La Ciudad de México es un espacio amorfo que se transforma a conveniencia de sus habitantes. Lo mismo ha sido lago que masa de concreto. Ciudad chinampera y centro financiero. Se reconstruye, cambia de nombre y, sobre todo, nunca deja de crecer.
Algunos lugares que hace no menos de cien años se consideraban sus límites, ahora son parte de sus zonas más céntricas. Con el tiempo, la mancha urbana se ha expandido hasta alcanzar lo que alguna vez fueron pueblos apartados por un largo y difícil viaje.
Hubo un tiempo en que varios de los barrios que hoy son íconos de la Ciudad de México apenas tenían contacto con la capital. Durante el Porfiriato o la Colonia, las noticias sólo llegaban con las visitas de la burguesía, que viajaba hasta allá para pasar vacaciones y fines de semana en sus enormes casas de campo.
Sólo algunas haciendas y quintas quedan como recuerdo de esos días. Los pueblos que alguna vez estuvieron retraídos de la vida en la ciudad ya jamás podrían ser considerados foráneos. Portentos de la ingeniería civil y la planeación los han conectado y convertido en parte de la urbe.
Aún con lo desagradable que pueden llegar a ser el tráfico y las distancias, ahora la vida de la capital se mueve a diario por estas colonias. Sin embargo, algún camino empedrado, sus plazas y su calma anacrónica todavía sirven para recordarnos lo que lugares como el sur de la ciudad, Tacubaya o Chapultepec fueron en el pasado.
En busca de la eterna primavera, al sur de la ciudad
Una costumbre que persiste aún en tiempos modernos. Tal parece que los residentes de la Ciudad de México siempre han recurrido a un viaje rápido al sur para colmar su búsqueda de buen clima, sol y tranquilidad.
Similar a lo que ahora sería un paseo de fin de semana a Cuernavaca o Tepoztlán, durante los siglos XVIII y XIX algunos destinos favoritos de la sociedad capitalina fueron lugares como Coyoacán, San Ángel, Tlalpan o Chimalistac, entre otros, al sur del centro político y económico de la ciudad.
Si bien durante la Conquista esta región llegó a tener cierta importancia, cuando Coyoacán fungió como capital provisional de la Nueva España mientras Tenochtitlan se reconstruía después del asedio español, con el tiempo quedó reservada para algunas órdenes religiosas y se convirtió en un destino campestre para las clases acomodadas.
Llegar hasta allá, sin embargo, distaba mucho del trayecto moderno. La introducción gradual de algunas estaciones de ferrocarril, hacía mediados del siglo XIX, fueron facilitando el trayecto que, hasta antes de eso, tenía que realizarse en carroza, en los grandes y pesados ómnibuses o en un “tranvía de mulitas” (un sistema que antecedió al ferrocarril por el uso de vías pero que seguía siendo impulsado por animales).
Después del viaje, que entre los descarrilamientos y asaltos en parajes solitarios que incluso se consideraban peligroso, las familias de la burguesía capitalina se instalaban en sus casonas y podían llegar a quedarse en lo que ahora es el sur de la ciudad por meses enteros. Famosas construcciones como la Antigua Hacienda de Tlalpan, el San Ángel Inn o la Casa Colorada de Coyoacán aún quedan como testigos de esos viajes a “provincia”.
Los días de vacaciones se pasaban entre paseos por las huertas y las plazas, visitas a otras haciendas o días de feria y fiesta, normalmente relacionados con el calendario litúrgico, como santos o misas dominicales celebradas por las órdenes religiosas, siempre presentes en la vida de los pueblos.
Los testimonio de escritores y artistas que vivieron o visitaron la región en el pasado, como Federico Gamboa, Alexander von Humboldt o Manuel Payno, dejan ver cómo estos lugares eran apreciados como un remanso de tranquilidad, lo suficientemente lejos de la ciudad para poder descansar del frenesí urbano.
Guillermo Prieto, escritor, político y célebre residente de San Ángel, escribió a mediados del siglo XIX sobre su barrio que “era considerado como el centro de placeres que ofrecía mayor animación… un laberinto de vergeles, de huertas, de aguas cristalinas, de lomeríos pintorescos y paisajes deliciosos”.
La calma persistió hasta finales del siglo XIX, cuando la vida industrial se hizo paso y llegó con fábricas y obreros. Pronto se volvió necesario afinar las vías de comunicación y transporte con los pueblos. El camino por donde circulaba el ferrocarril se convirtió en la Calzada San Ángel (que hoy conocemos como Avenida Revolución), y la primera llamada de teléfono en la historia del país se realizó entre Tlalpan y la Ciudad de México, desdibujando rápidamente la diferencia de los pueblos con la capital.
