Los siete lagos de la Patagonia

En la Patagonia, la naturaleza se lleva todo el protagonismo: el mayor lujo en cualquier hotel es simple y sencillamente la vista.

18 Jul 2019
Patagonia

Llegar de noche a la Patagonia argentina es una broma cruel, porque la belleza indómita de esta región, cubierta por lagos glaciales inmensos, bosques nativos y montañas nevadas, aparece misteriosa y silente, pero vestida de negro.

Era domingo, la hora de la cena. Nuestro hospedaje era el hotel Río Hermoso, ubicado a 27 kilómetros de la ciudad de San Martín de los Andes, en el suroeste de la provincia argentina de Neuquén, una casa grande de piedra y madera construida al pie de las montañas, con amplísimos ventanales que dan a un río que podíamos escuchar, pero que no veríamos hasta la mañana siguiente. Aun en la oscuridad, la naturaleza nos recibió con sonidos silvestres que llegaban desde las montañas y aromas que brotaban del bosque. 

Era nuestra primera parada de un viaje por el Camino de los Siete Lagos, desde San Martín de los Andes a Villa La Angostura, y luego a las ciudades de Bariloche y Esquel, uno de los circuitos turísticos más impactantes de esta parte del país. El fuego de una gran chimenea ardía en la sala, un sitio cálido de estilo contemporáneo que, además de las ventanas al río, tenía una barra de madera en la que brindamos con tragos antes de la cena. Después, acompañamos quesos regionales y fiambres ahumados de ciervo y jabalí con vinos tintos de bodegas argentinas y, como plato fuerte, comimos trucha patagónica, una especie no endémica introducida en los lagos de la zona hace dos siglos.

Menos de 20 son los huéspedes que puede albergar este hotel de lujo con una cocina muy cuidada que descansa al pie de una ladera, rodeado de bosques nativos de lenga, radal o coihue, dentro del Parque Nacional Lanín, una reserva natural de unas 400000 hectáreas. A la mañana siguiente, al despertar, me topé de frente con la naturaleza y pude ver el río que corría, sereno entre las montañas, a metros de la cama.

Quila Quina

Después del desayuno partimos hacia la villa Quila Quina, sobre la costa sur del Lago Lácar. Doce kilómetros separan a San Martín de los Andes de esta villa habitada por comunidades mapuches, pueblos originarios del actual territorio de Chile y Argentina que llegaron a esta zona a fines del siglo XIX. El camino hacia Quila Quina ofrece vistas preciosas de la cordillera y el lago. Muchos turistas llegan en verano porque las aguas del Lácar, que en primavera rondan los 10 grados de temperatura, pueden subir hasta 22 en febrero. Es un paisaje abierto y sosegado con playas calmas y un muelle desde el que se puede partir en catamarán, kayak o embarcación a vela. Los senderos que llegan a la villa están rodeados por bosques donde el agua verde que baja desde las montañas serpentea entre troncos caídos y rocas, y le dan al lugar un aspecto de bosque encantado.

Hay pequeños puestos de madera que venden artesanías y dulces caseros cerca del muelle. En uno de ellos atiende Yolanda Curruhuinca, una mujer mapuche que es descendiente directa de Bartolomé Curruhuinca, antiguo cacique de una tribu que descendió desde Azul, provincia de Buenos Aires, hasta asentarse acá, en la villa de Quila Quina. Son tres las comunidades mapuches que habitan la zona: los Curruhuinca, los Vera y los Cayún, y aunque con la conquista sufrieron pérdidas culturales importantes (la mayoría de los mapuches no habla su lengua original), son parte viva de la historia del lugar.

Salimos de Quila Quina rumbo al centro de San Martín de los Andes, y el mediodía nos recibió soleado en la ciudad con sus casas de madera y piedra. La gastronomía patagónica es uno de los placeres de este viaje. Y aunque su sello no es del todo autóctono porque la cocina refleja la influencia de la inmigración europea, la calidad de los platos, su textura, sus colores y la elaboración en sí son reconocidos en el mundo: la trucha, el salmón, el cordero patagónico, la carne ahumada de ciervo y jabalí son imperdibles.

