No hay nada que nos resulte más lógico y natural que asociar el vino y la cerveza con Italia, Francia y España, en el primer caso, o con Bélgica y Alemania en el segundo, pero estas bebidas tienen orígenes tan antiguos, variados y distantes como la antigua Mesopotamia, Grecia y Egipto, aunque en la Edad Media comenzaron un recorrido que terminó por llegar a América.
De Oriente Próximo a nuestras mesas
Quizá te resulte sorprendente saber que la cerveza, esa bebida que en México llegó a convertirse casi en un símbolo del país por sus volúmenes de exportación no viene en realidad de Europa sino del antiguo Egipto y los actuales Siria, Irak y otros pueblos de Oriente Próximo. Mientras que en la Grecia clásica y la Roma imperial se bebía vino, resultado del fermento de la uva, en esos otros territorios, en tiempos tan remotos como mil años antes de la era cristiana, no sólo se producía y bebía cerveza, sino que también se le escribían poemas, como quedó registrado en una tablilla del pueblo sumerio.
Dicen los historiadores que el origen de la cerveza está vinculado al del pan, pues en cuanto los egipcios y pueblos mesopotámicos descubrieron que el proceso de fermentación natural de los cereales modificaba la acidez, textura y sabor del pan, también hallaron que el líquido resultante producía efectos que, según la medida y la persona, podían relajar, estimular o dar alegría. Así nació la cerveza, que en Egipto y la Mesopotamia se volvió la bebida espirituosa de preferencia de todas las clases sociales, y cuyos procesos de producción fue modificándose poco a poco hasta llegar a la Edad Media.
Fue a través de las incursiones griegas y romanas en Egipto que la cerveza llegó a Europa por primera vez. Sin embargo, tanto en Roma como en Grecia, la bebida de preferencia era el vino. Y es que a pesar de que sus dietas se basaba en el trigo, usaban este cereal exclusivamente como alimento, mientras que el vino, el pan y el aceite de oliva eran la santísima trinidad de la dieta de los pueblos mediterráneos (y sigue siéndolo al día de hoy).
Durante los tiempos expansionistas del Imperio Romano, el intercambio entre éstos y los pueblos celta y germano (los antiguos “bárbaros”) hizo que la cerveza siguiera su curso a través de Europa, aunque no tardó en producirse una clara diferenciación entre los germanos, que preferían esta bebida y la elite, el pueblo romano, que la consideraba una bebida vulgar (por asociación con los bárbaros, que se localizaban en las actuales Alemania, Francia y norte de Italia). A tal punto el vino era una bebida aspiracional fuera de Roma, que los nobles celtas lo bebían en sus banquetes.
La cerveza, de los bárbaros a los santos
A medida que el Imperio Romano se expandía e incluía en sus filas a hijos de germanos, celtas y jóvenes de otros pueblos europeos, entre otros factores como el hecho de que era más barata y fácil de producir, la visión de la cerveza como una bebida inferior comenzó a diluirse, y para cuando el poderío de Roma comenzó a mermar, algo que terminó de consolidarse en la Edad Media.
Y es que, además de ser una fuente de calorías que podía complementar la dieta, en un tiempo en que la producción de alimentos era variable y dependía de la suerte en las cosechas, era -según los historiadores- una de las pocas bebidas potables de la época, ya que la malta debía hervirse como parte del proceso de producción.
Fue durante una epidemia de cólera en Flandes, un monje benedictino notó que aquellos que bebían cerveza no enfermaban, por lo que comenzó a producirla para los habitantes del pueblo y así evitaron la expansión de la enfermedad. Y si bien quizá asociaron la cura mágica al hecho de que el monje la había bendecido la bebida, lo cierto es que su potabilización obró el milagro y desde entonces a él, Arnulfo, se lo considera el Patrón de los cerveceros.
La europeización de Europa
Hubo un momento en que la alimentación en Europa comenzó a volverse más similar de un país a otro. Fue entonces cuando muchos productos típicos de una región se empezaron a consumir en otros, y la cerveza y el vino vivieron su expansión ya no como bebidas opuestas, sino como dos experiencias distintas para el paladar.
En ambos casos, hubo producciones de mayor y menor calidad, incidiendo en el precio final, así como momentos y sitios ideales para degustarlas (como los mesones, celebraciones importantes, etc.). Desde entonses y hasta nuestros días, la costumbre ha variado poco en este sentido, a excepción de la incorporación de una mayor variedad de versiones, grados de fermentación, origen y variedad de las uvas (en el caso del vino) y experiencias sensoriales que buscamos para nuestro paladar.