Drifters, la obra del artista Mario García Torres (Monclova, México, 1975), es una magnífica expresión de lo que podríamos comenzar a ver más a menudo como arte: una pieza subjetiva, creativa, estética y, por una vez, móvil, volátil, lejos de los museos y de las avenidas donde se suelen plantar las instalaciones en forma esporádica y las esculturas como monumentos. Para entender el proceso de su creación, hablamos con García Torres.
¿Drifters fue concebido desde el inicio como una obra de realidad aumentada? ¿El medio nació con la idea de la obra o cómo fue el proceso para llegar ahí?
Aunque no tenía totalmente claro qué tecnología lograría acercarse a la idea, sospechaba desde un principio que la realidad aumentada sería una posibilidad. En el pasado había trabajado con RA, por una necesidad específica: quería que todos mis colaboradores estuvieran presentes en una exposición y la solución en aquel momento fue hacer avatares de cada uno de ellos usando la tecnología para que habitaran, como visitantes, aquella muestra. Cuando empecé a pensar en cómo generar una instalación donde se pudiera experimentar el avistamiento de meteoros de una manera cercana y en movimiento, no fue difícil llegar de nuevo a la realidad aumentada.
¿Qué implicó pasar tu obra a ese soporte?
Drifters fue un proyecto que nació durante los primeros meses de la pandemia. En parte, esa sensación de saber que hay fenómenos invisibles en nuestra cotidianidad y que pueden poner en peligro nuestra existencia me llevó a leer e investigar sobre los meteoros. Empezamos desde casa a crear modelos de meteoritos, a pensar qué tan cercanos serían a los reales y qué tanto nos llevaba más bien a una discusión sobre la escultura moderna. Cuando ya teníamos una idea vaga de cómo se podría ver la instalación, empezamos una discusión con el Laboratorio de Arte, Arquitectura y Arqueología, que nos ayudó en la producción y programación de la instalación. Conceptualmente, fue un desarrollo orgánico; usar RA no es diferente de usar bronce o hacer una película. La obra se va formando poco a poco, y nunca termina siendo la primera imagen que tenías antes de empezar.
¿Cómo cambia la experiencia estética frente a una obra de realidad aumentada?
A mí me interesaba sobremanera la idea de que se concibiera como una instalación, pero también como una experiencia. Imaginar una sala de museo sola y al mismo tiempo saber que, al verla a través de un dispositivo, estaba habitada por estas grandes piedras, volúmenes que por lo general pensamos como grandes y pesados. Por otro lado, me entusiasmaba la idea de cuestionar dónde termina el arte y dónde empieza la experiencia, o hasta dónde pueden convivir. Últimamente vemos cada vez más producciones que usan el arte para crear experiencias digitales que distan de forma dramática de las decisiones que el artista hizo originalmente. Aquí, la idea era coquetear con ese espacio y ver que se puede hacer arte en él. Todas esas experiencias son estéticas, mas no todas corresponden a la intención de los artistas.
Después de dos años de haber trabajado con RA, cuando regresé, me di cuenta de que se había sofisticado de manera importante. Por otro lado, creo que la RA sigue teniendo limitaciones. Creo que estamos listos para vivir en ese espacio, donde habitamos híbridamente el espacio digital y el espacio real. Sin embargo, la idea de que sólo lo podamos ver a través de un dispositivo lo hace muy básico todavía. Ya llegará el día en que no los necesitemos. Este sueño de vida híbrida me hace pensar justo en realidad aumentada y no en realidad virtual, por ejemplo. No me interesa crear mundos totalmente inventados, me interesa plasmar ideas que se puedan experimentar en la realidad que conocemos.
¿Esperabas que sintiera algo el espectador?
¡Definitivamente! La intención primera del proyecto era que la gente pudiera acercarse a estas rocas y concebirlas como cohabitantes de nuestra galaxia, de nuestra existencia. Por lo general, cuando oímos hablar de ellas, es porque nos anuncian qué hay una posibilidad equis de que una de ellas choque con la Tierra y sea el final de nuestra existencia. Más que seguir pensando en que somos los únicos habitantes y que todo debe funcionar alrededor de los humanos, debemos empezar a ver todo lo que nos rodea como seres igualmente importantes.
¿Qué otras experiencias artísticas conoces o te gustaría probar a futuro, a medida que surgen nuevas posibilidades tecnológicas?
Aquí mismo, en México, ha habido ya exposiciones interesantes de colegas artistas que experimentan con esta tecnología. Algunas veces de manera híbrida, como las de Gabriel Rico en la galería OMR, y la de Marcos Castro en el Museo del Chopo. La galería Pequod Co. creó una exposición que, como Drifters, existía sólo mediante realidad aumentada. Yo no me pienso como alguien muy interesado en la tecnología. Creo que estamos a punto de que las herramientas para comunicarnos se expandan exponencialmente y me emociona pensar en esos nuevos contextos y medios. Veremos qué es el arte en el metaverso. La idea de que se llame metaverso lo conecta de inmediato con creación, con literatura; es toda una metáfora. Dónde termina la creación por capricho y dónde empieza el arte que nos hace realmente repensar la realidad será la pregunta.