólo durante las jornadas de puertas abiertas de la Comunidad de Madrid— y, más de paso para los visitantes, el antiguo Edificio IBM (1966-8) en el número 4 del Paseo de la Castellana. Cerca de ahí hay otros edificios interesantes de la misma época y espíritu, como el Bankinter (1973-6) de Rafael Moneo en el 29, el edificio Castelar (1977-83) de Rafael de La-Hoz en el número 50, o en el 51 el de La Caixa de Bosch Aymerich (1974-8).
Están también las amadas y odiadas Torres de Colón (1967-76) de Antonio Lamela, en donde La Castellana se encuentra con la calle Génova, frente al monumento a Colón. Les dicen “El Enchufe”, por el remate verde en forma de clavija europea que las une, haciéndolas una de las estructuras más reconocibles de Madrid. Otro instantáneamente reconocible, pero que sigue muy por debajo del radar, es el Edificio Princesa (1973-5) de Fernando Higueras, en Conde Duque, un complejo de viviendas y comercios diseñado originalmente para militares retirados, mitad búnker brutalista mitad jardines colgantes. Sin embargo, el más moderno y castizo, el más típicamente atípico, el más madrileño de todos, es Torres Blancas (1961-9) de Francisco Javier Sáenz de Oiza. Iban a ser dos, pero sólo se construyó uno de los edificios de departamentos proyectados originalmente, un ramo de cilindros de concreto coronado por balcones circulares, como setas pegadas al tronco de un árbol —una imagen muy de aquí—. En uno de los departamentos curvilíneos de esta colmena de hormigón vivió Camilo José Cela, y Jim Jarmusch la hizo protagonista en The Limits of Control. Es imposible no voltear a ver este edificio bajando a Madrid desde Barajas sobre avenida de América, admirándolo hasta torcerse el cuello.
Entre el ladrillo y los Austrias
Las estrictas regulaciones en torno a la imagen urbana en muchas ciudades europeas suelen fomentar la impresión de que son urbes históricas donde poco ha cambiado en los últimos siglos. Madrid, con sus grandes edificios de estilo herreriano y sus fachadas envueltas con ladrillo rojo, no es la excepción. Sin embargo, las discretas portadas madrileñas a veces esconden edificios vanguardistas que se balancean entre la innovación y el respeto de su entorno. En las inmediaciones del Paseo del Prado, algunos de los espacios más tradicionales de la capital española ahora resguardan dos de los más audaces de la ciudad. Un viejo aserradero en la plaza de las Letras fue convertido por Langarita Navarro en el MediaLab-Prado, un laboratorio ciudadano que desarrolla proyectos relacionados con la cultura digital. Al anochecer, la fachada lisa y opaca que recubre el edificio se devela como una pantalla interactiva.
A pocos pasos de ahí, encontramos un ejemplo paradigmático de la capacidad para recuperar edificios históricos: el CaixaForum. El despacho Herzog & De Meuron reformó en 2008 una antigua estación eléctrica para crear este centro cultural de escaleras futuristas y un inmenso jardín vertical que hace espejo del vecino Real Jardín Botánico. Del mismo modo, una vieja fábrica de finales del siglo XIX, entre la iglesia de Santiago el Mayor y el Centro Conde Duque, fue reacondicionada por los madrileños Aranguren + Gallegos para albergar el Museo ABC de dibujo e ilustración. En una angosta calle de edificios ocre con balcones de herrería, el patio del ABC se desdobla entre triángulos de aluminio y vidrio, creando un espacio vanguardista a tan sólo unos metros del antiguo convento de las Comendadoras de Santiago el Mayor, del siglo XVII.
Finalmente, entre el bullicio del Paseo del General Martínez Campos, en Chamberí, se esconde otro edificio futurista: la Fundación Giner de los Ríos. Tras haber sido suprimida durante el franquismo por realizar labores de libre enseñanza, la Fundación inició una larga etapa de rehabilitación y ampliación de su sede histórica, que culminó en 2014 con la inauguración de un espacio experimental donde las celosías metálicas conectan interior y exterior, proyectado por Cristina Díaz Moreno y Efrén García Grinda, o amid.cero9. De esta forma, Madrid demuestra que la vanguardia arquitectónica no existe solamente en los distritos nuevos repletos de rascacielos, sino que a veces se esconde entre edificios de la época de los Austrias.
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