La terminal de llegadas del aeropuerto de Palma está a reventar. Tras dos años de restricciones por la pandemia, el verano de 2022 promete mucho y los cientos de resorts que cubren el litoral de la isla de Mallorca lo saben. Después de todo, Mallorca es una isla, una isla soleada en el Mediterráneo.
Tras aterrizar en Palma, llego a la estación central de la ciudad, donde un autobús me lleva a Port de Pollença, en el otro extremo de la isla. Justo frente al puerto hay un letrero, grande pero no llamativo, que anuncia que esta playa es el punto de partida de la Ruta de Piedra en Seco. Aunque goza de mucha menos popularidad que el Camino de Santiago, la Ruta de Pedra en Sec (como es conocida en mallorquín) es un trayecto de senderismo que también data de la época medieval e incluye un centro de peregrinación. Recorre paisajes declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO y es, además, el principal motivo de mi visita a la isla.
Uno
La ruta comienza en las banquetas de la pequeña ciudad de Port de Pollença, pero pronto me encuentro caminando al costado de una carretera. Este primer tramo (que también puede ser el último, dependiendo de por dónde se comience el camí) se extiende por apenas 6.7 kilómetros y la inclinación es mínima, ideal para alguien que, como yo, realiza su primera experiencia de senderismo.
Afortunadamente no está soleado, pero es Mallorca en junio, así que hace suficiente calor como para que no deje de sudar. Tras sentir que cada automovilista me mira como si fuese un penitente que camina con una mochila enorme para expiar sus penas, un letrero (la ruta está muy bien señalizada) me indica que, por fin, el refugio está a unos 15 minutos.
Así, tras unas dos horas de camino, llego al primero de los cinco refugios en los que dormiré durante los seis días que toma el trayecto: Pont Romà.
Dos
Como la noche anterior llegué tarde, ya no fue posible reservar el desayuno, pero por suerte el centro del pueblo queda a unos 10 minutos. En la plaza principal, el restaurante Ca’n Moixet me saca del apuro con una tortilla de patatas, pan tomate y el infaltable jugo de naranja. Los muros del restaurante están decorados con fotografías antiguas de Pollença y en sus mesas parecen estar todas las personas que faltan en las calles pollensinas, que se sienten un poco fantasmales tan pronto como se abandona la plaza central.
También allí se encuentra Teixits Vicens, un taller familiar que desde 1854 se ha dedicado a producir las típicas “telas de lenguas” mallorquinas, llamadas así por las llamaradas (o lenguas de fuego) que emulan.
El objetivo de hoy es llegar al refugio de Son Amer, en Lluc, a unos 17.5 kilómetros que, según las señalizaciones, se recorren en cuatro horas con 40 minutos. Sin embargo, esto dependerá de la condición de cada uno. Emprendo la ruta hacia la una de la tarde (no es la mejor decisión, dada la intensidad del sol a esa hora).
Campos cultivados de tonos dorados y olivos, con su tenue verde grisáceo tan peculiar y que contrasta con el verde brillante y oscuro de todos los demás árboles, flanquean el camino. Y, más allá, las montañas que componen la sierra de Tramuntana. Poco a poco, el campo va quedando atrás y los árboles se vuelven cada vez más densos.
Empieza el ascenso. Procuro ir a mi paso y hacer una pausa cada 45 o 60 minutos para comer algo y tomar agua. La inclinación de hoy es mayor de 677 metros y que la senda esté cubierta por hojas y piedra no ayuda. Han pasado unas dos horas desde que salí de Pollença y apenas he visto a ocho personas. Las cabras, por otro lado, abundan. A tramos, el camino parece una banqueta empedrada, luego una carretera rural y, en ocasiones, es casi imposible distinguirlo entre las rocas y el relieve natural de la montaña.
Una vez que el sol comienza a bajar, apreciar los infinitos tonos de verde que componen el paisaje me distrae del hecho de que son casi las siete, lo cual significa que han pasado unas seis horas desde que salí de Pollença. Pienso que no debe faltar mucho para llegar a Lluc. Error. La señalización que encuentro indica que aún falta poco más de una hora. El encuentro con un manantial de agua helada, que me refresca de pies a cabeza y me permite rellenar mi botella, y un mirador repone mis ánimos. Tras un tramo de bendita bajada, y varias cabras después, logro llegar. Son las nueve de la noche.
Tres
Una ventaja indiscutible de la Ruta de Piedra en Seco son los refugios. Todos cobran 14 euros la noche, están administrados por el gobierno balear, tienen wifi, duchas, ofrecen desayuno, comida o cena, y el personal está perfectamente capacitado para resolver todas las dudas de los senderistas y ciclistas que se alojan en ellos.
En éste, el desayuno se sirve puntual, entre ocho y nueve de la mañana, y Pedro (el administrador) me comenta que la época más popular para recorrer Mallorca es la primavera, cuando aún no hace tanto calor, lo que explica por qué el día anterior vi más cabras que personas.
Hoy es el día más largo y pesado de la ruta, 15.5 kilómetros y más de 848 metros de inclinación, así que salgo a las 10 en punto. Este tramo se compone además de caminos medievales que solían utilizarse para peregrinar hacia el monasterio de Lluc, a sólo 15 minutos del refugio donde pasé la noche.
