Si logras hallar el Barbican Centre, la recompensa es grande. Este gran centro de las artes es un lugar fantástico. Teatro, cine, arte, música, literatura, todas las artes tienen cabida en sus cavernosas, laberínticas y acogedoras profundidades. De hecho, la mayoría de los londinenses conocemos el Barbican porque siempre hay una buena excusa para visitarlo, ya sea una exposición, un concierto, una obra de teatro o una película rara. Pero no será fácil encontrarlo, no importa de qué estación del Metro vengas (yo ya intenté las tres: Barbican, Farringdon y Moorgate, y desde las tres he logrado perderme).
Este centro cultural forma parte integral del Barbican Estate, un complejo de edificios habitacionales, torres, fuentes y jardines repartidos por 16 hectáreas que, en su conjunto, son la obra maestra de la arquitectura británica de la segunda mitad del siglo XX, una que hoy sería imposible concebir y realizar (al menos en este país) por su magnitud, complejidad y coherencia, así como por el infatigable compromiso de los arquitectos que la diseñaron y quienes supervisaron su construcción durante más de 20 años.
Estéticamente, el Barbican no es para todo el mundo: en una encuesta realizada por la agencia de publicidad Gray London, en 2003, tuvo el dudoso honor de ser votado como el grupo de edificios más feo del Reino Unido. Los estilos arquitectónicos y los gustos de la gente varían, pero el tiempo ha demostrado que, cuando las cosas se hacen bien, las utopías pueden funcionar. En 2001, el Barbican fue incluido en la lista de edificios más importantes de la nación y desde entonces está protegido por la ley.
El gran ejemplo de la arquitectura brutalista británica no es precisamente navegable. Yo soy buena orientándome en las ciudades, y se me hacía raro. ¿Por qué me pierdo cada vez que voy? Algo en este lugar se me resiste. Pero resulta que no soy la única. Todo el mundo se pierde y tanto es así que, lo que al principio era la puerta principal del Centro de las Artes, hoy no se utiliza porque nadie la encontraba y la gente entraba por la puerta de atrás, que ahora es la entrada oficial.
Tal vez eso sea otro de sus grandes aciertos, sobre todo si vives allí y tienes tiempo para descubrirlo. Es un lugar para ser explorado perdiéndose y, llegues donde llegues, siempre encuentras algo interesante o bellísimo o monumental o sorprendente. El elemento laberíntico fue algo intencional. Así que ahora, cuando quedo con alguien aquí, o compro boletos para un concierto o una obra de teatro, me doy al menos 15 minutos antes de la cita porque sé que me voy a extraviar y, si por puro churro no me pierdo, tengo 15 minutos extra para admirar el paisaje.
Los dueños: The City of London Corporation
Las 16 hectáreas del Barbican se ubican dentro de los límites de una zona de la ciudad gobernada por The City of London Corporation, un cuerpo municipal con una autonomía especial en el corazón más antiguo de Londres y cuyas libertades y derechos se reconocen oficialmente al menos desde 1215, cuando se firmó la Carta Magna (es el gobierno local más antiguo del país, anterior al Parlamento). El área geográfica que esta misteriosa corporación gobierna ocupa la misma milla cuadrada que hace 2,000 años ocupaba la Londinium romana, delimitada por un muro del que aún se conservan tramos (algunos dentro del Barbican).
Además de la catedral de Saint Paul y la Torre de Londres, en la Square Mile se encuentra el principal centro financiero de la ciudad, comúnmente conocido como The City. A cargo de la corporación también están cinco de los puentes que cruzan el Támesis. En los últimos 800 años ha amasado una inmensa fortuna. Es un municipio sin problemas de dinero, vaya.
Así que mientras el resto del país vivía en la austeridad de la posguerra, aquí el presupuesto no estaba restringido. Sin embargo, sí tenían un problema.
El distrito donde se ubica el Barbican se llama Cripplegate. Sólo hizo falta una noche (la del 29 de diciembre de 1940) para que la Luftwaffe lo aplanara por completo con sus bombas. Muy pocos edificios en Cripplegate sobrevivieron esa noche fatal. El barrio, que había sido un lugar lleno de fábricas textiles y de cerveza, quedó prácticamente vacío, una enorme tabula rasa en el centro de la ciudad. Entre los años de 1801 y 1951, la población del municipio había disminuido de 128,000 habitantes a unos 5,000, y en el distrito de Cripplegate, en concreto, los números eran alarmantes: de 11,500 habitantes en 1801 sólo quedaban 50 en 1951.
