En un país en el que dos de cada tres personas son indígenas, y cuyos paisajes suelen ser bastante monocromáticos, surge una propuesta visual como la de Freddy Mamani, un antiguo albañil, ahora ingeniero, cuya identidad aimara está plasmada en su estilo arquitectónico: colorido, geométrico y elegante.
Su atrevida paleta de colores y su mezcla de estampados no convence del todo a los habitantes de El Alto, una ciudad en desarrollo, por lo que sus construcciones, en algunos círculos, se han ganado el despectivo mote de cholets, una mezcla entre las palabras “chalet” y “cholo”.
Los edificios rompen con la estética a la que estamos acostumbrados, pero también hablan del cambio cultural que experimenta Bolivia, la apropiación de los espacios públicos por parte de la comunidad originaria, un proceso que se desató en 2006 cuando Evo Morales quedó electo como presidente.
Los salones de baile son su especialidad, de techos altos y llenos de espejos —y luces incrustadas por doquier— albergan bailarines, banquetes y músicos. Si por algo sobresale este pueblo originario de América del Sur es por su ánimo para celebrar en grande las distintas situaciones de la vida.
Arriba de estos salones, se construyen departamentos habitacionales y las casas de los propietarios. Estos espacios conservan el colorido del resto del edificio pero tienen interiores un poco más sobrios y una vista privilegiada.
Entre que su trabajo es criticado o alabado, sin duda Mamani creó un lenguaje estético muy particular que asusta a la élite boliviana —por su supuesto “mal gusto”— pero encanta a los aimaras: dándoles un espacio con el que se sienten identificados dentro de las grandes ciudades.