Como en casi toda la Patagonia, las actividades deportivas también son parte del menú de viaje. Algunas opciones son el trekking, los paseos lacustres, el ciclismo, el avistamiento de aves, la pesca con mosca y uno de los mayores atractivos turísticos de la provincia: la temporada de esquí en el cerro Chapelco, a 21 kilómetros de San Martín de los Andes. Entre junio y octubre, este cerro que está sobre la cordillera de los Andes, rodeado de bosques añejos de lengas, ofrece pistas para esquiadores de distintos niveles, snowboarding, servicios de club house, gastronomía y paseos en motos de nieve o en trineos tirados por perros siberianos.

Hacia Villa La Angostura

Por la tarde del segundo día salimos hacia Villa La Angostura, a unos 100 kilómetros de San Martín de los Andes y a 80 de Bariloche. El camino que lleva a la ciudad es conocido como el trayecto de los Siete Lagos y aquí el viaje es también un destino. Densos bosques nativos, montañas y lagos aparecen majestuosos a lo largo de este camino de terracería. Uno de los puntos de gran atractivo es el arroyo Ruca Malén, un paraje encantador a la vera del actual camino de los lagos. Allí hay un antiguo puente en desuso, cuya estructura casi fósil, romántica y fotogénica se funde con el paisaje. El Lago Espejo es otro sitio obligado. Semiescondido entre árboles inmensos, aparece, manso y cristalino, y su entorno tiene el aspecto de un salvaje páramo jurásico. Los márgenes del lago estaban bordeados por una playa cubierta de cenizas y, cuando nos adentramos, el suelo cedía y la superficie gris se asemejaba a un gran pantano. Este escenario desolado de aspecto prehistórico, y la ribera gris, eran un espectáculo bello y apocalíptico, una visión única, posible sólo debido a la erupción de un volcán, en junio pasado, que aún mantiene en vilo a la zona (ver recuadro).

Casi llegando a La Angostura, nos detuvimos en la unión del lago Correntoso con el río del mismo nombre. Este río, uno de los más cortos del mundo, arrastra en su pequeño lecho las aguas color verde esmeralda del Lago Correntoso hasta el Lago Nahuel Huapi, en cuya cabecera reposa la ciudad. Para los peces, que deambulan entre uno y otro lago, esa explosiva línea de agua es camino obligado: un cuello de botella donde desovan y los más grandes cazan a los más pequeños. Un bello orden natural que acontece debajo de un puente de carretera. Como el aroma de los bosques y el aire puro son parte del luxury de la zona, muchos turistas hacen este recorrido en bicicleta para poder salirse del camino, que siempre esconde un nuevo paisaje.

El Luma

Al atardecer llegamos a nuestra segunda parada, el hotel Luma, a orillas del Nahuel Huapi. Este hotel es una casona de montaña construida y decorada al estilo de las villas de la Toscana. Luma respira un clima añejo y parece la finca renacentista de una familia adinerada. Sus pisos están embaldosados en damero y las paredes pintadas de tonos pasteles y los textiles de colores vivos adornan los sillones y la mueblería vintage. El fuego crepita en el hogar de leña y los libros descansan bajo la luz ambarina de los faroles. Las habitaciones son amplias y tienen muebles adorables, de los que se venden carísimos en las casas de antigüedades: valijones de la abuela, aparadores, pequeñas mesas de hierro y mármol donde tomar el té, cojines coloridos. Los ventanales llegan hasta el piso y en los baños hay tinas antiguas. El único exceso es el paisaje. Luma está construido a orillas del lago, en medio de un bosque de arrayanes. Casi sobre la costa, un ejemplar de más de 600 años emerge, como si custodiara el sitio. Su nombre científico es Luma apiculata, y a él se debe el nombre de esta casona. Desde la terraza de algunas habitaciones se ve la Cordillera de los Andes y el Nahuel Huapi, manso como un gigante dormido. 