Una vez que la guerra terminó, las autoridades de la corporación se pasaron mucho tiempo (años) discutiendo qué hacer allí. Obviamente, la solución más lucrativa era construir aquí un nuevo distrito comercial y financiero (les latía algo como Nueva York, pon tú). Pero he aquí el problema: casi sin vecinos y con un gobierno de izquierda que amenazaba con desaparecer a la corporación e incorporar sus distritos a los municipios colindantes, a ellos les convenía atraer residentes a su zona para no perder su representación en el Parlamento.
Después de mucho debate y muchas consultas, ganó la idea de construir edificios residenciales. Sería, según ellos, “su regalo para la nación”. Y casualmente, en un lote adyacente a Cripplegate, tres arquitectos estaban construyendo su primera comisión, adjudicada por concurso: un conjunto habitacional de protección social, el Golden Lane Estate, que por cierto ahí sigue y vale la pena conocer (es muy bonito). Ellos eran Geoffry Powell (1920-1999), Peter “Joe” Chamberlin (1919-1978) y Christoph Bon (1921-1999), un trío de arquitectos relativamente jóvenes y con poca experiencia construyendo, los tres profesores en el Kingston Polytechnic (ahora la Kingston University School of Architecture).
Por petición de las autoridades de la corporación, presentaron su propuesta en 1959 con lujo de detalle para la realización de un oasis urbano con un diseño moderno y acabados de lujo que atrajera a gente acomodada a esta parte de la ciudad. Como ellos mismos lo dejaron por escrito en esa propuesta inicial, “es raro que, en el centro de una ciudad antigua, una propuesta con una intención grande y clara coincida con la disponibilidad de un espacio grande y vacío”. Las suyas eran ideas audaces y nuevas, y la oportunidad, única en la historia de Londres. En mayo de 1960, Chamberlin, Powell y Bon fueron oficialmente designados como los arquitectos oficiales del Barbican.
La utopía urbana
Todavía mucha gente en Londres, si se lo puede permitir, vive en edificios victorianos o anteriores (georgianos). Son un símbolo de estatus y el estereotipo de casa de los británicos cuando piensan en una. Por toda la ciudad te encuentras con filas de estas viejas bellezas adosadas, lo que se conoce como terrace houses, todas muy parecidas en su tipología, aunque varíen en estilo: tres o cuatro niveles (o más), jardín, tejados de dos aguas, chimeneas, techos, zoclos y ventanas altas, preferentemente en mirador (bay windows).
Teniendo esto en cuenta, es remarcable cómo Chamberlin, Powell y Bon lograron atraer a los habitantes a su complejo habitacional, ya que para los británicos la idea de vivir en un bloque o, peor aún, en una torre de muchos pisos con una comunidad de vecinos es, por decirlo de manera amable, un poco incómoda. La alta densidad demográfica no les late nada.
Un ejemplo ilustrativo: para atraer a residentes a las tres torres de 43 y 44 pisos del Barbican, los arquitectos las diseñaron para contener los departamentos más espaciosos del complejo. En cada piso de las torres sólo hay tres unidades, cada una con un mínimo de tres habitaciones, y están coronadas por penthouses de tres niveles. También diseñaron hileras de casas de tres y hasta cuatro pisos en otros edificios, las llamadas mansionettes (que tienen su entrada independiente), e incluso los departamentos más chicos, de una habitación, están divididos en dos niveles. A los británicos les gustan sus escaleras.
El Barbican, ¿brutal o posmo?
Por un lado, el Barbican es considerado por los expertos como la realización más completa en el Reino Unido de la visión del urbanismo moderno de Le Corbusier y es frecuentemente citado como el mejor ejemplo de la arquitectura brutalista de la posguerra. Por otro, es evidente, hasta para un ojo no experto, que los arquitectos del Barbican se alejaron un poco de las ideas de Le Corbusier y el funcionalismo.
