Rutas para recorrer la Ciudad de México en solitario

Estos periodistas expertos recorren la Ciudad de México en solitario y nos comparten sus rutas favoritas para despejarse y relajarse.

09 May 2024
Amanecer en Xochimilco. (Foto: Andrew Reiner).

Amanecer en Xochimilco. (Foto: Andrew Reiner).

Aquí vivimos corriendo, en una de las ciudades más grandes del mundo, donde el tráfico no conoce la piedad ni los comercios el descanso. Vivir en la Ciudad de México implica correr todo el tiempo, siempre ir con prisa de un lado a otro para acabar pendientes y resolver mandados.

Pero, también hay momentos mágicos en esta ciudad. Fines de semana, días inhábiles, vacaciones, madrugadas… cuando el ritmo parece desacelerarse y a uno le da tiempo de observar, de hacer realmente lo que te encanta y apreciar que vivimos en la mejor ciudad del mundo.

Bajo esa premisa, buscamos a periodistas que admiramos para que nos platicaran ¿qué hacen en un día libre?, ¿dónde pueden verdaderamente disfrutar la ciudad?, ¿quién los acompaña en estos recorridos?, ¿dónde comen, dónde compran?, ¿qué observan? Muchos optan por recorrer la ciudad solos y en sus crónicas nos enseñaron rutas necesarias para despejarnos y conocer la ciudad con otros ojos.

Antojos de la Roma

Por Cristina Alonso

Nunca me he distinguido por ser la primera en descubrir modas ni fenómenos que se hacen virales, pero, si de algo puedo estar orgullosa, es de haberme enterado muy temprano de la existencia de los changuitos coloridos que, pareciera que de un día a otro, todos los asistentes a Chapultepec portaban en la cabeza. Ésta es una consecuencia directa de mi dirección en la colonia Cuauhtémoc, que me permite formar parte de la chilanguísima tradición de pasear por el parque los fines de semana. En algún tipo de athleisure y, de preferencia, sin bañarme todavía (perdón); el recorrido perfecto empieza en Nice Day Coffee, un café de inspiración japonesa que llegó al barrio hace poco más de un año. Dependiendo del clima, un matcha latte frío o caliente es la compañía ideal para emprender la caminata.

Después de desayunar en Marmota, puedes ir a dar una vuelta a la plaza de Rió de Janeiro.
Después de desayunar en Marmota, puedes ir a dar una vuelta a la plaza de Rió de Janeiro.

Pasear por Chapultepec puede ser muchas cosas: a veces, relajante y contemplativo; otras, un reto lleno de obstáculos. Eso sí, siempre es una excelente oportunidad para hacer una exploración antropológica de los habitantes y visitantes de la ciudad y, sobre todo, un ritual dominical que permite despejar la mente y agradecer la posibilidad de vivir cerca de un espacio verde. Una vez terminado el paseo, y ya bañada y presentable, llega el momento de cruzar Reforma, quitarme los audífonos y tener una interacción más directa con la ciudad.

Opciones para comer en la Roma hay cientos y, aunque intento mantenerme al día con las aperturas de restaurantes de la capital (en la medida de lo posible), también disfruto mucho regresar a mis consentidos con frecuencia. Entre ellos se encuentran Campobaja y Marmota, dos lugares perfectos para sentarse en la terraza, pedir una copa de vino y varios platos deliciosos para compartir. En Campobaja nunca deben faltar tostadas, aguachiles ni almejas en la mesa.

Para evitar la llegada de la ansiedad dominical por la tarde, me gusta convertir los pendientes en actividades disfrutables. Si tengo que ir al súper, voy a tiendas como Estado Natural a comprar tés, galletas o jabones; si necesito hacer un pedido de lentes de contacto, me encanta ir a Escópica a ver sus cientos de modelos de lentes. Además de ser locales súper bonitos, me permiten extender la tarde, seguir caminando y, a veces, hasta olvidarme que al día siguiente me espera el regreso a la rutina. Lo mejor de este tipo de domingos es que el efecto relajante me dura un par de días.