Las vistas panorámicas de Tacubaya
Al poniente del centro de la Ciudad de México, Tacubaya siempre tuvo una característica que la distinguía de entre otros pueblos cercanos: su elevación privilegiada por encima del lago de Texcoco. De hecho, después de constantes inundaciones durante el Virreinato, incluso se planteó la posibilidad de trasladar la capital hasta sus alturas.
La zona que ahora está conformada por colonias relativamente céntricas como la San Miguel Chapultepec, Observatorio, Condesa o Escandón, durante la Nueva España y el Porfiriato fue considerada un sitio alejado de la capital, ideal para vacacionar por el encuentro entre varios ríos y lagos, además de tener un clima favorecido por su ubicación.
Los edificios de Tacubaya bien pueden servir como un recuento de las etapas por las que el barrio ha atravesado. Mientras que el entrañable edificio Ermita y la Casa Estudio Luis Barragán recuerdan su inmersión a la vida moderna de la ciudad, la Antigua Casa del Arzobispado o la Casa de la Bola quedan como memorias de su vida provincial.
También se mantienen los nombres de algunas colonias que ayudan a darnos una idea del tamaño de las fincas que se construyeron aquí. Los terrenos que ahora conforman la Escandón, por ejemplo, fueron propiedad de Manuel Escandón, de quien recibe su nombre. Lo mismo sucede con la zona que ahora conocemos como la colonia Condesa, terrenos que le pertenecieron a la Condesa de Miravalle durante el siglo XVIII.
Un poco más cercana al centro de la ciudad que otros pueblos, el trayecto hacia Tacubaya siempre fue relativamente más sencillo. De hecho, tal era la popularidad del destino y la necesidad de conectarlo con la capital que el primer tranvía que se inauguró en la Ciudad de México, en 1858, iba desde la Plaza de la Constitución hasta Tacubaya, aún impulsado por tracción animal.
Más adelante, cerca del final del Porfiriato, con la llegada de más y mejores vías férreas y el fraccionamiento de grandes haciendas que lo separaban de la ciudad, Tacubaya fue acercándose poco a poco a la capital. Hasta que, en 1928, como consecuencia de la Revolución, se incluye dentro de la división de delegaciones políticas que integrarían el recién creado Departamento Central (luego Departamento del Distrito Federal).
Chapultepec: para caminar, descansar y… cazar
A lo largo de su historia Chapultepec ha sido pulmón y abastecedor natural para la ciudad. Desde la fundación de México-Tenochtitlan, sus manantiales fueron una de las principales fuentes de agua potable, además de considerarse un lugar sagrado. Más adelante, a finales del siglo XVI, se construyó el acueducto de Santa Fe y el bosque pasó a tener su conocida función de lugar de descanso.
Los primeros virreyes aprovecharon la cercanía de Chapultepec con sus residencias habituales y la diversidad de su fauna y comenzaron a utilizarlo para cazar ciervos, liebres y conejos. Desde los primeros años de la Nueva España comenzaron a construirse fincas y casonas de campo en los alrededores del bosque, como la famosa Hacienda de los Morales, que aún sobrevive de esos tiempos.
Incluso lo que podría ser una primera versión del Castillo de Chapultepec fue ordenada por el virrey Luis de Velasco en la última década del siglo XVI. Era un palacio que fue usado como residencia de verano, cuartel e incluso fábrica de pólvora, lo que acabó condenado la estructura con una explosión accidental en 1784.
Sin embargo, el destino era tan apreciado por la élite de la Colonia, que no pasó ni un año para que el virrey en turno, Matías Gálvez, mandara a construir un reemplazo adecuado en el punto más alto del bosque, el Castillo que hoy conocemos.
Con la llegada de la independencia, Chapultepec también pasó a tener un protagonismo central en la vida de la Ciudad de México y del país. El Castillo y el bosque se convirtieron en sede del Colegio Militar, donde los jóvenes cadetes recibían instrucción para el combate. En sus inmediaciones se llevaron a cabo varias batallas de la guerra con Estados Unidos, de las que precisamente se recoge el episodio de los Niños Héroes.
Carlota y Maximiliano fueron los primeros gobernantes que vieron potencial para convertir el Castillo en residencia oficial. Las estancias se remodelaron y se planeó una calzada para su acceso directo desde la ciudad, para uso exclusivo para la monarquía: el Paseo de la Emperatriz, posteriormente Reforma.
Fue hasta el Porfiriato, cuando se tomó la decisión de mudar la residencia oficial al Palacio Nacional, que Chapultepec recuperó su carácter de área de descanso y esparcimiento. Sin embargo, después de haber sido el centro de la política nacional por varias décadas, ya había quedado totalmente integrado a la vida de la Ciudad de México, dejando de ser una región aparte, a la que había que viajar.