Las Balsas y la cocina gourmet

Por la noche atravesamos el fresco sendero de arrayanes para ir a cenar a Las Balsas Gourmet Hotel & Spa, a pocos minutos del Luma. Este hotel, que pertenece a Relais & Châteaux, se encuentra, al igual que el Luma, en la reserva natural del Nahuel Huapi y su máximo lujo, como toda la hotelería de alta gama en la Patagonia, es la impresionante belleza natural que lo rodea.

Las Balsas está a orillas del lago dentro de una bahía desde la que se ven picos nevados, sobre una playa con muelle propio y jardines alegres. Es una casa de madera con capacidad para unos 30 huéspedes. La decoración mezcla distintos estilos y abundan la madera, los cueros, las alfombras y los candelabros. Es acogedor, de buen gusto, y tiene un toque de glamour. Algunas celebridades como Madonna, Richard Gere o la reina de Holanda han dormido en sus suites. Su fuerte es la cocina gourmet. El primer plato fue una preparación regional con toques sofisticados: cordero confitado con chutney de ciruelas, acompañado por un Sauvignon Blanc de bodegas El Portillo, de la provincia de Mendoza. El sommelier explicó que para una carne de sabor graso, como el cordero, un vino seco como aquél era la combinación ideal. Siguió un risotto de papas con trufas, hongos y ossobuco de cordero braseado. El maridaje fue un blend de varios Malbec de Angélica Zapata, cosecha exclusiva. Sólo su botella pesa un kilogramo: el espesor del vidrio protege el sabor y los aromas del vino. El final fue con ravioles de quinoa y trucha patagónica. Después, con el toque sentimental que deja la bebida, volvimos al Luma y brindamos a orillas del lago. El paisaje, detrás del humo denso de los cigarros, quedó envuelto en un halo azul.

Kayaks en el Nahuel Huapi

Por la mañana decidimos navegar en kayak por el Nahuel Huapi. Nuestro punto de partida fue el muelle de Las Balsas y nuestro guía Tonio Hawes, un argentino de 38 años que vivió en Buenos Aires antes de venir a La Angostura, hace 10 años. Tonio es un viejo amigo de la familia de Máxima Zorreguieta, la esposa argentina del príncipe Guillermo de Holanda. Él es quien lleva a pasear por los lagos a la realeza de ese país cuando visitan esta ciudad de 15000 habitantes. Es un emprendedor independiente que hace excursiones de día completo. Puede salir del muelle de Las Balsas o desde el Lago Espejo y detenerse en distintas playas o islas, donde almuerza o merienda con sus pasajeros. Es un hombre cálido y de aire sencillo que nos guió en nuestra excursión de tres kilómetros en el lago y nos preparó una botana con fiambres, quesos y vinos para el almuerzo. Al final de nuestro recorrido, unos 100 metros antes de llegar al muelle, nos desafió: “El que llega último es el más boludo”. Y, eufóricos, aceleramos el paso, afianzamos los remos y llegamos a la playa, mojados y alegres. Así partimos hacia Bariloche.

Camino a Bariloche

La retama es un arbusto de finos tallos verdes, hojas pequeñas y flores amarillas que crecen en primavera. Es muy resistente y puede soportar el frío y la escasez de agua. En la ruta que va desde La Angostura hasta Bariloche hay una gran cantidad de jardines naturales de retamas amarillas, exuberantes y frondosas, que forman un corredor tupido a la vera del camino y que a veces, incluso, nos impide ver el lago. Es una de las tantas especies exóticas introducidas en la región, y a pesar de que su avance es feroz y de que en las cercanías de las reservas debe ser controlada, la retama amarilla embellece la ruta esa tarde, y se funde con el sol.

Bariloche 

Llegamos a Bariloche, en la provincia de Río Negro, casi a la hora de la cena. Ésta es la ciudad más grande del recorrido y la más poblada de la Patagonia, con casi 100000 personas. Es un destino buscado por los amantes del esquí, ya que la pista del Cerro Catedral, ubicado a 19 kilómetros de la ciudad, es más grande que la suma de todas las pistas de Argentina. Y también es el destino que eligen miles de estudiantes cada año para realizar su viaje de egresados del colegio secundario. 