Para empezar, las tres torres tienen una planta triangular (y no rectangular como las clásicas unités d’habitation de Le Corbusier). Los balcones en forma de proa de las torres les dan un aspecto de buque y uno de los edificios, el Frobisher Crescent (de nueve pisos), es semicircular. No es una arquitectura austera ni minimalista. En algunos aspectos es incluso muy llamativa, con elementos puramente ornamentales y guiños a estilos arquitectónicos de otras épocas. Aunque en definitiva el Barbican es brutalista, tal vez no sea del todo incorrecto pensar que, de alguna manera, anuncia ya la arquitectura posmoderna.
Guiños al pasado y visiones del futuro
En cuanto tu vista supera el shock de la escala y la cantidad de concreto, se empiezan a hacer evidentes las formas con las que se rompe la monotonía en el conjunto de edificios. Chamberlin, Powell y Bon querían hacer honor al pasado, o más bien los diferentes pasados, del lugar donde se ubicaría su obra, desde la ciudad romana hasta el Londres decimonónico, pero con una visión futurística.
El “toque” medieval es muy evidente. El mismo nombre, Barbican, viene de la palabra barbacana, esas fortificaciones (por lo general torres) que protegían la puerta y las esquinas de las murallas.
Desde fuera, el Barbican ofrece un aspecto de fortaleza, un poco amenazante, pero, una vez que entras, la sensación es la contraria: te sientes protegido y aislado de la ciudad que lo rodea. Este juego entre lo frío y lo cálido, el interior acogedor y el exterior aparentemente inexpugnable, es otro de los grandes éxitos del Barbican.
No grid system
Como lo mencionamos, no es difícil perderse en el Barbican y esto es algo que se hizo a propósito, como una invitación a la exploración y la sorpresa. Evitando los ángulos rectos de la cuadrícula urbana, el Barbican se navega por un sistema de puentes elevados, galerías, plazas, jardines y escaleras que comunican a los edificios entre sí y con el exterior, separándolos del tráfico que transcurre por abajo y a su alrededor. Los edificios se yuxtaponen, las diagonales rompen los ángulos rectos y hay grandes elementos circulares, como la plaza con pórticos (otro guiño a la arquitectura romana) situada justo encima del gran auditorio para conciertos (el Barbican es el hogar de la Filarmónica de Londres), rodeada por el edificio Frobisher Crescent, el único con persianas de madera en los balcones.
El auditorio, inspirado en la Berliner Philharmonie, no tiene columnas y el techo está sostenido por muros de tres metros de espesor, plantados a gran profundidad y en forma semicircular, que además le dan estabilidad al terreno sobre el que están situadas dos de las torres (esto no fue planeado expresamente). Ese mismo muro forma parte de una de las galerías de exhibiciones de arte del Barbican, la que se llama apropiadamente The Curve.
Los arquitectos viajaron mucho durante los más de 20 años que duró el proceso de diseño y construcción del Barbican. Dejaron el Centro de las Artes para el final y en 1969 presentaron su nueva propuesta para construir uno mucho más ambicioso y grande que el proyectado en 1959. Berlín, Roma, Lucca, Atenas… Los viajes y las necesidades que se iban presentando durante la construcción dieron lugar a nuevas soluciones y elementos que no estaban planeados, como el magnífico conservatorio de plantas tropicales cubierto por una pirámide de cristal. “Como buenos arquitectos, también tenían su ego”, nos cuenta Oli, el guía del tour de arquitectura que se ofrece casi a diario en el Barbican.
Para la construcción del gran auditorio consultaron con la Filarmónica de Londres y, para el teatro principal, con expertos de la Royal Shakespeare Company (esta compañía ya cambió su residencia oficial). Además del centro, dentro del Barbican hay una escuela para niñas (privada), el conservatorio de música y teatro de Guildhall y la vieja parroquia de St. Giles, reconstruida después de la guerra.
Diecisiete años taladrando concreto
Si Chamberlin, Powell y Bon fueron oficialmente designados como los arquitectos del proyecto en 1960, y la reina Isabel II inauguró el lugar, ya con el Barbican Centre terminado, en marzo de 1982, haz la cuenta: 22 años se tardaron en construirlo en su totalidad. Se tomaron su tiempo. El costo total final fue de 159 millones de libras, 11 veces más que el presupuesto de la licitación original de 14 millones de libras.
