A menos de dos horas, y 120 kilómetros, de una de las carreteras más bonitas que existen en el país, está uno de los destinos más hermosos de México. En Valle de Guadalupe todo gira alrededor del vino y las bondades del suelo, y quizá por eso aquí están algunos de los mejores restaurantes y hoteles del país, para ofrecer a los viajeros una experiencia mucho más completa.
Valle de Guadalupe es un pequeño universo de viñedos y plantaciones de olivos; una postal que, de entrada, se asemeja más a un paisaje mediterráneo que a la imagen que tenemos del norte de México. En este destino, las casas vinícolas han sabido aprovechar las envidiables condiciones climáticas que existen. En el Valle se produce 90% del vino de todo el país.
La historia de Valle de Guadalupe está marcada por dos países: España y Rusia. Durante el siglo XIX, los misioneros españoles fueron los primeros en introducir la cultura y cultivo de la vid a la zona, que eventualmente generó la fundación de las Bodegas de Santo Tomás, las más antiguas de Baja California. A principios del siglo XX, una comunidad rusa (protegida por Porfirio Díaz) llegó al Valle y no tardó mucho en identificar el potencial comercial del vino mexicano. Después de varias décadas de producción vinícola, la Guerra Fría interrumpió la presencia rusa en la región y el secreto de la tierra prometida del vino llegó a oídos de las grandes bodegas, que aterrizaron en Valle de Guadalupe durante los 70 y han perdurado hasta nuestros días.
En la actualidad la gran oferta vitivinícola hace que sea necesario llegar con un plan de acción definido. Cada quien puede armar su propia ruta del vino sin problema. Por un lado, hay que visitar las etiquetas clásicas, desde L.A. Cetto hasta Casa de Piedra, pasando por Las Nubes, Santo Tomás y Monte Xanic, que tiene uno de los espacios más bonitos de todo el Valle de Guadalupe. Por otro, están las iniciativas más pequeñas e inadvertidas, esas en las que no es difícil encontrarse a los dueños en plena cata. Uno de ellos es Finca La Carrodilla, de la familia Pérez Castro (propietarios de La Lomita), un proyecto que busca la producción de vinos a partir de una agricultura biodinámica que respeta el entorno y promueve la sustentabilidad.
Una postal que, de entrada, se asemeja más a un paisaje mediterráneo que a la imagen que tenemos del norte de México.
Pero no todo es vino. En Valle de Guadalupe se ha desarrollado una nueva ola de hospitalidad que va más allá de los hoteles boutique. Aquí hay proyectos que ofrecen la experiencia completa del viñedo, el restaurante y el hospedaje de lujo. Todo en uno. Cuatro Cuartos es perfecto para los que quieren probar el camping sin renunciar a las comodidades de un hotel cinco estrellas, entre ellas un espectacular mirador que se ha convertido en uno de los lugares consentidos del destino. Otro gran ejemplo es Bruma, que además de tener un bed and breakfast de ocho habitaciones, cuenta con villas, viñedos, espacio para eventos y un gran restaurante, Fauna, a cargo del joven chef David Castro Hussong, heredero natural de los sabores caseros de su natal Ensenada.
Para entender el encanto de Valle de Guadalupe en su totalidad, hay que marcar en el calendario las fiestas de la vendimia en agosto, donde vinicultores y campesinos inician el proceso de la recolección o cosecha de uvas. Por más de 20 días, las casas vinícolas se unen para hacer catas, degustaciones, conciertos, cenas de gala, concursos y muchas fiestas. Además, durante la segunda mitad del año, este destino es un escenario recurrente de distintos festivales gastronómicos y musicales.