Bariloche es una ciudad turística y tiene una oferta enorme en calidad y tipos de hotelería, gastronomía y actividades deportivas, tanto en invierno como en verano. Nos esperaban para cenar en El Casco, un hotel mítico donde solía hospedarse el presidente Juan Domingo Perón, una de las principales figuras políticas de la historia argentina. Hoy reacondicionado y en manos de Ignacio Gutiérrez Zaldívar, el máximo coleccionista del país, se convirtió en el primer hotel dedicado al arte en Argentina. El Casco tiene una colección de 475 obras originales de artistas argentinos, cuyo valor monetario es más importante que el del hotel. Sus 33 suites están destinadas, cada una, a un pintor específico. Las obras de Juan Lascano, Benito Quinquela Martín, Raúl Soldi o Cesáreo Bernaldo de Quirós están a la vista en salones, pasillos y suites. Gutiérrez Zaldívar, quien además es presidente y fundador de la Academia de Gastronomía Argentina, seleccionó personalmente las 1700 botellas que conforman la cava propia del hotel, una selección de las mejores cepas del país y del mundo, pero aun los salones con pisos de madera y el piano de media cola, el spa y su piscina climatizada in & out, las sábanas de miles de hilos, el sauna, la ducha escocesa, el jacuzzi o el fabuloso lobby lounge, palidecen ante las obras de arte. Despertarse y ver un Quinquela a los pies de la cama es demasiado (Quinquela fue un pintor argentino muy reconocido).

Trekking y vida al aire libre

Por la noche dormimos en el hotel Llao Llao, en Bariloche, un sitio con historia, diseñado en 1938 por Alejandro Bustillo, arquitecto célebre cuyo estilo de piedra y madera dejó marca en todas las ciudades patagónicas que visitamos. El Llao Llao es un hotel frecuentado por celebridades y presidentes, con campos inmensos de golf sobre las costas de los lagos Moreno y Nahuel Huapi. Es tan grande y tan laberíntico que nos tomaba entre cinco y siete minutos ir de la habitación a la barra del bar. Llao Llao es como un fuerte elegante que emerge sobre dos lagos, cuyos relieves costeros forman brazos, bahías y caminos salpicados por el amarillo de las retamas.

Por la mañana hicimos una caminata, partimos desde el Brazo Tristeza, del Nahuel Huapi, y llegamos a Bahía López. Son unos nueve kilómetros de dificultad mínima. Bajo una llovizna fría caminamos por senderos entre el bosque tupido, acompañados por Nahuel, nuestro guía, nacido y criado en la Isla Victoria, en medio del lago Nahuel Huapi. Nos detuvimos en un mirador sobre uno de los brazos del lago. El viento helado azotaba con fuerza, deshaciendo las nubes en jirones y la llovizna nos bloqueaba la visión. Nahuel se quedó en silencio y, cuando nos dimos vuelta para retomar el sendero, la vimos: una mesita pintoresca repleta de quesos y fiambres ahumados, pan casero, vino y sopa caliente, como un pequeño premio al esfuerzo. Del bosque salió un hombre con un look hippie. Era Esteban, un chef italiano que vivía en las montañas de Bariloche y nos había preparado el almuerzo. Y al rato, otra sorpresa: un acordeonista que tocó canciones francesas, música celta y, a pedido, melodías populares de cuarteto cordobés. Esa noche cenamos en el Charming, un apart hotel a orillas del Nahuel Huapi. Alberto, el dueño, nos guió en el recorrido por este albergue que él mismo diseñó, inspirado en un alojamiento de lujo para parejas, aunque las habitaciones son amplias y funcionales también para ir en familia. 