Y es que se me ocurren pocas maneras tan efectivas para ponerse de buen humor como caminar en un parque gigante rodeada de changuitos de colores.

El sur tranquilo

Por Cristina Salmerón

Caminar por la Ciudad de México un día no laboral es bajar literalmente el ritmo acelerado con el que me muevo. Son días que se antojan para no mirar el teléfono y olvidar el despertador. Total, la rutina ha hecho tal efecto que mis ojos se abren pocos minutos antes de la hora en la que suena.

Después de la clase de yoga matutina en algún estudio de la Roma, vuelvo a mis rumbos para iniciar un plan que elaboro con cierta periodicidad e incluye lugares de apapacho a donde voy sola o con amistades.

Vivo en la Del Valle y tengo amigos que viven en la Portales, y otros que aman ir a esa colonia, donde Tierra Adentro es ese lugar para desayunar sabroso y tan ligero o abundante como se quiera. El chocolate con agua es delicioso; casi siempre pido las enfrijoladas con chorizo o la barbacoa en cazuela, pero un amigo me metió la adicción a los bocoles. Difícil dejarlos. Hay que llegar temprano porque se llena, pero, si toca esperar, sentarse en la glorieta de Nevado y Canarias hace que resulte menos tedioso dejar pasar los minutos mientras aumenta el apetito.

Prefiero no hacer sobremesa, ya que casi siempre hay gente esperando. Alguna ley mexicana debería decir que hay que solidarizarse con el hambre: el respeto al hambre ajena es la paz. Prefiero ir a la cafetería de El Convite (ese lugar con jazz en vivo tiene una pequeña sucursal dedicada a los postres y al café) que está en Pirineos y Filipinas.

Los Viveros de Coyoacán se han convertido en uno de los lugares más populares para correr en la Ciudad. (Foto: Ritta Trejo).
Los Viveros de Coyoacán se han convertido en uno de los lugares más populares para correr en la Ciudad. (Foto: Ritta Trejo).

Pido un pay de chocolate con cacao y crema batida y un latte, esta vez en las rocas. En una de las mesitas me dispongo a leer lo que traiga en turno; releo Autofagia, de Alaíde Ventura. Llega el pay, esponjoso y dulce: es como comerse una nube a punto de decantarse por tanto Choco Milk que se bebió. Ya pasa del medio día y es hora de bajar la comida.

Me dirijo a uno de mis lugares felices. Pienso esta frase en voz alta y me río, acordándome de Bob Ross. Medito si caminar media hora o tomar la Ecobici y hacer la mitad del tiempo. Tomo la bici.

Ir a los Viveros de Coyoacán es un acto de fe. Las plantas que compro con tanto optimismo pueden ser esas mismas que vea fenecer meses después, o no. Hay plantas guerreras que han resistido tres mudanzas y las maldades del gato Tito; otras que ni tiempo tuve de encariñarme con ellas. Esta vez nadie morirá, sólo compraré vitaminas para las orquídeas. A la derecha empiezan los locales; un poco a la izquierda hay un minitúnel de monsteras y helechos colgantes; es mi selva privada, casi nadie entra ahí. Yo siempre entro ahí.

La caminata en los Viveros puede durar una hora o más. Mi recompensa es oler y admirar todas las plantas y flores que no podré llevarme a casa. El último lugar del recorrido está a unas siete cuadras, 15 o 20 minutos a paso contemplativo. Una nunca se pierde lo suficiente en las calles de la colonia Del Carmen.

Yendo por Viena, y al dar vuelta en Centenario, llego a la Cineteca Nacional. Es divertido mirar la cartelera y dejarse sorprender por la película que más promete, pero ese entusiasmo me ha llevado a pasar horas viendo cine que olvidaré en cuanto salga. Entonces, ya llego con la decisión tomada y el boleto en el teléfono, claro, y también para asegurar que tenga una butaca con la ubicación ideal, debido a que este sitio se ha vuelto muy concurrido.

