La calle se llama Olvido y en el número 62 está el Centro de Mayores Chinos en España, un lugar que parece haber salido de una película, casi un cliché: por las tardes, los jubilados de esta comunidad asiática practican danzas con abanicos, tai chi, ping pong y karaoke.
Desde ese trozo de China en el distrito de Usera (en el sur de Madrid) salió, el pasado 28 de enero, el desfile de Año Nuevo. Adiós al mono y hola al gallo. Más de 800 personas disfrazadas de dragones desfilaron bajo pasacalles rojos, verdes, amarillos y dorados. Pura exuberancia para un barrio que nació en los años cincuenta como un terreno absolutamente residencial, de edificios grises y sin atractivo.
Pero llegaron inmigrantes, España adquirió un 10% de población extranjera y Usera, una zona con viviendas baratas, se convirtió en casa para quienes arribaron: el 18% de sus vecinos no nacieron en España, muy por encima de la media madrileña que es el 12%. De ellos, más de 10 mil son chinos. Hay zonas enteras en las que es difícil encontrar letreros en castellano, salvo los que indican los nombres de las calles. Pero éste es un Chinatown que no está lleno de turistas. No tiene farolillos ni se asa la comida a la vista. No busca atraer a nadie. Su encanto es su naturalidad. Aquí se vive y se hace negocio.
Es un barrio, no un decorado. Por ejemplo, en las calles Rafaela Ibarra o Dolores Barranco es delicioso dar un paseo, perderse, ver escaparates con trajes de novia azules llenos de pedrería e infinitas capas de tul, librerías cuyos títulos están escritos en ideogramas, supermercados con productos tan fascinantes e incomprensibles como la gaseosa de calabacín y los caramelos salados. Uno podría pensar que no está en España, pero de pronto se encuentra cara a cara con el Museo del Jamón, la franquicia de los bocadillos de jamón serrano que con sus patas de cerdo oscuras colgadas del techo y sus camareros bulliciosos dice: España, España, España.
La propuesta para el viajero es arrancar en Madrid Río (sector sur, metro Legazpi), un larguísimo parque lineal que rodea ambas riberas del río Manzanares y que con su inauguración en 2011 dio al sur de Madrid y al propio Manzanares —¿alguien recordaba que Madrid, como París con el Sena o Londres con el Támesis, tenía un río?— una vida inimaginablemente rica, con niños, perros, ciclistas, runners y familias pasando la tarde. Después de disfrutar de los puentes, la playa urbana, los miradores y los juegos infantiles, hay que caminar hacia el sur por la calle de Marcelo Usera, que atraviesa el distrito al que da nombre, y una vez ahí callejear para encontrarse con la globalización en formato directo: panaderías ecuatorianas, tiendas de ropa colombiana, fruterías de India o Bangladesh, niños de padres africanos o chinos hablando en perfecto español, jóvenes latinoamericanos, ancianos españoles, familias marroquíes. Al madrileño de pura cepa, el nacido en Madrid de padres madrileños, se le llama gato, y si algo queda claro tras un paseo por Usera es que aquí nadie es gato. Si acaso, aves migratorias. A la mezcolanza de procedencias extranjeras se unen las nacionales: gallegos, asturianos, andaluces, extremeños. Las largas caminatas suelen abrir el apetito. En la calle Dolores Barranco, en el número 88 queda el restaurante Igo Pasta, que ofrece la que, dicen, es la mejor sopa ramen de Madrid. Hay un club de ramenistas que se dedica a probarlas todas y le ha dado la mejor valoración. En la calle del Olvido, 92, hay otro mítico restaurante chino, el Royal Cantonés, cuyo dueño, que se hace llamar Luis, llegó de Cantón hace 20 años. La estrella de su cocina es el dim sum, empanadita que significa algo así como “tocar el corazón, satisfacerlo”. Y para corazones arriesgados el menú ofrece medusa y tripas de oca. Una foto de la infanta Elena en la pared la muestra sonriente y satisfecha: dicen que vino por aquí y repitió dim sum.
Pero no todo es chino en Usera. La variedad gastronómica del barrio es un verdadero melting pot. Aquí queda, por ejemplo, uno de los lugares más extravagantes para comer en Madrid: La Perla Boliviana (calle Monederos, 42), un antiguo salón de fiestas —con sus espejos, sus dorados rococó y sus lámparas de araña— convertido en restaurante boliviano y reconvertido en la verdadera embajada de Bolivia. Al mirar la carta, uno entiende cuán poco sabe de esa cocina: ¿silpancho, pampaku, pacumutu, queperí, charque, chairo, lapping? Pero aunque los nombres suenen extraños, todo es delicioso.
El parque del Retiro es el espacio verde por excelencia de Madrid, pero Pradolongo, el parque de Usera, con sus 62 hectáreas, ofrece mucho espacio para caminar —y, de paso, bajar la comida—, andar en bicicleta, correr o pasear alrededor de su estanque. Tiene, además, un jardín botánico de más de cuatro mil metros cuadrados con 200 especies de árboles y arbustos. Allí está la Maris Stella, conocida como la iglesia rota, un hermoso templo que data de principios de siglo xx y que fue duramente castigada durante la Guerra Civil.
De un tiempo a esta parte, la periferia da la batalla en la capital española. El llamado off teatral se roba poco a poco lo más interesante en puesta en escena y Usera tiene la que quizá sea la más vanguardista: LaZonaKubik (calle Primitiva Gañán, 5). Lo que hace LZK es apostar por cuatro creadores al año, asesorarlos, prepararlos, buscar financiación e implicarse de lleno en su propuesta para, finalmente, estrenar esos cuatro proyectos escénicos. Hasta julio se podrá ver Historias de Usera, un trabajo de dramaturgos y actores profesionales con gente del barrio. Los relatos fueron armados a partir de historias de los vecinos de toda la vida y de los recién llegados. Todos son lo mismo. Por algo una de las campañas del Ayuntamiento para generar apego a la ciudad llevaba como lema: “Si vienes a Madrid ya eres de Madrid”.