Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Salta, nos advirtieron dos cosas: uno, que estábamos a punto de probar el mejor Torrontés del mundo y, dos, que el trayecto hacia el valle de Cafayate ya era un viaje en sí mismo, así que era recomendable no quedarse dormido durante los 189 kilómetros de la RN 68 (la carretera que une ambas localidades), pues en algún punto pasaríamos por la Reserva Natural Quebrada de las Conchas y la vista sería sorprendente. Sin decir más, me subí a la camioneta con cámara en mano y me concentré en no despegar los ojos de la ventana durante el camino sinuoso. El vino vendría más tarde…
Poco antes de la mitad del camino hicimos una parada clave en un pequeño local a la orilla de la carretera para estirar las piernas, probar algunos dulces regionales y tomar té de coca antes de seguir el ascenso hacia los Valles Calchaquíes que, por cierto, es la región vitivinícola de mayor altitud en el mundo, que va desde los 1 700 hasta los 3 300 metros sobre el nivel del mar. Después de una sobremesa al aire libre, rodeados por montañas de colores, seguimos el camino hacia el corazón del valle.
El momento de tener la cámara lista fue especialmente en la segunda parte del recorrido, cuando, poco a poco, los tonos verdes y marrones del paisaje se transformaron en un mismo tono de rojo y empezaron a aparecer formaciones rocosas talladas por la erosión y la lluvia a tan sólo algunos metros de la carretera. En esta zona, el horizonte sólo se ve a ratos, cuando una cortina bermellón de montañas lo permite.
Los tonos colorados del paisaje cambian según el momento del día. Impresionante. Hicimos una parada en uno de los grandes atractivos del recorrido: la Garganta del Diablo, que es una enorme secuencia de roca sedimentaria de hace 90 millones de años, lo suficientemente profunda para explorar cada rincón de la montaña. Otro sitio que no hay que perderse durante el recorrido es El Anfiteatro, un recinto natural donde de forma esporádica se realizan conciertos y se aprovechan sus ventajas acústicas. No hay dudas, los casi 40 kilómetros de camino hasta llegar a Cafayate son un paraíso para el viajero que los recorre con los ojos bien abiertos (y la cámara lista para disparar).
Llegar a Cafayate es entrar en la cuna del Torrontés (a nivel mundial). Ahí se cultiva, produce y degusta un vino de color dorado brillante, fresco y con aromas frutales. Para estar seguros de ello, hay que ir a alguna de las decenas de bodegas y viñedos que abren sus puertas para dar a conocer y a catar la elegancia de esta uva tan especial, acompañada de una excelente cocina regional.
Cafayate en la mañana. Aunque el sol brilla fuerte y ahora pinta las montañas de rosado, la realidad es que hace frío. Nuestra primera parada es Amalaya, una bodega nueva que hace una interpretación moderna de los tradicionales vinos de Cafayate, propiedad del magnate Donald Hess. Y vaya que cuando digo magnate me refiero a que es uno en serio. El dueño es suizo de nacimiento y uno de los coleccionistas de arte más importantes en el mundo. Tiene bodegas en cuatro continentes, y hace ya algunos años que puso su mirada en Cafayate. Su primera apertura fue Colomé, donde hace vinos de altísima gama en un espacio que combina una linda casa de estancia y un museo dedicado a James Turrell, el artista estadounidense que trabaja sus piezas con luz.
Cuando llegamos a Amalaya hicimos un pequeño recorrido por las modernas instalaciones y terminamos apostados en un pequeño mirador, listos para la degustación de sus tres vinos: Amalaya Vino Blanco, Amalaya Vino Tinto y Amalaya Gran Corte. Es invierno y no hay una sola hoja verde en los viñedos, ya ni pensar una uva. La vendimia en la zona se hace entre febrero y marzo, en el verano. Pero en esta época invernal se puede disfrutar del perfume de las lavandas que de pronto aparece en el aire y esperar a que nos sirvan sus mejores vinos en enormes copas de cristal.
La segunda visita del día fue a la bodega Félix Lavaque, una hacienda con un gran jardín, techos altos y aire fresco corriendo por los pasillos. También hay algunas reproducciones de pinturas de Diego Rivera colgadas en la pared. Tuvimos la suerte de que nos recibieran Ricardo Puebla, el carismático manager de la bodega, junto con el enólogo mendocino y dueño de la aclamada finca Las Nubes, José Luis Mounier, quien a la vez hace los cortes para Félix Lavaque.
José Luis es conocido como el “señor Torrontés”, por haber modernizado los vinos salteños hace ya un par de décadas. Gracias a su gran dedicación, Salta no abandonó su cepa típica, que era relacionada con sabores más rasposos, nada refinados, de mesa, y logró convertirla en su pase de entrada a las ligas mayores. Para algunos, es el responsable de que este pequeño pueblo perdido en medio de las montañas sea la capital de vino más importante después de Mendoza (y en Argentina, claro).
