- Tlacotalpan
Conviene llegar desde el puerto de Veracruz y atravesar Alvarado, el pueblo pesquero por excelencia, lo que no es poco decir en un estado como éste. Por esta ruta se podrá pasar por el Puente Tlacotalpan y observar, entre nubes de mariposas, la convergencia de la laguna de Alvarado y el río Papaloapan. La vista es asombrosa. Pero eso no es lo único asombroso: dicen que si se pide un deseo mientras se atraviesa el puente por primera vez, éste se cumplirá y justo a su debido tiempo.
Fundado en el siglo XVI, Tlacotalpan conserva muchos de sus rasgos de antigua Colonia española, lo que le ganó a su centro histórico el nombramiento de Patrimonio de la Humanidad en 1998. Un paseo por sus anchas calles deriva en el hallazgo de decenas de edificaciones de diferentes épocas en muy buen estado de conservación. Es el caso del Teatro Nezahualcóyotl, construido durante el mandato de Porfirio Díaz, que conserva sus balcones de madera originales y vitrales franceses. Pero lo que hace más característico a este caluroso pueblo ubicado en la Cuenca del Papaloapan, a la orilla del Golfo, es el increíble colorido de sus casas: rojos brillantes, todos los tonos de amarillo, azul rey y celeste, naranjas, verdes y lilas toman posesión de las fachadas, arcadas, columnas y plazas, como si siempre fuera día de fiesta. La caminata es tan agradable (y Tlacotalpan tan pequeño) que tomar el auto resulta absurdo: aquí todos tienen bicicletas, que bastan y sobran para hacer cualquier trayecto. El visitante puede también acceder a una de alquiler y recorrer así el paseo que va del Parque Zaragoza —con un bonito quiosco mudéjar y flanqueado por dos iglesias— a la Casa de la Cultura Agustín Lara y de ahí al Cementerio Municipal en el que descansan muchos tlacotalpeños célebres. O del Minizoológico —para ver cocodrilos, tortugas y algunas aves amaestradas— al malecón.
Uno de los grandes orgullos aquí es la comida, resultado de la mezcla entre las tradicionales preparaciones totonacas y la gastronomía española. Las mujeres guardan con celo los recetarios familiares; en ellos conservan todos los secretos de esta culinaria y algunas innovaciones, en versiones siempre superiores a las de las demás cocineras. Un buen lugar para darse una idea de todo lo que aquí se puede comer es el restaurante Doña Lala. El banquete comienza con una sopa de frijol con bolitas de masa y acuyo (hoja santa), un chilpachole de jaiba o un plato de casamiento (arroz con frijoles). Después se puede optar por un plato de mariscos provenientes del río Tlacotalpan y otros ríos que confluyen en la zona: camarones al guajillo, langostinos gigantes o el imprescindible arroz a la tumbada, una de las especialidades regionales. Doña Lala también es un bonito hotel con alberca y habitaciones cómodas, muy buen sitio para hospedarse, por su ubicación céntrica, en el Paseo Gonzalo Aguirre Beltrán, sobre el que se pueden encontrar pequeños locales en los que detenerse por una nieve de jobo o coco, un café o unos toritos de nanche o cacahuate. Y también, claro, visitar la Casa Museo de Agustín Lara. Otros planes vespertinos incluyen las galerías de arte o los talleres donde se hacen sillas tejidas o alfarería o, mejor, ir a un taller de laudería, uno de los artes más tradicionales de la región.
- San Andrés Tuxtla y alrededores
Junto con Santiago Tuxtla, ésta es la puerta de entrada a la magnífica Reserva de la Biosfera Los Tuxtlas, una cadena montañosa en la que se agrupan unos 300 volcanes entre barrancos, saltos de agua y lagunas. San Andrés es un buen punto de partida para la exploración de la zona, pues cuenta con buenos lugares para hospedarse, como la cómoda Posada San Martín, y todos los servicios propios de una pequeña ciudad, lo que incluye Wi-Fi libre en la zona centro. Algo que no hay que perderse durante esta visita es la comida. La combinación de un clima de selva tropical húmeda —que permite el crecimiento de vegetales y frutos muy particulares— y la influencia de cocinas afrocaribeñas da como resultado sabores únicos y un complejo vocabulario gastronómico. Mogo mogo de malanga, puré hecho con una especie de camote; pescado en salsa de tachogobi —un tomate pequeño— o de chagalapoli —un fruto rojo—; tatabiguiyayo, un plato de res y axiote; yuca y otros tubérculos en todas sus presentaciones, tostones de plátano frito y frijoles con bolitas de masa son apenas algunos representantes de esta cocina que, aunque muy llenadora, siempre deja con ganas de más. Para probar un poco de todo hay que ir a Yambigapan, una estancia rural a la orilla de la Laguna Encantada, cuyo restaurante tiene una sucursal en la Posada San Martín.
Una visita que vale la pena es al Salto de Eyipantla. De camino desde San Andrés surge de pronto el Puente de Comoapan, del arquitecto Gustave Eiffel, una encomienda de Porfirio Díaz en su afán de afrancesar incluso este último reducto de la selva amazónica. Para acceder al Salto es necesario bajar un buen número de escalones (que no parecen tantos al descenso, pero que sin duda se sienten más al regreso). Es una hermosa caída de agua de 50 metros de altura, que crece y decrece al ritmo de la temporada de lluvias. La frescura de su brisa y una vegetación en todos los tonos de verde generan una atmósfera muy agradable, por lo que es fácil que aquí se vaya el tiempo sin hacer absolutamente nada.