¿Palomitas o helado de menta? Ya casi es hora de la función, así que la fila menos larga decidirá mi compañía para el cine.

Sumar kilómetros en Chapultepec

Por Paulina Espinosa

Mi reloj suena a las 5:00 de la mañana en punto. Después de un par de pausas al despertador y con la duda de si vale la pena empezar mi día tan temprano o no, me visualizo en el Joselo Café, frente al Parque Lincoln. Con el frío de la mañana, el sol que apenas asoma sus primeros rayos, me convenzo a mí misma de que valdrá la pena la desmañanada. 

Dejo atrás el Parque Lincoln y la fuente donde a veces se empinan las aves a tomar agua, para dar las
primeras zancadas. Tomo la calle con rumbo a la Torre Virreyes, donde veo a algunos compañeros que comienzan a calentar. Así, atravieso la ciclopista y me encuentro con otros corredores, que amablemente me desean un buen día. Entre corredores, la camaradería es obligatoria. O al menos en esta ciudad. 

Mientras le doy la vuelta al lago de Chapultepec, intento absorber el paisaje: tonos rosas, naranjas y morados que se apoderan del cielo y contrastan con el agua.

Mi ruta continúa, ahora con rumbo a la Calzada Flotante Los Pinos. Aunque apenas la inauguraron el año pasado, ya es una de mis zonas favoritas para correr. La mía y de muchos otros corredores. Me gusta cruzar entre los árboles que se cuelan por los huecos del puente y entregarme a la maravillosa sensación de ver despertar la ciudad al mismo tiempo que yo acumulo kilómetros.

Y mientras pienso en adónde irán todos esos coches que recorren el Periférico, encuentro el adoquín de la primera sección del Bosque de Chapultepec debajo de mis tenis. Los altos árboles que lo rodean se roban la luz que se empezaba a mostrar y la temperatura baja un poco. Voy rumbo al Zoológico y en el camino me encuentro con bloques gigantes de hielo para ser repartidos entre los marchantes que más tarde abrirán sus negocios, ellos también me saludan amablemente.

Luego de estos kilómetros, vuelvo a mi punto de inicio: Joselo Café, en Polanco, para estirar los músculos. Terminé mis kilómetros matutinos. El premio: un rol de almendra y ganarle la mañana al resto de la ciudad.

Los domingos, cierran Reforma para ciclistas y peatones. Puedes llegar desde Polanco hasta Bellas Artes en el recorrido. (Foto: Andrew Reiner).
Los domingos, cierran Reforma para ciclistas y peatones. Puedes llegar desde Polanco hasta Bellas Artes en el recorrido. (Foto: Andrew Reiner).

Sobre ruedas

Por Pedro Reyes

Los viernes son días de home office en la agencia. Aun así, me gusta salir de casa e ir a la oficina para disfrutar el silencio, las no distracciones. La michelada que se avecina. Además –acaso lo más importante–, es el viernes el día en que, a sólo unas cuadras de la oficina, se monta el mercado sobre ruedas de la Condesa. Suelo caminarlo con un café en la mano, en chanclas y bermudas (porque home office), y con la bicicleta atada a un poste; seguramente me tomaré mi tiempo. Así, de entrada, dos o tres tacos de mixiote, con nopales, limón, cebolla morada, cubitos de piña y una salsa roja bien densa, profunda. Después, checar si llegó algún modelo nuevo de lentes oscuros, chafas y piratas… La historia dicta que, de todas maneras, los voy a perder: 100% garantizado. Probablemente me deje seducir por unos tlacoyitos o algo de chicharrón prensado o queso ranchero para llevar a casa. En temporada, un kilo de mandarinas o un par de ciruelas o carambolos para comer en el momento. La morralla es la que manda.