La dupla no pudo haber resultado mejor, antes de hacer la cata de los vinos nos llevaron a pasear entre las viñas de la bodega. Ricardo realizó un divertido diagrama en la tierra para explicarnos con claridad el fenómeno de la amplitud térmica, tan característico en el valle de Cafayate, y cómo este microclima facilita la producción del vino, lo que hace que no sea necesario el uso de agroquímicos y que la producción sea en efecto orgánica. Es por eso que hasta la comida sabe distinta, pienso. De vez en cuando, José Luis lo interrumpió para complementar los datos duros, así seguimos caminando y, entre anécdotas y risas, regresamos a paso lento. Nos esperaba un banquete completo en una de las alas de la hacienda.
Después de conocer la producción de vino a gran escala en las bodegas rodeadas por hectáreas de viñedos, visitamos una bodega boutique en el centro de Cafayate. El Porvenir de los Andes produce cantidades pequeñas de vino, pero con cortes de muy alta calidad para consumo local y exportación. El enólogo de la bodega es Mariano Quiroga, un joven que apunta para ser una de las grandes promesas en la enología argentina, y trabaja bajo la asesoría del renombrado enólogo Paul Hobbs desde 2010. Con Marcelo degustamos casi todas las etiquetas de la bodega en las que él ha hecho los cortes, incluyendo su Laborum Torrontés 2010 con 92 puntos Parker. Gran vino, gran recuerdo.
Cafayate es una ciudad chica, linda, relajada. Las calles alrededor de su plaza principal son tranquilas para caminar y su gente es amable. Allí se encuentran tiendas que venden productos típicos de la región. Nosotros empezamos por recorrer el mercado artesanal que se encuentra justo enfrente de la catedral. La variedad de artesanías que hay es la más amplia de la zona: tejidos, grabados en piel, madera y metal, joyería en plata y hasta música folclórica tan propia del norte argentino.
De regreso al centro, encontramos el mejor lugar regional para cenar. Probamos el locro —que es un guiso a base de maíz típico de la cordillera de los Andes—, después vino un cabrito al horno y, para acompañar, un tomate relleno de ave y los clásicos tamales… ¡sí, tamales de carne envueltos en hoja de elote! Todo maridado con un fresco Torrontés de la casa. Porque no todo en Argentina son Malbec y asados.
Para digerir esa cantidad de comida salimos a caminar. La noche cada vez enfriaba más, pero eso no importaba. Ya no se veían ni rojos ni rosados en las montañas, sino una oscuridad amplísima, casi infinita. Pero todavía quedaba una última parada antes de regresar al hotel. A tres cuadras del centro se encuentra la heladería Santa Bárbara, dedicada a
hacer helados de vino a la crema. Hay tinto, blanco y la combinación de dos bolas. Al final no resultaron tan maravillosos, pero si eres amante del postre y ya hiciste el viaje, vale la pena probarlos. Aparte, estoy seguro de que difícilmente podrás encontrar un blend de Torrontés y Cabernet Sauvignon hecho helado de crema.
Hay una pequeña lluvia de estrellas. El cielo está muy despejado y sólo vemos una nube difusa que permanece estática. De hecho, ésa fue una de las pocas noches en que no recuerdo si la luna se veía grande o pequeña, incluso si es que acaso se veía, la luna no era la protagonista de la noche. Caminamos por la carretera, del helado pasamos a la copa de vino, sólo nos iluminaba un par de coches pasando junto a nosotros. En la mitad de la lluvia de estrellas, alguien dedujo que la nube blanca que estábamos viendo era en realidad una parte de la Vía Láctea. Tan clara como el Torrontés. Sólo en Salta.
La Importancia de la uva
El Torrontés es la cepa argentina blanca más emblemática. Se cultiva principalmente en el noroeste a altitudes que superan los 1 200 metros sobre el nivel del mar. Es un vino muy perfumado y complejo. En nariz recuerda a notas de toronja con algunas florales, un vino que recuerda al verano. A la vista es de un amarillo dorado con un cuerpo ligero. Es ideal para acompañar la comida picante. Y esta uva, desdeñada durante mucho tiempo por los lugareños, relegada a uva “de mesa”, de repente se volvió uno de los productos sudamericanos más atractivos en el mundo del vino. Más bodegas, más etiquetas, más botellas hicieron que las vides alcanzaran una calidad que lleva a este vino a los bares y mesas de todo el mundo. De hecho, en México es posible tomarlo a muy buen precio. No por nada The New York Times nombró al Torrontés como la siguiente hot thing argentina desde el boom del tango.
GUÍA PRÁCTICA
Dónde dormir
Altalaluna Hotel Boutique & Spa
Ruta Nacional 40 km, 4326
Tolombón, Salta
T. +54 (0387) 461 0283
A sólo 10 minutos de Cafayate. El hotel tiene una vista al valle desde casi todas sus habitaciones, desayunos y comidas al estilo salteño. Por las tardes, se pueden hacer caminatas enológicas por sus viñedos, y su cava cuenta con la mayor variedad de vinos salteños.
Dónde ir
25 de mayo s/n, Cafayate
T. + 54 (3868) 421 100
Ruta Nacional, 40 km, 4340, Cafayate
T. +54 (11) 4837 2800
(oficina en Buenos Aires)
Córdoba 32, Cafayate
T. +54 (3868) 422 007
Dónde comer
-
El rancho
Vicario Toscano 4, Cafayate
T. +54 (3868) 421 256