Ésta es una zona de tabaco. A ambos lados del camino hacia Sihuapan se ven los sembradíos en que crecen sus enormes hojas, o las galeras de secado en las que se preparan para ser procesadas. Es imprescindible visitar alguna de las tabacaleras de la zona. Entre las más artesanales se encuentra la Tabacalera R. Paxtian, una empresa familiar en que los torcedores trabajan a su ritmo: no importa cuántos puros logren hacer cada día, sino que cada puro cumpla con los estándares de calidad. Se puede ver todo el proceso, desde el armado hasta el añejamiento y el empaque. También hay que pasarse por la tienda y comprar algunos de sus más llamativos ejemplares; hay uno para cada gusto.
- Catemaco
Apenas llegar a Catemaco, al viajero le invade la sensación de que todo está bien, y la ligereza acompaña la caminata sobre el malecón, a la orilla de la silenciosa Laguna de Catemaco, de 8 kilómetros de ancho por 11 de largo. Uno de los mejores secretos de toda la zona se encuentra aquí, en pequeños puestos que ofrecen vasos de caracoles endémicos. Los tegogolos —así se llaman— se sirven con limón y salsa picante. Son realmente ricos, y llama la atención que un molusco de sabor y textura tan llamativos se venda así, como un simple bocadillo de media tarde.
Las actividades en Catemaco giran alrededor de la laguna. Se puede hacer una caminata por sus alrededores y dejarse llevar por el paisaje selvático entre la bruma, o hacer un recorrido en lancha, y llegar desde aquí a la Isla de los Monos, donde viven 6 macacos y 22 monos araña introducidos para su preservación por la Universidad Veracruzana. En los alrededores, además, hay varios proyectos ecoturísticos, como Nanciyaga o La Otra Opción, que vale mucho la pena conocer.
La región es famosa por sus brujos y hechiceros, chamanes y curanderos, una tradición derivada de los antiguos conocimientos de herbolaria local que después recibieron la influencia de la santería, traída por los esclavos africanos. Esto ha hecho que muchos viajeros vengan hasta aquí, especialmente en fechas astronómicamente relevantes, con el objetivo de hacerse una limpia o recibir un baño de temazcal en su versión más genuina.
- Reserva Ecológica Nanciyaga
Sobre la Laguna de Catemaco, Nanciyaga es un destino en sí mismo. Para llegar, basta con tomar uno de los vehículos que salen desde el centro de Catemaco. Parte de la Reserva de la Biosfera Los Tuxtlas, estas 40 hectáreas preservan enormes ficus que invitan a la exploración de la frondosa selva donde habita una creciente comunidad de monos aulladores, entre muchas otras especies de animales y aves. Desde aquí se puede partir en kayak o lancha de remos, sobre la laguna, a la cercana Isla de los Monos. Hay que venir en plan relax, y hospedarse un par de días en cualquiera de sus cabañas de bambú. El plan es tomar un baño en el manantial de agua mineral, pedir un masaje relajante o una mascarilla de barro y acceder a una sesión de temazcal. Y para dejarse llevar por la vocación de la zona, hay que hacerse una limpia con la chamana y dejar atrás todas las malas vibras.
Lo más destacable de Nanciyaga, sin embargo, es su restaurante, al que se dice que Mel Gibson se hizo asiduo durante la filmación de Apocalypto. Se puede comer carne de chango (que en realidad es de cerdo), pellizcadas con momocho —el asiento del chicharrón—, tacos de anguila, cuile —un pez endémico de la laguna—, topotes fritos —parecidos a los charales— o una mojarra en salsa de tachogobi —tomate de milpa—. O pizzas hechas con ingredientes locales. Las aguas frescas, de frutas como la yaca, son el complemento perfecto. Y el pan (oh, el pan) está siempre recién salido del horno de leña: son deliciosos el pan danés con manzana, los volovanes y el pay de queso con mermelada de chagalapoli, de la que hay que comprar un frasquito para llevar a casa y no extrañar.
- Coatzacoalcos
Si se vuela desde el aeropuerto de Minatitlán, vale la pena visitar Coatzacoalcos para mirar de cerca el crecimiento de una ciudad signada por la actividad petrolera. La avenida principal corre paralela a la larguísima costa, sobre la que se han creado varios parques infantiles para disfrutar la arena. Las grandes plazas comerciales conjuntan todas las tiendas imaginables, y el Centro de Convenciones se dispone para cualquier tipo de encuentro de negocios, eventos sociales y conciertos. Hay que caminar por Las Escolleras, el largo camino que lleva hasta el pie del faro, desde donde puede verse el paso de imponentes barcos en ruta comercial. En la ciudad, además, se puede encontrar de todo para comer. Uno de los restaurantes más famosos es La Picadita Jarocha, que tiene varias sucursales y cuya especialidad son, justamente, las picaditas, parecidas a los sopes, y la carne de chinameca, carne de cerdo adobada.