¿Qué es lo que hace a una ciudad una buena ciudad? Algunas veces la respuesta es tan sencilla como un buen ambiente. Otras veces se trata del nivel de vida, de la calidad de su urbanismo o del buen funcionamiento de los sistemas públicos. Pero hay algo que no se puede comprar: la geografía. Cape Town, como Río de Janeiro, tiene algo que no se paga con nada. La ciudad descansa al pie de un accidente geográfico imposible de repetir: Table Mountain. Así, aunque todo cambie, aunque la vida de sus habitantes vaya bien o mal, Cape Town vive protegida por la mirada de esa extraña montaña que parece una gran mesa y que las nubes ocultan por las mañanas, con algo de recelo (igual que en San Francisco la neblina intenta ocultar siempre al Golden Gate).
Hoy, con o sin montaña, Cape Town presume estar mejor que nunca. Atrás quedaron los difíciles años del apartheid y, con el Mundial de Futbol, la ciudad sufrió una serie de cambios urbanísticos que la ayudaron a recibir mejor el siglo XXI. Pero el encanto de Cape Town no está en su modernidad sino en su espíritu de transformación, y es exactamente en esa transición entre el pasado y el presente, donde se encuentra su mayor encanto —entre esas dos fuerzas de cambio que la hacen una ciudad agradable pero también llena de contradicciones—. Por eso, un barrio como Woodstock representa mejor que nada el momento por el que atraviesa Sudáfrica.
Sólo para alternativos
Cuando uno camina por los alrededores del hotel Mount Nelson, por los barrios de Gardens y Tamboerskloof, Cape Town parece una ciudad del primer mundo. Cuando uno cruza la montaña y empieza a bajar hacia Camps Bay, con la vista del Atlántico por un lado y los Doce Apóstoles del otro, uno piensa, “esto, más allá del primer mundo, debe ser el paraíso”. Al borde de la carretera hombres y mujeres jóvenes (blancos, sí, hay que decirlo), con atuendos deportivos, corren disfrutando de la luz casi transparente que inunda el paisaje. Pero no todo es lo que parece. Y Cape Town pronto revela que no todo es tan sencillo como agradable a la vista.
En Tamboerskloof (un barrio de mayoría blanca y donde el 23% de la población habla afrikaans), las tiendas venden productos de diseño y ropa vintage, algo que uno pensaría toparse en San Francisco, por decir algo. Pero todas las boutiques están enrejadas y para entrar hay que tocar el timbre, lo que bien señala que en esta ciudad hay cosas más complicadas que ponerse a buscar el ángulo desde donde se ve mejor la montaña. Mientras uno baja más hacia el centro, la escena se hace más ruda pero más auténtica, y la mezcla de razas se hace notoria. Por eso, no sabía qué esperar de Woodstock, el barrio más alejado del conocido City Bowl, que no es otra cosa que el espacio de tierra que se crea alrededor de la bahía de la ciudad, bien llamada, Table Bay.
Cape Town no es una ciudad muy grande e ir de un lado a otro toma literalmente minutos. Desde el centro hasta Woodstock no son ni 10 minutos en coche, pero el paisaje hace pensar que uno se ha teletransportado a otro planeta. Entrando por Albert Road, todo son antiguos depósitos, locales abandonados o talleres en decadencia. Tiendas de abarrotes que dan más miedo que hambre y vagabundos que pasean sin prisa por la banqueta. Nunca imaginaría que detrás de estas fachadas se esconde algo interesante.
En Woodstock, a diferencia de otros barrios más centrales de Cape Town, nunca llegó a aplicarse la política de “sólo blancos”. Por eso, durante gran parte de los años setenta y ochenta, blancos y negros eligieron la zona como su casa. Woodstock significaba entonces el bastión rebelde de aquellos que no querían vivir bajo la división racial. Más tarde, en los noventa, el área sufrió un momento de decadencia directamente relacionado con las empresas que abandonaron la zona y dejaron detrás gigantescas construcciones fantasmas. Veinte años más tarde, Woodstock se siente, más que alternativo, industrial. Hay que confesarlo, no dan ganas de perderse en las calles que salen de Albert y Victoria Road, las dos arterias principales.
The Old Biscuit Mill
Woodstock es un secreto, incluso para los sudafricanos. Por eso, como viajero, hay que empezar por la parte más fácil de digerir y entender. The Old Biscuit Mill era justamente lo que su nombre indica, un molino de harinas, y ahí quedan todavía los tanques de concreto, pero ahora, sobre ellos, se encuentra el restaurante The Pot Luck Club, segundo local del chef Luke Dale-Roberts, una superestrella de la gastronomía sudafricana.
La restauración de la antigua fábrica fue muy inteligente, pues mantuvo la construcción original. Uno entra y sabe al instante que está en las ruinas de lo que fuera una fábrica pero, ahora, los espacios se han subdividido en pequeños locales que ofrecen desde diseño interior y ropa para niños hasta estudios creativos. El ambiente ahí dentro nada tiene que ver con la grandeza de las zonas ricas y elegantes del viejo Cape Town “sólo para blancos”, acá el sentimiento es de un espacio joven y alternativo, de efervescencia. Cape Town recuerda aquí a los barrios de Canadá o de la Costa Oeste de Estados Unidos donde todo es una mezcla de culturas y de influencias, donde la buena decoración y el diseño se logran siempre más con ingenio que con grandes presupuestos.
