Escapada musical por Williamsburg

Esta ruta por los barrios ocultos de Brooklyn te permitirá conocer lo mejor de su escena musical.

27 Nov 2017
Escapada musical por Williamsburg

En mi último viaje a la Gran Manzana opté por huir de las multitudes y refugiarme en Brooklyn. La misión: descubrir las joyas que esconde esta zona y, por la noche, buscar los mejores venues de música para escuchar bandas locales emergentes.

Así pues, tomé la línea L a mediodía y, después de 30 minutos de viaje, y una breve caminata, llegué a Williamsburg, donde los chicos cool crearon su propia comunidad, es decir, un lugar donde diseñadores, artistas, escritores, músicos, actores, y demás, buscan conquistar sus sueños en forma de tiendas de discos vintage, chocolaterías artesanales, joyerías independientes, tiendas gourmet orgánicas, bares con coctelería creativa y más.

Recorrer la calle Bedford, y sus alrededores, es inevitable con tanta oferta para comprar, beber y comer. Cada propuesta resulta más interesante que la otra. Para saciar mi hambre, el primer día escogí Samurai Mama, un espacio con mesas comunales. La opinión generalizada es que debes pedir la sopa de udón con pork belly. Seguí el consejo y no me arrepentí: es lo más cercano que he estado de Japón fuera de Japón.

Saliendo de ahí, hice una escala muy recomendable en Brooklyn Brewery, una de las cervecerías artesanales más importantes de la ciudad. Entre semana hacen tours para aficionados de la cerveza (hay que reservar con antelación, el precio es de 15 dólares y dura aproximadamente dos horas); y los fines de semana está abierto, para el público general, el taste room, donde por la módica cantidad de 20 dólares puedes conseguir cinco fichitas para intercambiarlas por variedades de cerveza, las que tú escojas. Mi recomendación es probar las de temporada.

Por la noche, después de haber bien empleado mis cinco fichitas, caminé unas cuantas cuadras rumbo a Rough Trade, la tienda de música del reconocido sello discográfico británico —que lanzó al estrellato a artistas como The Smiths y The Libertines—, que llegó a Williamsburg, hace un par de años, para desafiar la idea de que una tienda de discos ya no es negocio.

¿Cómo? Creando un espacio para personas con gustos afines que se reúnen para disfrutar de la música tanto en el local como en un pequeño venue —perfectamente sonorizado— que está en la parte de atrás; la sala de conciertos se conecta durante el día con la tienda, y por la noche cobra independencia. Ahí vi a Clap Your Hands Say Yeah, una banda de indie rock oriunda de Brooklyn, e, inevitablemente, compré algunos viniles.

Al día siguiente, el desayuno estuvo a cargo de Le Barricou, una brasserie de estilo “francés visto por un extranjero”, con mesas rústicas de madera y periódicos parisinos usados como papel tapiz, que se llena  a la hora del brunch. Sobre todo por sus huevos noruegos, sus hot cakes (que parecen más bien pasteles) y sus bloody marys, que después del mediodía ya pueden tomarse sin ningún reproche social.

Aproveché el resto del día para conocer tres lugares que me interesaban. El primero fue Brooklyn Art Library, donde está The Sketch Book Project, un proyecto que se encarga de coleccionar cuadernos de dibujo. Así pues, puedes pasar varias horas husmeando los bocetos, ideas y escritos en las libretas de  otras personas. ¡Qué genial manera de intimar con extraños!

A unas cuantas cuadras de ahí está Bakeri, una panadería de estilo europeo famosa por su repostería artesanal y su café de calidad. Por su atmósfera relajada, es ideal para  visitarlo en fin de semana. Si está muy lleno, y el clima lo permite, la opción es pedir para llevar y caminar hacia el East River State Park, para comer tu pan y tu café con una increíble vista hacia Manhattan. No te pierdas: el Blueberry Lemon Cake, la Apple Cider Flower y las galletas, que son gigantes y tienen un toque de sal.

Por último, visité The Journal Gallery, una  galería —que se deriva de la revista homónima, dedicada a la música, las artes, los viajes y la moda, The Journal—. Este espacio contribuye, desde hace más de diez años, a la escena del arte contemporáneo en Nueva York, como una incubadora de nuevos talentos y plataforma para los viejos.

Para cerrar uno de los mejores días que se pueden tener en esta ciudad, por la noche fui a Brooklyn Bowl, un restaurante, boliche y foro de conciertos que sí, suena y es muy noventero, pero no por eso menos divertido. Jugar un par de líneas, beber y botanear algo (una cerveza de barril y el Blue Ribbon Fried Chicken, de preferencia) mientras esperas el concierto de una banda en vivo, ¿en dónde firmo el contrato? A mí me tocó ver a Deer Tick, un grupo de rock con un toque de folk, blues y country.

Así, esa noche, fue como terminó mi breve escapada a Williamsburg, dejando pendientes el Music Hall of Williamsburg y muchas, muchísimas, cosas más para mi siguiente visita a Nueva York en la que vuelva a necesitar un poco de espacio. No eres tú, Manhattan, soy yo.

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