Hay algo en esos tianguis ambulantes y efímeros que me cautiva, y mucho. Caminarlos es ser testigo del instante, de lo que toca. Hoy está y mañana ya no. Tampoco hay refrigeradores ni empaques ni tarjetas de crédito. Sólo lo fresco, lo del día. En otra etapa de mi vida solía esperar el mercado de los martes, sobre Plutarco Elías Calles, para comer tacos de cecina asada con papas a la francesa y pepinos con habanero. En el de Obrero Mundial compraba tostadas y crema los domingos, además de xoconostle y moringa para meterle al jugo verde. (¿Qué fue del yo que tomaba jugo verde?). En el de Juan de la Barrera, sentarse a comer consomé de barbacoa y compartir la mesa con completos desconocidos le pone mucha onda a los martes. Del de Luis Cabrera jamás nos perdonamos salir un sábado sin una bolsa de esa ensaladita botanera de habas verdes con cebolla y mucho cilantro. Así nos vamos haciendo de hábitos y mañas que construyen nuestra historia en la ciudad. La vida va mutando de rumbos y nos toca salir a construir el nuevo ritual. Llenar esos espacios que a veces son una cosa y otras, otra. Dejar la huella que constate que, por un momento, fuimos parte.

Si aún queda tiempo, hambre o los dos, sucumbiré ante un pescadito frito con salsa Huichol antes de volver a treparme a la bici. No hay viernes que no se me antojen cabrón. Lo que hace irresistibles a los sobre ruedas es que se dan a desear. Si quedaron ganas de algo o se acabó el dinero, habrá que esperar, irremediablemente, hasta el próximo viernes.

Caminar por Reforma con mi perro

Por Mary Hubard

“Uy no, ¿en domingo? Imposible”, respondo cada vez que alguien intenta hacer planes conmigo en este día sagrado. Yo los domingos no convivo. No existo. Son un día para mí… y para Chuleta, mi perrita.

Despierto sin que suene la alarma porque mi cuerpo ya está acostumbrado a madrugar. Me pongo mis pants y tomo la correa de Chuleta para disfrutar el atípico silencio en las calles de la ciudad. Los domingos a las 7:00 de la mañana el movimiento es poquísimo. Mientras el resto del mundo sigue en pijama, nosotros paseamos por la San Miguel Chapultepec, donde aún no barren las hojas de los árboles que cayeron ayer y crujen bajo mis pies.

La meta es llegar a Reforma. Los carriles que normalmente son transitados por coches y camiones, los domingos están llenos de ciclistas, corredores y, por supuesto, perros. Chuleta no es muy buena con las multitudes, así que nosotros vamos por la banqueta, pero de vez en cuando paramos en alguna banca, para tomar un poco del café que llevo en mi termo y ver a la gente pasar. Un padre les enseña a sus dos hijos a andar en patines. Un corredor, que parece flotar sobre el asfalto, nos hace creer que correr es cosa fácil. Un grupo grande de turistas en bicicleta obedece las indicaciones de su guía, que les platica la historia de los edificios mientras pedalean. Mi abuelo me enseñó cómo observar a la gente pasar y, entre más crezco, más me gusta este entretenimiento. Y a Chuleta también.

Y es que, después de que pasamos la Estela de Luz, la Diana Cazadora y el Ángel de la Independencia, echarse en el piso y refrescarse un poco bajo la sombra de un árbol, es una excelente recompensa. Los domingos no necesito más que eso.

Mientras descansamos en una banca, tomo la decisión más importante del día: ¿hacia dónde vamos a seguir caminando para buscar el desayuno? ¿Será en La Tonina?, allá por la San Rafael, donde preparan las mejores tortillas de harina de la ciudad. ¿O será mejor ir por unos tacos de barbacoa a El Pialadero, en la Juárez? ¿Unos de carnitas en Los Panchos, en la Anzures? ¿O una quesabirria de Don Juan, en la Condesa? Qué difícil decisión. Dejaré que Chuleta decida hacia dónde vamos a caminar.

Este material tiene fines exclusivamente informativos y ha sido modificado temporalmente con motivo del inicio del periodo de campañas del proceso electoral 2023-2024, en cumplimiento a lo ordenado en los artículos 41, párrafo Tercero, fracción III, apartado C, último párrafo y 134, párrafo Octavo y Noveno de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. 

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