En este espacio, que además los domingos se convierte en un farmers market de barrio, es donde Dale-Roberts decidió abrir hace unos años The Test Kitchen. El chef inglés llegó a Sudáfrica con mucha experiencia en la cocina, había trabajado en grandes hoteles del viejo continente. Entonces, alrededor de 2007 y 2008, fue nombrado chef ejecutivo de La Colombe, uno de los restaurantes de “manteles largos” más famosos de Cape Town, en los viñedos de Constantia. Con la llegada del chef inglés vino también el reconocimiento de S. Pellegrino que colocó al restaurante en el puesto número 12 a nivel mundial. Con La Colombe mejor que nunca, el chef decidió buscar otros caminos y fue así como llegó a Woodstock.
Lo que más gusta de The Test Kitchen es que combina un espacio y un ambiente que se siente informal y creativo, incluso divertido, con una gastronomía de primer nivel. Los ingredientes son clave, y la idea es utilizar productos frescos y diferentes, combinarlos de manera que sorprendan y acompañarlos, como tenía que ser, con vinos sudafricanos (los alrededores de Cape Town están repletos de viñedos). Hay quienes vienen hasta Woodstock sólo para cenar aquí, sin descubrir que en los alrededores se esconden miles de espacios creativos y, seguramente, las mejores tiendas de toda la ciudad. La cena puede elegirse de tres, cinco u ocho tiempos, con o sin maridaje de vinos y en el menú suele haber delicias como foie gras curado en ciruela o filete de res ligeramente ahumado con gorgonzola y pera.
Intercambio
En Woodstock han encontrado un modelo para trabajar que parece tener mucho éxito. Todos estos espacios, antes manufacturas o bodegas de gran tamaño y en abandono, se convirtieron en comunidades creativas y comerciales. Por eso es común que junto a un restaurante o una tienda se encuentre una oficina. Como suele suceder, este “invento” no es casualidad: hay tres personajes clave detrás de todos estos proyectos en el barrio: Nick Ferguson, Barry Harlen y Jody Aufrichtig son los responsables de activar la zona con este sistema que tiene un poco de hippie-hipster-modernillo y mucho de genialidad.
Eso es justo lo que pasa en The Woodstock Exchange, uno de los últimos complejos que este grupo de emprendedores ha echado a andar en esta zona. Lo que más llama la atención es que muchos de los comercios, que son pequeñas empresas, han decidido mantener, en la parte de atrás del local, una especie de atelier casero que además hace sentir a quien va a comprar como si estuviera llevándose una prenda hecha a la medida.
Grandt Mason Originals es una boutique que ofrece zapatos hechos a mano, y por si a alguien le quedara duda, el taller queda justo detrás de la tienda, así que se puede platicar con quienes están confeccionándolos mientras uno compra un par. Además, ningún par es igual a otro y no utilizan productos animales en su manufactura. En resumen, el colmo de los zapatos veganos. Grandt Mason es el creador de la marca, y se trata de un negocio familiar porque su hermana trabaja también en el proyecto. De hecho, cuando platico con ellos en la tienda, no tardan en ofrecerme un gran mapa de Woodstock que —me explican— hizo alguien de su familia y que con él intentan promocionar lo que está pasando en el barrio.
Chapel es otra tienda que resume bien esa idea. Fundada por Caleb Pedersen, Chapel vende mochilas y bolsos de piel hechos a mano, en el mismo espacio donde los produce. Caleb dice que empezó con los bolsos porque no encontraba una mochila que le gustara para andar en bici por la ciudad y que estuviera hecha localmente. Decidió que ése sería el principio de la tienda. Y sus productos son un éxito. Aunque los precios no son especialmente bajos, uno paga por un buen diseño, por la calidad de los materiales y lo auténtico de una pieza que se hizo a mano (y se siente así).
Mucho de lo que se encuentra en esta zona comparte una característica: la filosofía que busca promover el amor por África. Para alguien que viene de América Latina el concepto es novedoso aunque obvio: desde Sudáfrica muchos empujan un movimiento que busca el reconocimiento para el continente más abandonado del mundo. Eso se nota en los restaurantes, como el espléndido Superette, que utiliza productos locales en sándwiches que parecen creados para Instagram y que además tiene una rosticería, el sueño de cualquier mortal en domingo. En The Kitchen, también la cocina está basada en productos de temporada y, aunque no hay licencia para vender vinos dejan que cada quien traiga el suyo.
Capital de diseño
El próximo 2014, Cape Town celebrará su año como Capital Mundial del Diseño y quienes lleguen hasta esta última punta de África tendrán que venir a Woodstock a descubrir dónde se está moviendo la creatividad. Sólo hace falta tiempo, un mapa y ánimos para caminar y descubrir con cada paso.
Al final, el resumen de este barrio es un poco lo que pasa en toda la ciudad. Cape Town es la ciudad de avanzada, la ciudad donde todo el mundo se ejercita por la tarde junto al mar pero, como todo el país, la ciudad que hace apenas 10 años vivía todavía bajo un sistema que hoy nos suena absurdo. El apartheid ya no existe, pero todavía se siente. La costumbre de no mezclarse parece haberse quedado y todavía es extraño ver parejas interraciales. Pero en lugares como Woodstock, aunque uno pueda encontrar basura en la calle o a un borracho dormido en una banca a mediodía, hay algo que se siente más natural. Y eso se agradece mucho.
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