Esquel, Trevelin y Parque Nacional Los Alerces

Al día siguiente seguimos hacia el sur hasta Esquel, a 300 kilómetros de Bariloche. Partimos rumbo al Parque Nacional Los Alerces, una reserva de 263000 hectáreas con fauna, flora, glaciares, sistemas lacustres, ríos y espejos de agua, donde hicimos trekking por tres kilómetros entre bosques de alerces, una de las especies más longevas de la Tierra. Es un destino virgen habitado por algunas especies en peligro de extinción, como el huemul, un ciervo autóctono; el pudú pudú, el ciervo más pequeño del mundo, y el huillín, un carnívoro de ambiente acuático. Aquí el suelo es más húmedo y la vegetación es cerrada y tupida, con alerces majestuosos de hasta 4000 años de edad que superan los 70 metros de altura. Hay algunas postas construidas con madera a la orilla de los lagos que permiten ver el agua verde y cristalina que rodea a estos bosques selváticos en uno de los entornos naturales más valiosos del país. Después de la caminata, en un refugio con guías de la zona, almorzamos una picada con vino argentino y retomamos el camino, esta vez en dirección a Trevelin, para cenar y dormir en la estancia La Primavera en la que sería la última noche de viaje. 

La Primavera es una casona con todas las comodidades en medio del silencio campestre. Está construida con madera y piedra, con habitaciones cálidas y paredes en tonos rojo y pastel y un living con luces tenues, chimenea de leña y bibliotecas llenas de libros. Tiene piscina y después de una pequeña caminata se llega a la orilla de un río cercano. Queda a minutos del centro de Trevelin, una localidad de origen galés cuyo territorio fue disputado por Chile a principios del siglo xx. Hoy, sus descendientes conviven con argentinos en este pequeño valle de rasgos multiculturales. Su mayor atractivo gastronómico es el té galés, preparación típica que se acompaña con tradicionales tortas negras, panes, mermeladas caseras y quesos regionales.

La mayoría de los turistas llega a esta ciudad ganadera con el objetivo de recorrer las casas de té y probar sus exquisiteces. Un desfile cívico y militar pasó por la avenida principal horas antes de partir hacia el aeropuerto de Esquel. Hombres a caballo, niños, mujeres y soldados conformaban en la calle una caravana alegre. Ese día, 126 años atrás, un grupo de colonos galeses apodados Los Rifleros avanzaban con casi 300 caballos, armas y provisiones para una larga expedición cuando se toparon con este valle verde y fértil del cual le habían hablado los tehuelches, habitantes originarios de la zona, y allí formaron esta colonia pintoresca que esa tarde festejaba su historia.

En el aeropuerto de Esquel esperaba el vuelo de regreso a Buenos Aires. El viento soplaba con fuerza y fue difícil subir por la escalera del avión a la intemperie. Grandes masas de aire helado se desplazaban furiosas sobre el valle justo antes del despegue. Ya en el aire, miré por la ventanilla del avión para checar el paisaje por última vez y pensé: a la Patagonia la envidian todos los paraísos. 

Dónde dormir

en san martín de los andes (neuquén)

Ruta 63 km 67, Paraje Río Hermoso (8370)

  • Parque Nacional Lanín 

T. +54 (2972) 410 485

Ruta Nacional 234 km 57.5

  • T. +54 (2972) 410 304

en villa la angostura (neuquén)

Av. Siete Lagos 2369

T. +54 (2944) 495 611

Calle Las Balsas s/n

T. +54 (2944) 494 308

Ruta Siete Lagos y Río Correntoso , Parque Nacional Nahuel Huapi

T. +54 (2941) 619 727

en bariloche (río negro)

Av. Bustillo km 11.5

T. +54 (2944) 463 131

Av. Bustillo km 25

T. +54 (2944) 448 530

Av. Bustillo km 7.5

T. +54 (2944) 462 889

Av. Antártida s/n, Base del Cerro Catedral

T. +54 (2944) 460 388

en esquel y trevelin (chubut)

Av. Alvear 985, Esquel

T. +54 (2945) 455 800

25 km de Trevelin, Frente al Parque Nacional Los Alerces

T. +54 (2945) 455 800

Ruta 259 km 59, Valle de Trevelin

T. +54 (2945) 507 882

Dónde  comer

en san martín de los andes (neuquén)

Gral. Villegas 624

T. +54 (2972) 412 792

Parrilla restaurante en el centro de San Martín de los Andes que se caracteriza por la abundancia de sus porciones. El menú incluye trucha, pastas y carne argentina. Su plato fuerte es el cordero al asador.

