Oaxaca es color, es misticismo, es tradición y es su gente. Sus textiles son un perfecto testimonio tangible de lo que hace tan mágico al estado y, a Teotitlán del Valle, el lugar donde cientos de manos expertas los tejen todos los días. En el taller Kiae Dayn –que significa “sobre el cerro”, en zapoteco–, la familia Hernández es parte de esta tradición que, como muchas otras, es el resultado de una herencia cultural compartida. “La historia cuenta que los españoles cambiaron el tipo de tejido, de telar y de materiales. Aquí se tejía en telar de cintura y con algodón”, cuenta Froylán Hernández, de 34 años, quien nos recibe en el taller. “El tributo que mandaba la gente desde aquí al imperio de los mexicas eran mantas de algodón y las hacían usando los tintes naturales que seguimos trabajando hasta ahorita”. Al llegar los españoles, introdujeron la lana en lugar del algodón y reemplazaron el telar de cintura con el de pedal, además de traer nuevos instrumentos, como la rueca.
Desde entonces, la tradición del tejido no ha dejado de evolucionar, transformándose de acuerdo con algunas innovaciones tecnológicas y los gustos de los clientes, pero manteniéndose siempre como un símbolo absoluto de la sabiduría y la creatividad de la gente de Teotitlán.
El arte de experimentar
Como en muchos talleres de la zona, el de Froylán es un legado familiar. Fue su abuelo paterno quien empezó con el taller y le transmitió el conocimiento a su papá. “Luego me di cuenta de que mi bisabuelo también tejía y le regaló un telar a mi mamá por cuidarlo en sus últimos días –recuerda–. Es el telar en el que yo tejo ahorita”. Hoy, cada miembro de la familia continúa con este legado a su manera, con sus propios talentos y pasiones. Mientras recorremos el taller, Miguel, el papá de Froylán, teje un bellísimo tapete de suaves colores terrosos; su mamá, Juanita, crea animalitos tejidos; Mateo, su sobrino, mira con curiosidad todo lo que hace Froylán y promete que él se dedicará a hacer tapetes algún día.
En cuanto a Froylán, su gran pasión son los tintes naturales. Con elementos como grana cochinilla, añil y flor de pericón se ha dedicado a entender, explorar y experimentar, tomando esos regalos de la naturaleza y transformándolos en expresiones coloridas que formarán parte de una de sus creaciones. La flor de pericón, por ejemplo, se recolecta después de las lluvias y se usa para obtener amarillos, igual que el bejuco de pirul y el marush. Si los combina con grana cochinilla, resultan tonos anaranjados o rojos; si a la grana cochinilla le agrega limón, el rojo se enciende. “Son combinaciones que se logran con pura experimentación”, asegura.
El añil resulta el tinte ideal para hacer una demostración. Se trata de un tinte puro, una pasta que se obtiene del jiquilete –un arbusto aromático– que se cultiva en la zona del Istmo. “Es un tinte muy especial porque sólo se da una vez al año”, explica Froylán y agrega que la planta se siembra en primavera y se cosecha en otoño.
El primer paso es lavar la lana para eliminar cualquier suciedad. Después, Froylán llena un recipiente de peltre o acero inoxidable con agua y agrega un elemento mordiente, como lengua de vaca –una planta que también tiene varios usos medicinales–, lo que permite que las fibras se abran y el tinte pueda penetrar la lana. Después de hervir el agua es hora de meter la lana, dejando que se abran sus poros para que así, al día siguiente, llegue el momento de darle color.
Para activar el añil, Froylán lo muele y le agrega un agente alcalino y otro reductor de oxígeno, mientras nos recuerda que para lograr estas piezas de arte se requiere no sólo conocimiento científico, sino también muchas ganas de experimentar. Así, en un recipiente de un azul profundo mete la lana poco a poco para evitar que entre oxígeno, dejándola para que absorba los colores del añil. Si al interior detecta tonos verdes y amarillos, es buena señal: la lana ya está absorbiendo el tinte. Después de unos minutos extrae una lana color turquesa que necesita darse otro baño en el tinte. Un par de rondas más basta para llegar al tono deseado, aunque jamás perfecto. “A mí me gusta que quede un poco disparejo porque es un proceso natural”, cuenta. También acepta las manchas en las manos como una consecuencia orgánica de su trabajo y, aunque muchos de sus colegas usan guantes para evitarlas, él prefiere sentir la textura de la lana y la sensación del tinte en el agua.
Herencia viva
Para Froylán, cada proceso es una nueva oportunidad de descubrir algo nuevo. Sus ancestros aprendieron muchas fórmulas inexactas y él ha tenido oportunidad de ir a varios talleres y cursos –la prueba de ello está en todos los diplomas que tiene guardados en el taller–. Así ha descubierto que hay hasta siete fórmulas para teñir con añil y que algunas recetas se preparan con productos sintéticos. Esto último, cabe destacar, suele ser una respuesta a peticiones específicas de los clientes. “Hay gente que quiere colores muy vibrantes y se les explica esa parte. Con los tintes naturales es imposible obtener un rosa muy intenso, un turquesa o un verde fosforescente –comenta Froylán–. Cuando quieren esos colores, se les explica que son tintes sintéticos, si están de acuerdo”.
Responder a los gustos del público no es ninguna novedad. Froylán nos cuenta que los diseños que vemos en los textiles reflejan tendencias, como motivos geométricos o, actualmente, diseños más simples y minimalistas. En algún tiempo fueron temas de ídolos, destaca, así como motivos navajos, pues hace unas décadas se mandaban hacer los tapetes de esta cultura en Oaxaca. Pero también hay cosas que nunca cambian. En Kiae Dayn siguen presentes los diseños del abuelo de Froylán, resguardados en un cuaderno; también diseños suyos, inspirados en todo lo que lo rodea: la naturaleza, las iglesias, las zonas arqueológicas.
Hay quienes se acercan a estas obras en el mercado de artesanías de Teotitlán del Valle, donde 20 familias locales se rotan los espacios para exponer sus textiles. También hay quienes los encuentran por Instagram, gracias a la iniciativa que tuvo Froylán durante la pandemia. Entre el mercado y la venta directa en el taller, sus textiles han encontrado nuevos hogares en Estados Unidos, Francia y Austria, así como en distintas ciudades de México. La presencia de Kiae Dayn en las redes no es sólo la obra de un tejedor millennial, es la visión del heredero de una tradición milenaria. “Estoy tratando de hacer lo que hicieron mis abuelos, pero dándole otro toque –explica–. Ellos no tuvieron las mismas oportunidades, así que, si ya tenemos el conocimiento, siempre se puede aprender más”.