El Museo Metropolitando de Arte de Nueva York, mejor conocido como el “Met” es uno de los más visitados del mundo. Su colección permanente de más de dos millones de piezas consiste en obras que van desde la antigüedad clásica hasta obras de los grandes maestros europeos así como una extensa muestra de arte moderno y contemporáneo. Estas son 10 obras que vale la pena ver una y otra vez, en cualquiera de tus visitas al museo.
Virgen con el Niño entronizados y santos, Rafael Sanzio
Rafael pintó esta obra para un convento franciscano durante el siglo XVI. Estaba colocado en un espacio para monjas por lo que los detalles son conservadores. Está hecha sobre tabla con detalles en hoja de oro. A diferencia de otras obras de la época, tiene un uso importante de geometría y perspectiva.
Aristóteles con un busto de Homero, Rembrandt
Rembrandt imagina un encuentro entre Aristóteles y Homero, el primero se presenta con una cadena de oro de la que cuelga un medallón con la imagen de Alejandro el Grande, mientras que el segundo aparece como un busto, sobre el que descansa la mano del filósofo, las sombras bajo los ojos de éste nos indican que está sumido en profunda reflexión.
La carta de amor, Jean Honoré Fragonard
Fragonard, uno de los grandes maestros de las pinturas de género, nos hace cómplices del coqueteo de dos jóvenes. Ella sostiene un ramo de flores con una nota, sus expresiones faciales nos permiten saber que le resulta emocionante. El artista fue uno de los prolíficos del periodo rococó.
Autorretrato con dos alumnas, Marie Gabrielle Capet y Marie Marguerite Carreaux de Rosemond, Adélaïde Labille-Guiard
Labille-Guiard fue una artista que ha sido olvidada por la historia, recibió a sus propias estudiantes a finales del siglo XVIII y fue una defensora de los derechos de las mujeres así como de su participación en el arte, Marie Gabrielle fue su favorita. Esta pieza estaba dirigida a la Academia Real de Francia argumentando que más mujeres debían ser aceptadas.
La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David
David pinta a Sócrates tras haber recibido su condena por corromper a la juventud, por lo que lo encontramos realizando un discurso para sus discípulos, profundamente afligidos, mostrando que incluso su muerte es buen motivo para enseñar. La obra es considerada un clímax de la corriente neoclásica.
La clase de danza, Edgar Degas
Esta obra es una de las más ambiciosas de Degas, trabajó en ella durante dos años. Una veintena de bailarinas esperan su turno para presentarse en la sala de ensayos de la antigua Ópera de París frente a Jules Perrot, uno de los bailarines y maestros de ballet más importantes del siglo XIX.
Autorretrato con Sombrero de Paja, Vincent van Gogh
Cuando Vincent Van Gogh viajó a París se convirtió en su propio modelo, por lo que produjo más de una decena de autorretratos. Esta obra muestra su profundo entendimiento por las técnicas del postimpresionismo, así como el manejo experto del color. Como dato a recordar, la pieza fue pintada detrás de otra que fue creada años antes, La Peladora de papas.
El Estanque de Ninfeas, Claude Monet
Monet ideó su casa soñada en Giverny: un espacio con estanques y jardines que le dieran motivos para pintar. Con esto en mente, dio la bienvenida a las ninfeas que pintó a partir de finales del siglo XIX, creando doce pinturas. Lo inusual de esta obra es que ésta es un formato vertical en el que se prestó particular atención a los reflejos de luz generados en el agua.
Madre joven cosiendo, Mary Cassatt
Esta obra fue pintada para Louisine Havemeyer a principio del siglo XX, quien dedicó su tiempo al movimiento sufragista. Cassatt disfrutaba de pintar escenas de madres con sus hijos, teniendo encuentros cercanos llenos de ternura y compasión. Cassat usaba colores claros, luces tenues muy al estilo impresionista.
Ritmo de otoño (Número 30), Jackson Pollock
A mediados del siglo XX, Pollock comenzó a desarrollar su singular técnica del dripping, cuando esta pieza fue creada ya estaba en completo control de ésta. Los nombres de sus piezas no corresponden a la secuencia en la que fueron hechas, sino que Pollock no quería que los títulos fueran distracciones. Esta obra es una de las más grandes del artista, creada para la confrontación con el espectador.