Con sus típicos muros blancos con detalles rojos, la Posada Don Vasco no resalta mucho en la carretera que comunica el pueblo de Pátzcuaro con el embarcadero a la isla de Janitzio. Los techos cubiertos con tejas de barro dan la impresión de haber estado ahí tanto como todas las construcciones coloniales patzcuarenses, y es la placa conmemorativa que se encuentra a la entrada lo único que revela que el hotel fue inaugurado “apenas” en 1938.
Y aunque hoy en día el hotel pueda parecer uno más entre todos los que hay en este encantador pueblo colonial, su apariencia tan típicamente michoacana, que se camufla sin problema con las demás construcciones de Pátzcuaro, fue en realidad parte de un elaborado plan federal que vio en el turismo una herramienta para reconstruir al país tras la Revolución, y que fue impulsado por un hombre en particular: el presidente Lázaro Cárdenas.
El potencial turístico de un ‘típico’ pueblito mexicano
La idea del general Cárdenas de posicionar a Pátzcuaro como un destino turístico no era nueva. El incipiente (pero ya muy adinerado) turismo estadounidense había dejado grandes ganancias en Europa desde finales del siglo XIX, e incluso desde el Porfiriato se había vislumbrado atraer viajeros del vecino del norte hacia México a bordo de los trenes que la administración porfirista construía sin cesar.
De hecho, el ferrocarril había conectado Pátzcuaro con Morelia ya en 1886, y los primeros turistas habían comenzado a llegar no sólo desde la capital, sino también desde todas las ciudades que el Ferrocarril Central Mexicano conectaba a su paso entre la Ciudad de México y El Paso.
Sin embargo, el estallido de la Revolución Mexicana frenó de lleno a la novedosa industria turística, y no fue entonces sino hasta la década de los años 20 que se recuperó el sueño de atraer viajeros que, con sus dólares, apoyasen la recuperación económica del país. Con este fin, se escogieron varias localidades que lucieran como ‘típicos pueblos mexicanos’ y que fueran lo suficientemente ‘pintorescas’ como para poder ser promocionadas. Taxco, Cuernavaca, Chapala y Pátzcuaro fueron las elegidas, y si en los años 20, Cuernavaca tuvo el favor del embajador estadounidense Dwight Morrow y de Plutarco Elías Calles, Pátzcuaro tuvo el de otro presidente: Lázaro Cárdenas.
El destino favorito del presidente
Nacido en el pueblo michoacano de Jiquilpan, Cárdenas no había tardado en vislumbrar el potencial de su estado natal y, entre su administración como gobernador de Michoacán primero, y como presidente de México después, fomentó no sólo la promoción turística de Pátzcuaro, sino también la ejecución de obras de embellecimiento y la construcción de infraestructura.
A lo largo de los años 30, se arreglaron así plazas y fuentes, se empedraron calles, se mejoró el alcantarillado, se construyeron caminos, miradores y hasta un nuevo embarcadero para facilitar las excursiones a Janitzio. Sin embargo, al pueblo le seguía haciendo falta una cosa: un gran hotel.
Por esos años, la popularidad de la zona lacustre de Michoacán se encontraba por las nubes. En 1933, el compositor Silvestre Revueltas escribió el poema sinfónico Janitzio, mientras que un año más tarde, el director Carlos Navarro filmó una película homónima con Emilio Fernández como protagonista.
Michoacán había ganado un lugar en el imaginario popular, y la respuesta no se hizo esperar. Miles de turistas estadounidenses comenzaron a llegar al estado con la intención de ver sus tradiciones, comprar sus artesanías y descubrir sus rincones pintorescos. Y aún y cuando comenzó en los Estados Unidos una intensa campaña antimexicana como respuesta a la expropiación petrolera de 1938, se tiene registro de que hacia finales de la década de los treinta, 170 mil turistas estadounidenses visitaban México cada año.
Un hotel tan moderno como típico
De este modo, y con el objetivo de proporcionar un hospedaje cómodo a los viajeros que estaban llegando a Pátzcuaro, en 1938 comenzó la construcción de un nuevo hotel a las afueras del pueblo, a la mitad de la nueva carretera que comunicaba el poblado con la estación de tren y que había sido inaugurada ese mismo año para comunicar a la localidad con Morelia.
La obra corrió a cargo de la Azteca Compañía de Seguros, y si bien el objetivo era crear un hotel que ofreciera todas las comodidades modernas de la época, preservar el estilo ‘típico’ patzcuarense era crucial, pues sabían que los visitantes (tanto nacionales como extranjeros) buscaban el ideal que habían visto en fotografías.
Los trabajos de construcción se prolongaron por poco menos de un año, y el 7 de enero de 1939 abrió sus puertas el hotel Posada Don Vasco. Si su forma (con sus patios, sus verandas y sus muros pintados de blanco) remitía al resto de las casas coloniales del pueblo, el interior del establecimiento resguardaba 78 habitaciones, una alberca, cancha de tenis, pista de boliche, restaurante, estacionamiento y cómodas camas.
El nuevo hotel fue intensamente publicitado en periódicos, revistas, guías turísticas y tarjetas postales, y aunque otros hoteles, como El Imperial y la Posada La Basílica abrieron sus puertas en los años siguientes, la Posada Don Vasco se había ya convertido en la elección favorita de los visitantes de más alto perfil a Pátzcuaro, anunciándose también como el mejor hotel de toda la zona lacustre.
Dos películas y un congreso internacional
A finales de la década de los cuarenta, el hotel vivió su época de oro. María Félix se convirtió en una huésped asidua pues grabó un par de películas en Pátzcuaro, y si los pescadores del lago y las celebraciones del Día de Muertos ganaron fama mundial con Maclovia (aclamada en el Festival de Venecia de 1949), la Posada Don Vasco tuvo su aparición estelar en Que Dios me perdone, de 1948.
Además, en el mismo año de 1949, miembros de prácticamente todos los países de América se alojaron en el hotel, pues durante ese abril, Pátzcuaro albergó al Primer Congreso Indigenista Interamericano, y por unos días el ideal cardenista de progreso y nacionalismo pareció existir entre los blancos pasillos colmados de buganvilias de la Posada, y los muros de la biblioteca Gertudris Bocanegra con su mural pintado por Juan O’Gorman.
Una combinación ganadora
Al igual que el número de visitantes a Pátzcuaro, la popularidad de la Posada Don Vasco siguió creciendo. En 1976 el hotel fue comprado por la cadena estadounidense Best Western, y una ampliación fue inaugurada en la década de los ochenta, ampliando su capacidad a 103 habitaciones.
De esta manera, y poco más de 80 años después de haber sido inaugurado, la combinación que vió Cárdenas en Pátzcuaro de historia, arquitectura colonial, calles pintorescas y tradiciones, ha probado ser una fórmula ganadora que no ha dejado de atraer visitantes de todas partes del mundo. Y aunque los trenes ya no llegan a la estación, la Posada Don Vasco se mantiene en pie, ofreciendo las mismas comodidades que, desde hace casi un siglo, llegan a este rincón de Michoacán buscando un “típico pueblo mexicano”.