Hubo huelgas y batallas que pelear; la constructora que empezó el proyecto desistió a mitad de la obra, que fue terminada por otra compañía. En ocasiones, los arquitectos tenían retrasos de hasta seis semanas para responder a los problemas que surgían a cada paso cuando sus ideas eran puestas en práctica.
No les gustaba el efecto liso del concreto colado y la solución que se les ocurrió fue la de taladrar a mano con martillos neumáticos todas las superficies (con excepción de algunas, como la parte interior de algunos arcos y otros detalles que sí dejaron lisos). Taladrar la superficie deja a la vista las pequeñas piedras de granito galés coladas con el concreto y ésta es la famosa textura que unifica casi todas las superficies del conjunto.
Y en medio de los 22 edificios, como un oasis, un gran lago de agua verde (tintada artificialmente), con una cascada en su extremo, peces, pájaros y plantas acuáticas, un gran parque arbolado sólo para los residentes y el sonido constante del agua de las fuentes.
Qué dicen los vecinos
Desde su concepción inicial, los arquitectos tenían en mente a residentes con un gusto por “las vacaciones mediterráneas, la cocina francesa y el diseño escandinavo”, nos cuenta Oli, el guía del tour. Hoy día te tiene que ir muy bien para vivir allí. Rentar un estudio de 40 metros cuadrados te sale en poco menos de 2,000 libras (poco más de 42,000 pesos mexicanos), más el mantenimiento y los impuestos. En el Barbican viven unas 4,000 personas y entre ellas suponemos que hay gente de todo tipo, pero los cuatro que conocimos se dedican a alguna profesión del ámbito creativo y nos cuentan que muchos de sus vecinos también.
¿Por qué escogieron vivir allí? Todos nos dan la misma respuesta: por su ubicación central que te permite llegar a cualquier punto de la ciudad; por la luminosidad de las recámaras; porque, aunque los departamentos sean pequeños, los espacios exteriores son agradables, limpios y seguros; por la comodidad de los car park attendants, empleados que trabajan en todos los edificios, y porque pueden disfrutar del Barbican Centre a diario.
Los departamentos serán pequeños, pero son espacios muy bellos, exquisitamente diseñados y con mucha luz. Los materiales de escaleras, ventanas y puertas son nobles y duraderos, y los acabados extraordinarios. Todos nos hablan de los “detalles”, por ejemplo, la llave “especial” que abre no sólo tu departamento, sino todas las puertas de las áreas comunes sólo para residentes, o el lavabo diseñado especialmente para el Barbican, y hasta el gancho para poner el papel higiénico ha merecido una detallada descripción. La escala monumental del complejo residencial es impresionante, tal vez incluso intimidante, pero en un gigante como el Barbican lo micro es lo que enamora a las personas que viven allí.
Otra de las razones del éxito de este complejo es que, dentro de esa armonía exterior de concreto y jardines, hay 144 tipologías diferentes de departamentos, lo cual evita la monotonía e invita a gente diferente a ocuparlos. Fiona Auty, de 38 años, es una restauradora especializada en la conservación de edificios antiguos. Lleva viviendo en el Barbican desde 2007 y, cuando visita una de las clásicas casas familiares victorianas de Londres, le parecen “terriblemente oscuras”. Ella y su familia vivieron primero en el edificio llamado Bunyan House, en una unidad con tres niveles, y ahora se mudaron a otro departamento con dos niveles, pero más espacioso, en Montjoy House.
Hay elementos dentro de los departamentos que no son del todo funcionales, como sucede en el de Adam Gibbons y Eva Wilson, una pareja de artistas que viven aquí desde 2017 con sus dos hijos. Su recamara principal tiene el techo con bóveda de cañón, lo que representa un problema para que no entre el sol y la habitación se vuelva un horno en verano (y también para que no entre la luz eléctrica del exterior por la noche). En lo que sí no pensaron los arquis es en persianas o cortinas que se puedan colgar de un techo curvo para tapar una ventana semicircular. “Pero son espacios bellísimos, te levantan el ánimo”, destaca Fiona, quien también tiene una de estas recámaras.