  • El Mesón de la Patagonia

T. +54 (2972) 424 970

El fuerte del Mesón son los frutos de mar. Su especialidad son platos como langostinos al ajillo, calamares, trucha y salmón.

en villa la angostura (neuquén)

Av. Siete Lagos 2369 (8407)

T. +54 (2944) 495 611

Cocina de añoranza, con la que se busca redescubrir esos platos de las abuelas, combinados con los ingredientes de la Patagonia.

Ruta 231 km 56, Puerto Manzano

T. +54 (2944) 475 323

Cocina fusión con toques de cocina europea con especialidad en las carnes de caza.

Nahuel Huapi 34

T. +54 (2944) 494 924

El propietario es Martín Zorreguieta, hermano de la princesa Máxima de Holanda. Cocina gourmet con productos regionales.

Ruta Siete Lagos y Río Correntoso

T. +54 (2944) 619 728

Se trata del restaurante del hotel del mismo nombre, con una cocina actual patagónica. Cuenta con un pequeño parador histórico llamado Puerto Correntoso a orillas del lago, donde se ofrecen platos salidos del horno de barro.

  • Pioneros Parrilla 

Av. Arrayanes 263

T. +54 (2944) 495 525

Una opción menos pretenciosa donde se come el mejor cordero patagónico a la cruz, típico de esta zona.

en bariloche 

  • Fábula de los Siete Lagos

Domicilio conocido, Familia Rodigari

Cel. +54 (02944) 1559 4462

estebanrodigari@hotmail.com

Es una casa de campo a orillas del Nahuel Huapi que funciona sólo con reservación y a puertas cerradas, en un marco familiar. Los platos son caseros y cocinados a la leña. Cordero al asador, pastas, parrilla mixta y productos regionales como la trucha, el cordero y frutas finas son algunas de sus opciones.

Ruta 82 km 5.5, Lago Gutiérrez

T. +54 (2944) 476 167

La ascendencia alemana y austro-húngara de sus dueños le da el toque europeo a este lugar de cocina gourmet moderna, inspirada en los productos de la región andina patagónica. Especialidad: strudel de cordero patagónico.

Elflein 148

T. +54 (2944) 422 952

Restaurante parrilla con platos variados que incluyen empandas de ciervo y cordero, carpaccio de ciervo y chipirones salteados. Hay carnes vacunas, pastas caseras y pescados. Una de sus especialidades es la trucha, preparada en 12 versiones diferentes. El plato elegido por sus dueños son los tallarines verdes con tomate, cebolla, aceitunas negrasy queso de cabra.

en esquel y trevelin (chubut)

  • Don Chiquino Trattoria

Av. Ameghino 1641, Esquel

T. +54 (2945) 450 035

Es una empresa familiar consolidada en la región, reconocida por sus pastas artesanales y toda la magia del lugar con sus antigüedades y sus juegos de ingenio. Los sorrentinos Don Chiquino, preparados con mozzarella, ricotta, jamón, morrón y perejil son imperdibles.

Av. Alvear 985, Esquel

T. +54 (2945) 455 800

El restaurant del hotel del mismo nombre posee una variedad de platos de entradas, carnes y pescados. La pesca del día con crema de alcaparras y pimienta verde, acompañada por papas horneadas al roquefort es uno de los recomendados.

  • Casa de Té Nain Maggie

Perito Moreno 179, Trevelin

T. +54 (2945) 480 232

La abuela Margarita, Nain Maggie, fue integrante de una familia galesa que se afincó en el valle y vivió hasta los 103 años. Su nieta se dedicó a elaborar tortas, panes, scons y dulces caseros, con sus recetas y así se creó una de las primeras casas de té galés de Trevelin. El té se elabora con finas hierbas acompañado con las más variadas exquisiteces.

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