Aunque la fama del monasterio (hogar de la virgen de Lluc, patrona de Mallorca) alcanzó su punto máximo en el siglo XV, hoy día se mantiene como un popular centro turístico, pues además de la basílica también alberga un hotel, restaurante, café, tienda de souvenirs, museo, jardín botánico y una piscina que cobra cuatro euros la admisión.
La posibilidad de nadar en una alberca es demasiado tentadora y mi plan de empezar a caminar temprano falla. Una hora después, pero al menos bien fresco y relajado por el agua, comienzo (ahora sí) a caminar. El tiempo estimado de recorrido es de cinco horas y media, pero dado que el de ayer era de cuatro e hice ocho no puedo evitar ser un poco escéptico.
El monasterio de Lluc se encuentra rodeado de montañas, el camino se dirige derecho a ellas y la subida no tarda en comenzar, dibujando un zigzag ascendente que parece no tener fin. Pronuncio el primer “es broma” del día. Los árboles se van haciendo cada vez más escasos.
Más tarde veo el camino flanqueado sólo por piedras y pastizales; hay que subir y cruzar, tal cual, la cima de la montaña. Es broma. El camino sigue por las cimas de roca caliza de las montañas. Desde arriba es posible divisar el mar Balear, la porción del Mediterráneo que separa las islas baleares de la península Ibérica.
Arriba aparecen, para mi paz mental, las flechas que confirman que voy por el camino correcto. Un larguísimo muro, cuya utilidad no logro entender, aparece frente a mí. Lo cruzo. Al fin diviso el refugio de Tossals Verts. Son exactamente las nueve y media de la noche y en el comedor hay cuatro ciclistas alemanas conversando animosamente.
Cuatro
En cada ruta de senderismo, o al menos eso oí una vez, hay un momento en el que se quiere renunciar, y ese momento me llegó justamente este día. Sin embargo, comenzó la bajada y apareció el embalse de Gorg Blau, un gran lago que sirve como represa de agua potable, pero la combinación entre cansancio, sol y mi nula velocidad me hizo desear que apareciera un autobús, un tren o cualquier tipo de transporte que no requiriera mi propia fuerza para desplazarme.
Elijo distraerme escuchando música. Me encuentro en el bosque y al menos ya está más fresco. Comienza la bajada. Un camino sinuoso, totalmente empedrado y digno de una historia fantástica, se va delineando frente a mí; en hora y media desciendo los más de mil metros que subí en los días anteriores.
Los olivos regresan y a lo lejos se alcanza a ver un pueblo, el primero desde que salí de Pollença, tres días atrás. La emoción es fuerte y me siento contento: literalmente atravesé una sierra a pie.
Ahora el camino se vuelve más horizontal hasta transformarse en una calle. Estoy en Biniaraix, uno de esos típicos pueblitos europeos que son tan pintorescos como una miniatura. Son poco más de las siete de la tarde. Otros 20 minutos de caminata me conducen a Sóller, de los pueblos más bonitos y famosos de Mallorca.
Las calles peatonales están llenas de gente, las tiendas se encuentran abiertas y en las mesas de las terrazas no hay ni una silla libre, pero, aunque estar aquí ya se siente como un gran logro, la ruta aún no termina. El refugio de hoy se encuentra en Port de Sóller, un pueblo portuario fundado en el siglo XIX para facilitar la exportación de las naranjas que crecen en los cientos de árboles que lo rodean y que produjeron grandes ganancias en su época.
Ambas poblaciones están unidas por un tranvía histórico que, sin pensarlo mucho, decido tomar. Las montañas vuelven al fondo, también los sembradíos de árboles frutales, hasta que, unos 10 minutos después, el puerto de Sóller se abre frente a las vías, con su estampa perfecta de resort mediterráneo.
La bahía, llena de yates, está rodeada por peñascos y edificios de poca altura, y su imagen se me figura como una curiosa mezcla entre la Riviera Francesa y el Acapulco de los años sesenta. Destaca por un lado una pequeña torre vigía que data de la época en que Mallorca estaba bajo dominio musulmán, mientras que a la izquierda se levanta un faro, junto al cual está el refugio de hoy.
Cinco
La Ruta de Piedra en Seco continúa hasta el puerto de Andratx, pero los últimos tramos aún están en proceso de ser señalizados (algo previsto para 2023), así que prefiero terminar en Deià, un pueblo de montaña que, a diferencia del resto de Mallorca, se ha convertido en un destino de lujo.
Descansado por el día de playa, emprendo el camino de 9.9 kilómetros. Dada su ubicación entre los dos pueblos más bonitos de la isla, no es de sorprender que este tramo sea mucho más popular que los anteriores, así que cada tanto aparecen varios grupos de senderistas yendo o viniendo. El carácter agrícola de esta región se hace evidente con campos de olivos, naranjos, vides y hasta una que otra higuera silvestre que crece al lado del camino, perfumándolo.
Cuatro horas después de haber salido de Port de Sóller, un último ascenso me anuncia que he llegado a Deià. Son las 13:55. Por primera vez en toda la ruta llego a un refugio antes de las nueve de la noche y procedo a celebrarlo bajando a la cala de Deià.
En la cala hay un restaurante informal que se especializa en snacks, un montón de piedras y varias decenas de turistas que disfrutan el mar. Después de todo, Mallorca es una isla, una isla soleada en el Mediterráneo, y estamos en verano.