Adam y Eva nos platican de toda una serie de reglas que hay que seguir cuando vives aquí, por contrato. No se puede secar nada en los balcones, no se permiten mascotas y no puedes hacer una renovación sin que primero sea aprobada por el comité de planeación. Esto último no era así antes de que entrara en la lista de edificios protegidos y las personas que compraron sus deptos en la década de los ochenta y noventa hicieron todo tipo de modificaciones estructurales, algunas muy radicales, como construir otro nivel en los departamentos con espacios de doble altura (para crear una habitación extra).
Por el contrario, la tendencia actual busca conservar lo original en la medida de lo posible, con todos los acabados, e incluso restaurar los que se cambiaron a su forma original. Pero con las cocinas son más permisivos. Chamberlin, Powell y Bon decidieron que éstas tenían que ocupar un espacio mínimo para favorecer los espacios en los que se pasa más tiempo (se ve que, aunque apreciaran la comida francesa, no la solían preparar ellos). Consultaron con una compañía que hacía cocinas para barcos. Compactas y funcionales, las cocinas originales del Barbican venían con dos elementos novedosos para su época: chapas eléctricas para cocinar y un triturador de basura en la tarja. Todavía quedan algunos en funcionamiento, sin embargo, por lo que pudimos percibir entre los vecinos a los que entrevistamos, la mayoría los ha retirado porque no sólo son la antítesis del reciclaje, sino súper ruidosos y de vez en cuando, como es de esperar, apestan. Las chapas, nos dicen, tal vez funcionaron algún día, pero ahora se balancean entre no calentar lo suficiente o quemarte la cena. En cuanto pueden, los dueños las sustituyen por cocinas de inducción.
¿Cómo será crecer aquí? Fiona tiene dos hijas que no han conocido más hogar que éste. Pero lo aman. “Estamos en el centro de Londres, así que podemos llegar a todos lados en bici, patineta o a pie. Tenemos tres estaciones del Metro en nuestras puertas. Podemos realmente disfrutar todo lo que ofrece el centro de Londres. Galerías, museos, ver a amigos, es muy fácil moverte. Mucha gente aquí no tiene coche, porque no lo necesitan”, comenta. El jardín más grande es el Thomas Moore Garden y sólo lo pueden usar los vecinos (no siempre fue así, anteriormente los jardines estaban abiertos al público). Está hundido respecto al nivel de la calle y es un lugar donde los vecinos con niños se sienten muy tranquilos y seguros. “Los restaurantes son horribles, eso sí, pero Clerkenwell está lleno de restaurantes fantásticos, empezando por St. John”, nos asegura otra vecina.
¿Y cómo será hacerse mayor aquí? Mona Henshall, maestra de teatro y actriz, tiene 84 años y lleva viviendo en este lugar desde 1996. Dentro de poco se va a mudar a otro departamento en el mismo Barbican, pero sin escaleras y con vistas al lago. “No podría vivir en otro lado”, nos dice convencida. Cuando Mona llegó al Barbican, el lugar era demasiado tranquilo. No era el objeto de deseo que es hoy y muchos departamentos los rentaban personas que trabajaban en The City para luego regresarse a sus casas durante el fin de semana. “Cuando vine, aquí no veías nunca a un niño. Un niño era una visión rara. Y ahora está lleno de niños –nos relata Mona–. Mi comunidad aquí se centra sobre todo alrededor de la iglesia de St. Giles, que, por cierto, fue la primera en permitir bodas del mismo sexo en Londres”.
Para ella son muy importantes los car park attendants, que siempre están ahí, las 24 horas, atendiendo las diferentes necesidades de los vecinos y del edificio. Recogen la basura dos veces al día, entregan el correo, saludan y conocen a todos los vecinos, guardan las copias de las llaves de todos e incluso les echan un ojo a las personas mayores que viven solas, o te riegan las plantas cuando te vas. Fiona nos cuenta un detalle significativo: el trabajo de estos empleados ha cambiado, ya que gran parte de su tiempo y su energía la usan lidiando con la enorme cantidad de cajas de cartón que producimos cada día por comprar todo en línea.
Cuando les preguntamos por las desventajas de vivir aquí, se tardan en contestar. Lo tienen que pensar. “La cuota de mantenimiento es cara”, señala una, pero luego agrega que el lugar está bien cuidado. “Pudimos habernos ido a una casa más grande, con jardín, pero… amamos vivir aquí”. Mona lo tiene muy claro: lo peor de vivir en el Barbican es que nadie encuentra su departamento.